Rioja
Cumplimos ya una semana en el Camino, y es hora de hacer un balance, de regresar y re-visitar nuestras experiencias y rescatar las pocas que tal vez perdurarán en nuestra memoria. Que invariablemente no son las ocasiones solemnes e históricas que han caracterizado hasta ahora este relato. Pero el humor despunta el ánimo del peregrino y uno festeja cosas inusitadas. Les elenco una para que sirva de ejemplo.
El valor de la plegaria: Por el momento, en duda. Me decía mi hermano que una amiga suya rogaba que no tuviéramos ampollas y que nuestra vía fuera dulce como el pezón de nuestra santa madre. Pues cabe añadir que tales ruegos han caído en saco roto, como dicen aquí. Y hablando de roto. La noche de Logroño no es completa sin una visita el Bodeguillo del Roto, donde sirven unos rotos que calman el hambre hasta de un peregrino carenciado. (Rotos parecieran ser una mezcla de huevos revueltos, papa, y alguna elección, como bacalao, o chistorra, en la extremidad de una baguette. Sustancioso y altamente recomendado si aceptan mi consejo.) El valor de dicha plegaria, ya caída en duda dada su ineficacia, fue sujeta a otro escrutinio cuando mi hermano anunció que tal amiga (en buena intención, no me cabe duda) habría añadido el buen tiempo al conjunto de sus voliciones. Dado el tiempo de hoy, frío, lluvioso, inestable, hemos decidido pedir a nuestra acompañante que postergue sus oraciones hasta que las ocasiones sean más propicias. No sea cosa que nuestra amiga (que quedará anónima en este relato) empiece a pensar que puede prevenir, a fuerza de plegaria, el mal más temido del peregrino. Sí, ese que Uds estaban anticipando y que por alguna razón no se encuentra en el índice de la Michelin Pilgrim Guide que llevaban unos peregrinos catalanes que encontramos en Ventosa (Rioja). El mal del peregrino no es la conocida sequedad del viajero, sino lo que se conocía como el extro-anus en Latín, o hemorrhoidae. You get the idea. Rogamos a nuestra amiga que nos acompaña a la distancia que no añada tal variación a su rosario, no sea cosa.
Otra cosa que nos obsesiona es no desencantar a nuestros lectores, como se podrán imaginar. Entonces, ayer, en ese estado de delirio al que nos someten los últimos kilómetros de cada jornada empezamos con Pablo a recopilar los momentos ‘cumbre’ de este diario de viaje. A lo cual Laura agregó: ‘¿Momentos cumbre? Estarán refiriéndose al Monte Tachuela?’ Verán que no es fácil la vida del escritor, y que la afición a veces no da la talla. Comentarios como ‘¿quién sigue tu diario?’ son comunes en el transcurrir cotidiano, y el darse cuenta de que el diario de Laura (que pertenece al hemisferio de twitter, ya que sus contribuciones no superan los 100 símbolos alfanuméricos) sobrepasa, por un factor 10, los ‘me gusta’ en facebook no nos provoca gran placer. Pero bueno, al menos no hay una opción ‘me harta’ en facebook, sino creo que el blog de Pablo colapsaría las redes sociales....
Bueno,
ahora pasando a algo más serio. ¿Qué más? Peregrinar es caracterizado por una
emoción simple. O sea, por el tedio. Por perseverar paso tras paso, buscando
redención en cada esquina, pero sin remedio. Y una forma de enfrentarlo es
imaginarse todos los días un tema a explorar. Lo que me trae al tema de hoy.
Que es el tema de querer. Querer sin que duela, sin que sea una cruz a llevar.
Sin hacer daño, aun cuando inevitablemente el final del amor siempre se viva
como engaño. No es tarea fácil. Querer conlleva la posibilidad del dolor, de la
pena, y no es fácil de evitar lo uno si se siente lo otro. Hoy empeñé gran
parte del Camino en pensar en cómo se podría lograr tal cosa. Me convencí, como
en otras oportunidades, de que no es posible. Que amar es como un precipicio:
uno se asoma y puede suceder tanto el ala delta del vuelo infinito como la
guillotina del punto final. Y a veces hasta lloramos. Yo, que pasé muchos años
sin llorar hasta que redescubrí la mala costumbre, y hoy llorar me parece de lo
más natural y excelso.
Suerte
que uno llora, es verdad, pero no sólo por amor se llora. Ojalá fuera así.
Ojalá nuestras penas se limitaran al corazón herido, a los anhelos postergados,
a los deseos desterrados del paraíso de la vida visible. Hoy busco, como bien
sabes, una palabra que te defina, que ‘letrifique’ este relato en un muro del
cual no se despegue, y que huela a ti. Los olores son diferentes en el Camino. Todo huele a ‘me voy’ y nada a ‘ya
vuelvo’. Todo pasa como demasiado rápido, con etapas que se suceden y pueblos
que se olvidan a pesar de la huella que dejan en nuestros huesos y pies.
Gracias a Dios por la pausa que arrima este diario, por esta compañía tan
infalible como predecible, como un ángel de la guarda que me protege en el
Camino. Qué sería el Camino sin poder escribir. O, mejor, qué sería sin que me
leyeras, así, sin expectativas ni fronteras, como si acercarte a esta aventura
fuera echar hojas al viento, como si no importara el final, tan grave como
cierto. Aquí estoy, expuesto, en esta encrucijada que arrima el Camino. Sin más
deseos que reposar la cabeza en tu hombro y contarte la historia de Roland y
Ferragut, y hacerme enorme como la distancia que falta.
El
Camino sabe a primer beso como sabe a todos los días que te debo. Sabe a
recuerdo como sabe a futuro. Hay quien se asoma al Camino con el lenguaje del
futuro, hay quien no puede caminarlo sin su pasado. Anima saber que el Camino
va hacia un solo lado, que no abandona sentido, que no ofrece resistencia.
Mañana está condenado a ser esclavo de hoy, de una forma incierta pero
intuitiva, así como el sabor de tu piel aroma todo el futuro. Hacia allí vamos,
me digo. Santiago no se acerca ni se aleja si te recuerdo, pero qué lindo.
Però no
vull que els teus ulls plorin: digue'm adéu.
El camí
fa pujada i me'n vaig a peu.
Joan
Manuel Serrat (‘M’En Vaig A Peu’)
28 de Septiembre
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