jueves, 18 de abril de 2013

10. Santo Domingo de la Calzada – Belorado


10. Santo Domingo de la Calzada – Belorado

(22,7 Kilómetros)


El universo de esta noche tiene la vastedad del olvido y la precisión de la fiebre, dice Borges en su poema sobre el insomnio. Así han sido algunas de mis sensaciones desde que a la madrugada comenzó a repicar la campana del convento llamando a la oración. Inútil es el esfuerzo por volver al sueño y, en la penumbra de esas horas vacías, mi memoria se esfuerza en los detalles, en el recuerdo de cosas que caprichosamente aparecen y desaparecen. Vuelven así, como centinelas callados, las imágenes de los ojos de mi abuela, perdidos en su senilidad inocente, la carpeta en la que mi padre guardaba el manuscrito de su libro de poemas ‘La cruz, el pincel y la llama’, los viajes interminables buscando las montañas del norte, los minerales nobles, el óxido de un ancla en Punta del Diablo, los sonidos ahogados, casi quietos, de los remos de un bote en las aguas nocturnas del río dulce, el nudo deshecho de los afectos perdidos, el viento del oeste y el polvo del Camino.
El otoño se hace sentir en este comienzo de Octubre. Los días se esperan para amanecer, las luces de la mañana se esfuerzan y recién cerca de las 8 hay claridad suficiente para caminar sin peligro de esguinces o golpes. Alguno peregrinos –Olga, por ejemplo -  prefieren caminar en esas horas inciertas, cuando todavía es preciso usar unas linternas de minero para asegurar el paso. Madrugan, se preparan café en las cocinas de los albergues y… al camino. Dicen que en ese momento las cosas respiran de manera diferente, que las texturas y los olores tienen otras dimensiones. Que la niebla tiñe de sombras blancas los campos y los bosques. Que en esas horas del día se camina en silencio, con el paso medido y el puño apretando firmemente el bordón. Nosotros, mis amigos, no lo comprobaremos nunca.
En la penumbra de la habitación, esta madrugada, intentando apagar el despertador, he arrojado mi reloj al piso. Es un artefacto común, comprado en la tienda del barrio, sin ninguna dignidad que invocar o proteger. La contusión lo ha herido de gravedad. Sigue marcando correctamente las horas, pero se ha desprendido su esfera protectora, el cristal que lo resguarda e impermeabiliza. El tiempo ha quedado desprotegido, indefenso. Tal vez sea una manera de acabar con esa dimensión de las cosas, que Julio asegura que existe sólo como consecuencia de esa primera explosión en el hueco negro del universo. ¿Habrá eternidad sin tiempo? O, por el contrario, ¿lo único que habrá es sólo un instante? Borges diría:

El presente está solo. 
La memoria erige el tiempo. 
Sucesión y engaño es la rutina del reloj. 
El año no es menos vano que la vana historia.

Amarro el reloj a mi muñeca izquierda, desvalido, impropio, mutilado. Siento una vaga repulsión como cuando nos imponen algo que fuerza las reglas naturales. Pero, decido que mientras sus agujas midan correctamente nuestros pasos, seguirá conmigo en el Camino.


Nos preparamos lentamente para una nueva jornada. La distancia es normal y, luego de diez días en el Camino, nos hemos acostumbrado a marchar a buen ritmo, prácticamente sin detenernos hasta cumplir una buena parte de la jornada. En ese momento, buscamos un lugar para descansar un poco, antes de acometer las últimas horas. Ha vuelto el buen tiempo y, en verdad, el Camino no nos pesa. Con las primeras luces de la mañana salimos a buscar un bar para el desayuno. Encontramos uno cerca de la catedral y allí, terminando su café, está Raquel. Nos cuenta de las peripecias de la noche anterior y dice que Olga ya ha salido hace casi una hora. Ella tiene que esperar un poco porque debe ir a una oficina del gobierno para resolver un par de cuestiones acerca de en qué lugar puede certificar su desempleo. Cada mes tiene que presentarse en una de esas oficinas para renovar, si fuese el caso, su carencia de trabajo y su vocación de encontrarlo. Su esperanza es que pueda hacer ese trámite en Burgos, cuando se cumple su plazo de presentación. De otro modo, tendrá que abandonar el viaje y regresar a Albacete. Le deseamos suerte y encaramos nuestro desayuno. El bar está casi vacío a esas horas (un poco después de las 8) y no tenemos problema alguno, salvo que no tienen ‘ahorcaditos’, que es uno de los dulces típicos de la zona, hechos con hojaldre rellenos de crema de almendras y elaborados con forma de vieira.       
Regresamos al hostal del convento. Mientras Julio y yo armamos el equipaje y dejamos las mochilas que recogerá Jaco Trans, Laura va en busca de alguna verdulería para aprovisionarse de fruta. Luego, nos ponemos en marcha. Atravesamos las calles vacías de la ciudad y recorremos rápidamente los primeros kilómetros, dejando atrás un laberinto de carreteras y entradas a granjas y sembradíos. 


A casi una hora de marcha encontramos nuevamente a Raquel, que ha resuelto rápidamente su consulta y que ha confirmado que en Burgos no tendrá problemas en certificar su situación de paro. Caminamos juntos un rato. Julio reduce la marcha para seguir con Raquel, mientras Laura y yo nos adelantamos. 



En Grañón, vemos la iglesia de San Juan Bautista, muy reformada en los siglos XVI y XVII, con un vitral alusivo a un peregrino como único objeto que despierta nuestra curiosidad. 




Seguimos por la calle mayor del pueblo sin detenernos y al poco tiempo, un cartel inmenso en medio de la nada muestra el recorrido del sendero en tierras de Castilla y León, indicando al peregrino que ha dejado definitivamente atrás a la comunidad de La Rioja.

Aquí el panorama está decididamente marcado por los sembradíos de cereales. Una tierra dura, pedregosa, pero con un clima poco propicio para viñedos y olivares.
‘Soy una raya en el mar, fantasma en la ciudad’ canta Manu Chao.  Lo mismo podríamos decir de Julio y Raquel. No hay señales de ellos. Se los ha tragado la tierra. La última vez que los vimos estaban entrando a la iglesia de San Juan Bautista, pero de eso hace ya un largo rato. ¿Deberíamos preocuparnos? La verdad: no. No sólo porque Julio tiene su móvil para buscarnos en el improbable caso de que necesitase nuestro auxilio, sino que lo más probable es que se hayan quedado tomando un café, después de ver la iglesia. Tal vez Julio está dispuesto a que el amor y el Camino sigan siempre juntos. Su vocación para seducir es innegable, el éxito con frecuencia lo acompaña, pero, en el Camino, no está tan claro si eso es un beneficio o una carga. Por las dudas, nos imaginamos a Julio desplegando todo sus atractivos, elaborando relatos donde se mezclan Cortázar, Benedetti, datos sobre agujeros negros, el origen del universo y el amor siempre ausente, inalcanzable, siempre dejando un sedimento de melancolía en sus palabras. Es difícil resistir a semejante despliegue, así que – en caso de confirmarse esta conjetura - imaginamos que la pausa en el bar de Grañón puede durar un buen rato.


Sin embargo, para nuestra sorpresa, casi a la entrada de Redecillas del Camino, nos alcanza mi hermano. Con Laura lo saludamos al grito de ‘Matador’, ‘Matador’, ‘Torero’ y otras sutilezas semejantes. Julio se ríe, intuyendo de qué cosas estamos hablando, y abre los brazos para indicar que sólo está él, que nada hay en nuestras conjeturas que pueda aproximarse a la verdad. Entonces, preguntamos: ‘¿Dónde carajo te habías metido?’ ‘Me perdí’, responde. La contestación es tan insólita que la tomamos por verdadera. Nos cuenta que, a la salida del pueblo, Raquel recibió una llamada de su madre, que intercedía a favor de su novio, para que regresase a Albacete. Mucho de ‘hija mía, qué se te ha perdido allá en Compostela, que pobre muchacho, que está con una pena bárbara’ y más de lo mismo. Julio nos cuenta que apretó el paso para dejar a Raquel hablando con tranquilidad y  vio a lo lejos un peregrino que caminaba con una gorra parecida a la que yo tengo. Lo siguió sin prestar demasiada atención al hecho de que ese peregrino viajaba solo ya que imaginó que Laura estaría en trámite de aguas menores en algún costado de la senda. Luego, un desnivel del camino le impidió tener mayores referencias así que engancho en su ipod una canción de Raimon,  D’un temps d’un país, y se puso a pensar distraidamente en el fracaso y las cosas que todavía nos hemos prometido cumplir.
La versión de esa canción que Julio escucha es la de Serrat y se ha quedado dándole vueltas a la estrofa:
D'un temps que serà el nostre,  
d'un país que mai no hem fet,                                 cante les esperances                                       
i plore la poca fe...                                           

De un tiempo que será el nuestro


De un país que jamás hemos hecho
Canto las esperanzas
y lloro la poca fe…

Nos dice que esos dos versos finales son tremendos y que allá fue, siguiendo el rastro de nuestra ausencia. A los dos kilómetros se cruzó con un chico que agita la mano y lo saca a medias de su ensimismamiento. Julio devuelve el saludo. Pero, el paisano insiste y grita: 
- Ey, mister, mister, no camino, no camino

Su primera reacción es preguntarse por qué ese muchacho cree que es americano (inglés, etc.). Después de todo, piensa, al que siempre confunden por su extraviado aire de extranjero es a Pablo (es decir, un servidor). Pero, en ese momento de desconcierto, en esa suerte de duermevela que acompaña a la ensoñación, una idea tenebrosa se abre paso hasta su área racional de pensamiento y lo derriba de sus sueños como la voz del señor descabalgó a Pablo de Tarso en su camino a Damasco. ¡Se ha equivocado de ruta! ¡Ha equivocado el camino! Le cae la gota fría. ‘No puede ser’, murmura para sí mismo, preguntándose cómo y dónde, asegurándose a sí mismo que todo es una suerte de broma, una cámara oculta, una joda para el programa de Tinelli. Pero, en ese momento, Julio recuerda que su amiga - que vela por nosotros mediante sus oraciones - había prometido ayer rezar fuerte para que las marcas en el Camino a Santiago siempre fuesen claras y suficientes. Eso, ya lo hemos comprobado días atrás, certifica el error. Ya pueden imaginarse lo que le cuesta desandar el pequeño repecho recién coronado y las maldiciones dirigidas al supuesto peregrino que tuvo la poca gentileza de caminar con una gorra similar a la mía, aunque en realidad el pobre hombre no llevase mochila alguna y caminase solo por la meseta de Castilla, sin verse a su lado o a lo lejos, otros compañeros del Camino.
Poco a poco nos adentramos en la provincia de Burgos. Con Laura ponemos a Julio en conocimiento de la contundente gastronomía de la zona ya que estuvimos allí, haciendo turismo, hace unos cuantos años. Fueron un par de días lluviosos y el recuerdo que tengo de esa ciudad es un tanto ambivalente. Ruidosa, extraña y peligrosa. Pero con una buena oferta de sitios donde comer de manera decente y beber aún mejor. Recordamos un vino intenso llamado ‘Lagrima Negra’, de la zona de la Ribera del Duero, que luego nunca volvimos a encontrar en nuestros diferentes viajes. No falta en nuestra evocación la mención de  la famosa morcilla de Burgos y el ‘lechazo’, un bicho descomunal que mete miedo al hígado con sólo pronunciar su nombre en voz alta. En Burgos ya tuve un encuentro con esa bestia y les puedo jurar que, de noche, espanta más que el Alma Mula. Julio responde con voz profunda que él es toro en su rodeo y torazo en rodeo ajeno, que no se hace al lado de la huella ni aunque vengan degollando, que lo traigan al Principito, y que no hay que perder peso en el Camino... ¡Qué jugador!
En Redecillas del Camino armamos unos bocadillos precarios, con pan comprado en una tienda del pueblo y un poco de fiambre que Laura había conseguido junto con las naranjas y las peras esta mañana en Santo Domingo de la Calzada. Compartimos nuestras provisiones con dos peregrinas canadienses y un polaco.



Las chicas de Canadá son hermanas y hablan entre ellas en francés ya que vienen de Montreal. Son muy jóvenes, y una de ellas, la más guapa es insoportablemente creída de su belleza. Actúa como si todo el tiempo estuviese filmando la película ‘la Reina del Camino’. Su hermana, Aurely, es redondita  (‘Viene ancho el Paraná, diría mi amigo Calica) y muy simpática. Las encontraremos día tras día y siempre mantendrán esa misma actitud de policía bueno y policía malo con que nos regalan en el pueblo de Redecillas. Del muchacho polaco, ¿qué puedo decirles? No mucho, ya que, aun cuando habla un castellano muy bueno, su único interés parece ser el de seducir a la guapa canadiense.
El ‘buche del peregrino’ ayuda a calentar el corazón. Todavía nos queda un poco del Viña Tondonia que compramos en Nájera y acompaña maravillosamente ese almuerzo sencillo, frente a una torre defensiva del pueblo, adosada a una iglesia que permanece celosamente cerrada a esas horas. Canadá y Polonia despliegan sus banderas y retoman la marcha. Nosotros, vencidos por la pereza, esperamos un rato más. Luego, otra vez al Camino.
Mientras Laura escucha Calle 13, Julio sigue desentrañando los secretos de Cataluña, un pueblo que se promete libertades y grandezas, pero sus poetas lamentan amargamente su destino desarbolado. Le cuento, entonces, de Lluis Llach, con Silvia Pérez y Pep Guardiola, cantando y recitando ‘Ara Mateix’ de Miquel Martí i Pol, el año pasado en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Una actuación memorable, que Julio también conoce. 
El poema es hermoso y no resisto la tentación de reproducirlo. Allá vamos: Ara mateix
Ara mateix enfilo aquesta agulla
amb el fil d'un propòsit que no dic
i em poso a apedaçar. Cap dels prodigis
que anunciaven taumaturgs insignes
no s'ha complert, i els anys passen de pressa.
De res a poc, i sempre amb vent de cara,
quin llarg camí d'angoixa i de silencis.
I som on som; més val saber-ho i dir-ho
i assentar els peus en terra i proclamar-nos
hereus d'un temps de dubtes i renúncies
en què els sorolls ofeguen les paraules
i amb molts miralls mig estrafem la vida.
De res no ens val l'enyor o la complanta,
ni el toc de displicent malenconia
que ens posem per jersei o per corbata
quan sortim al carrer. Tenim a penes
el que tenim i prou: l'espai d'història
concreta que ens pertoca, i un minúscul
territori per viure-la. Posem-nos
dempeus altra vegada i que se senti
la veu de tots solemnement i clara.
Cridem qui som i que tothom ho escolti.
I en acabat, que cadascú es vesteixi
com bonament li plagui, i via fora!,
que tot està per fer i tot és possible.

Con Laura hemos vivido en Cataluña el tiempo suficiente para apreciar al catalán en su justa y enorme riqueza, con poetas deslumbrantes y escritores de singular brillo. Pero, aunque sea más parecido al castellano que el Chino no siempre es fácil de comprender. 
Por ello, añado una traducción tomada de internet (http://www2.uah.es/fsegundo/Otros/AraMateix.htm

Ahora mismo

Ahora mismo enhebro esta aguja
con el hilo de un propósito que callo
y empiezo a remendar. Ninguno de los prodigios
que anunciaron taumaturgos insignes
se ha cumplido, y los años pasan de prisa.
De poco a nada, y siempre con viento de cara,
qué largo camino de angustias y silencios.
Y estamos donde estamos, más vale saberlo y
decirlo y plantar los pies en la tierra y
proclamarnos herederos de un tiempo de dudas y
renuncias en que los ruidos ahogan las palabras y
con muchos espejos medio deformamos la vida.

No nos sirve de nada la añoranza o la queja,
ni el toque de displicente melancolía
que nos ponemos por jersey o por corbata
cuando salimos a la calle. Tenemos apenas lo que
tenemos y basta: el espacio de historia
concreta que nos toca, y un minúsculo
territorio en que vivirla. Pongámonos
de pie otra vez y que se escuche
la voz de todos solemnemente y clara.
Gritemos quiénes somos y que todos lo escuchen.
Y al acabar que cada cual se vista
como bien le plazca y ¡despertaos!
que todo está por hacer y todo es posible.

Seguimos recorriendo una senda en el que el paisaje ya no se transformará esencialmente hasta el final de nuestra peregrinación. La meseta castellana impone, poco a poco, su ley; campos amarillos ocupan el horizonte y, ocasionalmente, se destaca una parcela de girasoles sin recoger. A los 15 kilómetros entramos en Vitoria de Rioja, un pequeño caserío en el que nació más de un milenio atrás, hacia el año 1020, Santo Domingo de la Calzada. A nadie parece ocuparle ni preocuparle especialmente este dato ya que – a diferencia de la ciudad de Santo Domingo – aquí, las referencias son ocasionales, más por descuido que por convicción. Vemos unas vecinas en una calle lateral de la iglesia, en la calle, sentadas en medio de la vía, pelando pimientos asados y hablando de sus cosas. 




Una imagen de otra época, como detenida en el tiempo. Y, hablando de tiempos detenidos, compruebo que mi reloj se ha detenido y, sin pena ni gloria, lo arrojo a un contenedor.


Llegamos a Belorado cerca de las tres de la tarde. Un pequeño núcleo urbano, que fue fundado por los romanos y que vela las ruinas de un imponente castillo. Nuestro alojamiento, la Casa Rural Verdeancho, está sobre el Camino, justo a la entrada del pueblo. Un matrimonio de la zona son los dueños del establecimiento, que sólo abre una época al año. Prácticamente somos los últimos peregrinos que admiten. Dado que tiene una terraza con mesas al sol, dejamos nuestro equipaje y bajamos a beber unas cervezas. Luego de cumplir con nuestro rito cotidiano, dejamos a lavar la ropa, sellamos las credenciales y nos acostamos a descansar. Más tarde, bajamos a tomar un café y a planear el alojamiento de la siguiente etapa. Hay que tomar una decisión. La guía recomiendo marchar hasta Áges, pero allí no hay hostal ni hotel. Sólo albergues de peregrinos. Eso nos decide a concluir nuestra próxima etapa unos cuantos kilómetros antes, en San Juan de Ortega, que es un caserío minúsculo, pero que tiene un pequeño hotel. Arreglamos con Jaco Trans el acarreo de equipajes y nos decidimos a recorrer el pueblo.

El hecho de que Belorado fuese fundada por los romanos y de que hubiese estado guarecida por un castillo importante abre nuestras expectativas. Me levanto y pregunto al dueño del hostal qué se puede ver en el pueblo. Sin detener el trajín de sus labores me indica rápidamente y en un tono apático: ‘Hay que ir a la oficina de turismo’. Me cabrea un poco la respuesta porque no tengo necesidad de que me indiquen que hay que ir a la oficina de turismo para preguntar qué vale la pena conocer. Eso ya podía deducirlo por mí mismo. En esa respuesta corta y tajante adivino una suerte de ‘Y a mí, ¿qué me preguntas? ¿Qué carajo me importa?’. Monto en cólera. Hierve mi sangre. Ante el agravio, escarmiento. Ya oigo el alarido de la tribuna urgiendo reparaciones, rugiendo consignas memorables: ‘Viva la Santa federación y mueran los salvajes unitarios’, ‘Si Evita viviera sería montonera’, ‘Las Malvinas son argentinas’, ‘Con el cuchillo entre los dientes, como don Abraham’. Por un momento, ante el clamor del auditorio, estoy tentado de arrojarme sobre mi enemigo y aplicarle la doble Nelson que usaba Karadagian, el gran campeón, nuestro titán. Pero, recuerdo el catecismo que me enseñaba el Padre Larcher en los Franciscanos de Santiago del Estero y perdono las ofensas, me llamo a razón, mastico mi bronca y vuelvo a la mesa donde esperan Laura y Julio. Cuando ya estamos por arrancar en nuestro paseo, la dueña nos acerca unas nueces, de una variedad local, que se comen más bien verdes, sin estacionar. Un sabor raro. Poco interesante, pero agradecemos el gesto. Allí nos dice que no dejemos de ver la oficina de turismo, que está muy bien y que es el orgullo de la zona. Entonces comprendo que la respuesta de su marido no fue una descortesía sino lisa y llanamente la mejor recomendación que podía darme. ‘Menos mal que no le aplique una golpiza’, digo para mis adentros.
Laura se queda leyendo un rato y con Julio salimos a ver la ciudad. 




Como ya pueden imaginarse, mis amigos, un pueblo en el que su mejor atracción es la oficina de turismo se puede ver rápidamente. Poco y nada. La famosa atracción turística de la oficina es difícil de entender. No está mal, pero todo se reduce a unas cuantas infografías sobre el camino, asistencia para programar excursiones a cuevas y minas abandonadas. ¿Vale la pena visitarla? Sí, pero más para mater el aburrimiento que por genuino interés cultural.


Cuando estamos por marcharnos, la encargada nos pregunta si queremos sellar nuestras credenciales. Le respondemos que las tenemos en el hotel y que ya hemos sellado allí. Nos responde que eso no importa, que no nos perdamos la oportunidad de tener el sello autentico del pueblo, elaborado sobre los viejos escudos de armas de la población. Que hasta las 8 estará abierto y nos despide, dejándonos con una vaga insinuación de que si no regresamos a sellar allí, será solo por nuestra naturaleza perezosa y que eso será suficiente para atraer los fuegos del infierno y que no habrá indulgencia ni penitencia suficiente para enmendar el pecado.
Vamos en busca de Laura (y de las credenciales, por si las moscas). Nos sentamos en un bar frente a la plaza, a tomar una copa de vino y esperar que se haga hora de cenar. Se unen Olga, Raquel y Namí y también se apuntan a la copa de Verdejo. Por supuesto, Namí no entiende nada y mira con calma los acontecimientos.


En ocasiones, dan ganas de sorprenderla en algún descuido y comprobar que entiende lo que decimos, que su incompetencia es una suerte de broma particular. Pero, lo que más obtenemos en nuestros ataques sorpresas a sus bastiones lingüísticos es una sonrisa curiosa, divertida, y la letanía ‘eto, eto, eto’. De todos modos, el ánimo es taciturno ya que Yesca, una perra que camina hacia Santiago con sus dos alforjas, acompañando la peregrinación de sus dueños, fue picada por una víbora en el bosquecito adyacente al Albergue de la entrada de Belorado. Ahora está en el hospital veterinario de Burgos. La evacuaron en el auto del dueño del Albergue. Pronóstico reservado.
Para levantar el ánimo buscamos adonde cenar. La oferta es triste y escasa. Pero, un grupo numeroso como el nuestro, somos 6 peregrinos, no están en condiciones de grandes exigencias, sobre todo porque el Albergue de nuestras amigas queda lejos – el mismo que el de los dueños de Yesca - y, de manera inflexible, tienen que estar allí antes de las diez de la noche. El menú es más bien discreto, pero las lentejas y el pescado del día están sabrosos. Bebemos varias botellas de vino de Rioja, pidiendo a Santiago su intercesión para la recuperación de Yesca, y eso es suficiente para entonar el ánimo de los peregrinos. Tal vez queda como última anécdota recordar que Nami no está acostumbrada al alcohol y se excede un tanto con los brindis. Ya a la hora de los postres tiene un peludo importante. Ustedes ya saben que en Argentina o España ello hubiese implicado la exaltación de la amistad, protestas contra la autoridad, el clero, el orden constituido y entonar a voz en cuello ‘Asturias, patria querida’ o ‘Se va el Caimán’. Pero, nuestra querida peregrina japonesa solo sonríe y, de vez en cuando desaparece en el lavabo, de donde vuelve con un aspecto alucinado, con los pelos alborotados como si se hubiese cepillado los dientes con un pararrayos. Olga y Raquel se sienten sin fuerzas de cargar con ella, pero van adelante. Así que besos, abrazos y nuestras amigas se marchan, tratando de convencerse que el fresco de la noche ayudará a despejar a Nami. Nos ofrecemos a acompañarlas, pero nos rechazan categóricamente. Si todo va muy mal, les decimos, siempre pueden buscar un taxi. Nos responden que tal vez sea mejor conseguir una ambulancia para que la internen junto con Yesca. Nosotros, mis amigos, aún tenemos nuestra última copa para brindar a vuestra salud. Buen Camino.
           
1 de Octubre

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