16.
Fromista - Carrión de los Condes
(19 kilómetros)
Un viejo refrán recuerda que quién madruga… ¡encuentra todo cerrado! Esta mañana en Fromista pude confirmar plenamente la sabiduría de este lugar común. Me desperté temprano para tomar fotografías de la iglesia. Las primeras luces de la mañana se abren paso en el aire fresco del otoño, disipando unos jirones de niebla. Los rayos de sol impactan delicadamente sobre San Martín, dejando una sensación etérea, de colores naranjas sobre la piedra marrón claro. Veo con cariño las formas inverosímiles del bestiario que lucen los capiteles, tratando de imaginar qué veían estos artesanos hace ya más de un milenio. ¿Cómo podría haber sido el mundo diez siglos atrás? No me ayuda mucho tener la certeza de que casi todo era diferente ya que me intrigan los detalles, los eventos cotidianos, el perfil de un mundo en el que muy pocos sabían leer, en el que el castellano aún estaba formándose como lengua propia, en el que las comidas aún no habían recibido el impacto de los alimentos provenientes de América, en el que el trabajo era abundante pero sus frutos harto escaso, en el que las distancias y travesías parecían increíblemente extensas y peligrosas, en el que poca gente abandonaba su comarca, en el que el frío, el hambre y las enfermedades eran compañeros frecuentes. Ese mundo es también el de las ciudades medievales que se fueron formando en el Camino. Sin embargo, a diferencia de otros sitios, las ciudades y caseríos del Camino tenían un flujo permanente de viajeros que ensanchaban su horizonte, creando un relato fantástico, único y ya perdido para siempre. El Camino sirvió, entre otras cosas, para establecer el cemento común de una cultura, dejando constancia de que había un mundo más allá de las murallas y ríos que protegían a cada ciudad.
Busco en vano un lugar para tomar un café y después de dar unas vueltas por las calles despojadas de gente, regreso al alojamiento. Paso en frente del albergue y ya, con las luces del nuevo día, hay una buena cantidad de peregrinos ansiosos por emprender la marcha, pero todos desconcertados por encontrar cerrados a los lugares en los que pensaban desayunar. De pronto, se extiende el rumor. Hay un café que acaba de abrir a la vuelta de la plaza. ‘Por allá, por allá’ se escucha en diversos idiomas y compruebo que el poder de la palabra mueve al mundo ya que instantáneamente se agolpa el grupo de peregrinos y parten en tropel hacia el bar. Voy con ellos para corroborar el dato y, efectivamente, el bar en el que tomamos cervezas cuando recién llegábamos a Fromista está abierto. Saludo a Olga que me invita a un café. Genial. Le deseo un buen camino y voy en busca de mis compañeros de ruta.
Recojo la ropa del tendedero mientras Julio y Laura se desperezan. Mientras preparamos nuestras mochilas, Julio se ducha y esa es siempre una oportunidad para curiosear su neceser, que - al igual que el Bazar del Peregrino de Castrojériz - contiene todo lo que un individuo puede necesitar para sobrevivir en caso de que finalmente se produjese el apocalipsis zombie: cremas, afeites, potes y potingues comparten apretadamente espacio con peines, tijeritas y el limpia-lenguas. Menos mal que todo eso va en la furgoneta de Jaco Trans, ya que, de otro modo, seguramente no hubiesen sobrevivido al esfuerzo del camino.
Dejamos listo nuestro equipaje y lamentamos no habernos aprovisionado la tarde anterior para un desayuno casero. La perspectiva de tener que luchar para tomar un café nos produce un profundo desasosiego ya que bien sabemos que, en circunstancias de escasez en las primeras horas de la mañana, la solidaridad entre peregrinos no es la primera virtud. Es curioso porque los peregrinos son capaces de esfuerzos meritorios por compañeros que jamás han visto antes y que, probablemente, nunca reencontrarán. Se preocupan por tu bienestar, te alientan, te prestan dinero, te ayudan a resolver problemas, pero frente al primer café de la mañana se comportan como los sobrevivientes de la serie Lost, celando sus derechos, ejercitando privilegios o, simplemente, maldiciendo ante el caos que representa el hecho de que treinta personas quieran al mismo tiempo un desayudo completo. Es decir: café con leche - pero con las variedades usuales de ‘descafeinado’ ‘largo’ ‘al revés’, ‘con solo un chorrito de leche’, etc. formuladas en varios idiomas, tostadas en diversos tipos de panes, jugo de naranja - o cualquier otra fruta -, mantequilla versus aceite de oliva, etc. Todo ello se produce un domingo a las 8 de la mañana en el café de un pueblo de menos de mil habitantes, que es usualmente atendido por el dueño y alguien de su familia, en un local donde siempre hay un televisor encendido al que absolutamente nadie hace ni puto caso. Nosotros demoramos nuestra llegada al bar, esperando que ya la gran marea de peregrinos haya emprendido la marcha, y únicamente coincidimos con Raquel que todavía se queja de haber tenido que cortar la cena a las diez de la noche.
Raquel se va y nosotros nos concentramos en nuestras tostadas y la lectura de la guía del camino. La etapa es llana y sin dificultades, pero monótona y paralela a la ruta.
Le llaman ‘la autopista del peregrino’ ya que es una senda consolidada, recta y carente de sombra. Son tramos especialmente demoledores porque los autos van bastante cerca y dejan una sensación de inutilidad y frustración. Las dos decenas de kilómetros son planos y se ven a lo lejos los distintos núcleos poblacionales que recorreremos. Los autos nos adelantan en un suspiro y si esforzamos la vista casi que podemos verlos llegar en quince minutos al mismo lugar al que nosotros llegaremos recién a la siesta. Así es el Camino.
A unos pocos kilómetros de la salida, en Población de Campos, se abre una senda alternativa, que va bordeando el río Ucieza y ofrece algo de sombra. Pero, esa ruta exige un par de kilómetros adicionales y la descartamos. Marchamos directamente por la autopista del peregrino, con el propósito de recorrer con tiempo la población de Villa Alcázar de Sirga (17,5 kilómetros) y visitar la Iglesia-Fortaleza, ‘Santa María La Blanca’, que es uno de los legados de los Templarios mejor conservados de la ruta francesa. Una vez allí, descansaremos un rato, comeremos en algún bar y ya tendremos casi a tiro de piedra a Carrión de los Condes, nuestro final de etapa.
La marcha es aburridísima. No hay absolutamente nada que valga la pena destacar. El paisaje es amable, dejando ver un horizonte amplio y un cielo luminoso sobre campos de cereales interminables. Dado que este es el paisaje que encontramos día tras día en Castilla, nuestro asombro se ha colmado y solo nos concentramos en avanzar. Julio y Laura enganchan sus auriculares a su música preferida y avanzamos a buen ritmo. Dejamos atrás al grupo de peregrinos anglosajón que, días atrás, habíamos encontrado sufriendo en la subida del Teso de Mostelares. Van a su ritmo, cargando sus mochilas y sufriendo cada paso. Pero siguen y los encontraremos al final de cada etapa y otra vez al día siguiente.
Julio y Laura van distraídos en su música, y yo marcho un poco más atrás. Voy recordando viejas canciones patrias que memorizábamos en el bachillerato. ¿Por qué esas canciones precisamente? No lo sé, pero la memoria es caprichosa y, de repente, sin explicación alguna te vienen a la mente imágenes, sensaciones, olores, y recuerdos (buenos y malos) que no puedes abandonar voluntariamente. Son cosas que se resisten tenazmente a desaparecer cuando intentas deshacerte de ellas. En otras palabras, no se puede olvidar voluntariamente nada y cuando aparece algo que prefieres olvidar - las marchas patrias, en este caso - no queda otra solución que convivir con ellas hasta que otro recuerdo, evento o sensación te distrae y aleja esos pensamientos como la brisa de la mañana esparce la arenilla del Camino. A mi rescate acude una idea sensacional: quitarme la camiseta y caminar exhibiendo mi musculatura como el peregrino australiano de Hornillos del Camino. Pongo manos a la obra y dejo a mi torso dorarse al sol del otoño. A diferencia de Brad Pitt en la película ‘Troya’, no es necesario el photoshop para mejorar mi aspecto exuberante, monumental. Eso sí, sigo con mi gorra de Vitnik para evitar el golpe de calor. Un peregrino coreano me saca una foto, inmortalizando el momento. Espalda recta, abdomen en tensión, respiración contenida, mentón levantado, mirada en el horizonte. ¡Qué imagen, mis amigos! ¡Qué postal del Camino! Por fuentes informales he conocido que ya hay un nutrido grupo de admiradoras que ha iniciado una campaña para que el Ayuntamiento de Galicia use esta foto como ilustración oficial de la ruta jacobea y las mismas fuentes han señalado que en el ayuntamiento están entusiasmados con la idea; que encuentran irresistible a esa propuesta: ¡de Santiago a Santiago! Ya pueden imaginarse el orgullo de mi comunidad y mi familia cuando, al regresar a mi tierra, la banda de música de la provincia toque ‘cuando salí de Santiago todo el camino lloré..’, el gobernador y el obispo me entreguen las llaves de la ciudad y las muchedumbres se agolpen en el camino del aeropuerto como cuando Neil Armstrong regreso con el Apolo XI, aunque no tengo una frase enigmática como ‘Good luck, Mr. Gorski’, atribuida al famoso cosmonauta. Cuenta la leyenda urbana que cuando era niño, Armstrong fue a buscar una pelota de béisbol que había caído cerca de la ventana de sus vecinos - los Gorski - y que, al recogerla, escucho a la Sra. Gorski exclamar: ‘¿Sexo oral?, ¿Sexo oral? ¡Tendrás sexo oral el día que el chico de los vecinos camine por la luna!’.
Camino a buen paso, ignorando las propuestas que escucho desde los coches, que aparentemente han tomado mi atuendo casual como una nueva oferta sexual para entretener a quien transita por la ruta jacobea. Dejo que esos comentarios resbalen por mis oídos y alcanzo a Laura y Julio. Les grito: ‘¡Sorpresa!’ ¿Qué les puedo decir, mis amigos? No esperaba el grito de terror que salió de sus gargantas. Como si hubiesen visto un Nazgul. Julio se quiere arrancar los ojos como Edipo, manotea los anteojos oscuros de Laura y se pone a caminar en dirección opuesta a la que voy yo; Laura abre y cierra la boca como dudando entre pedir socorro o protestar ante la afrenta al patrimonio de la humanidad, levanta la mano pidiendo inútilmente un taxi que la rescate mientras yo hago una vueltita a lo Mirtha Legrand y anuncio a mis compañeros que mañana repetiré la escena, pero que además luciré las calzas que llevo para cuando aprieta el frío.
Poco a poco vuelve la calma a nuestra comunidad. Laura y Julio me piden con delicadeza que me ponga la camiseta. Seguramente han aprendido persuasión estudiando los textos de retórica de Aristóteles porque exclaman cosas como: ‘Esconde esos rollos ahora mismo’, ‘Entre vos y un lavarropa solo hay dos diferencias: el lavarropa es más lindo y menos blanco’, ‘Si te caes, van a gritar ‘liberen a Willy’’, y como siempre he sido un muchacho amable, accedo a ponerme la camiseta, pero aclaro que me quitaré la gorra para mantener mi reivindicación. No sé por qué, pero Julio masculla ‘qué suerte’.
Dejamos atrás Revenga y Villarmentero del Campo.
Un poco después del mediodía llegamos a Villalcázar, que fue originalmente una encomienda templaria, apartada unos cuantos kilómetros del Camino. Pero, la imagen que allí se veneraba adquirió tanta fama que fue natural que los peregrinos llegasen a ese sitio a buscar protección y rezar sus oraciones. La estructura del templo, de tres naves y un pórtico deslumbrante, refleja una concepción militar, una fortaleza sobria y elegante que seguramente fue tanto una expresión de la manera en que el Temple veía a la sociedad como una necesidad defensiva. La construcción de la iglesia se inició a finales del siglo XII y se concluyó a principios del XIII, que era una época de alta inestabilidad en el proceso de reconquista.
Vemos la iglesia con calma, maravillándonos con el conjunto escultórico del pórtico, que nada tiene que envidiarle - salvo su estado de conservación - a otros pórticos notables (e.g. de la catedral de Burgos, o de la iglesia de Santo Domingo en Soria). Allí, en el friso superior se destaca la imagen protogótica de un Pantocrátor y, entre los apóstoles, se puede ver a Santiago, con atuendo de peregrino.
En el interior, hay una enorme riqueza frente a la que maravillarse. Nos detenemos en los diferentes lapidas y sarcófagos reales, mirando atentos la imagen de la Virgen que fue celebrada en el siglo XIII, en una de las composiciones medievales más importantes, las Cantigas de Santa María, de Alfonso X, también conocido como ‘Alfonso, el sabio’.
Pero lo que más nos intriga son las infinitas inscripciones y símbolos,
casi ilegibles ya muchos de ellos, que dejan sus mensajes desde cualquier
rincón del templo. Algunos de esos símbolos son indudablemente marcas con las
que los pedreros y constructores ordenaban el material, pero otros son
claramente símbolos espirituales e iniciáticos.
Laura y yo nos marchamos al comenzar la misa,
pero Julio se queda. Lo esperamos en el bar del frente; tomando una cerveza,
resguardados del sol, viendo llegar y partir a otros peregrinos. A los pocos
minutos, viene Julio a nuestro encuentro. ‘Cortita la misa’, le digo. Se
desploma en la silla y nos dice que es misa de domingo, es decir, más larga que
puteada de tartamudo. Laura le pregunta si quiere que hable con el cura para
que se saltee la homilía, ya que después de todo, añade, luego de la disolución
de la orden del Temple, la iglesia y la encomienda pasó a manos de la familia
Manrique. Por ello, concluye, es como la dueña del lugar. Julio responde que no
hace falta, que podrá vivir sin haber participado de ese rito y nos sugiere preocuparnos
por la comida. Ordenamos distintas cosas: Julio un lomo con ensalada, Laura
sólo la ensalada y, yo me anoto con una ración de papas fritas. La comida es un
auténtico desastre. Todo mal. La ensalada tenía un aspecto de reciclada desde
la época en que desaparecieron los templarios, mis papas tenían la extraña
cualidad de estar frías, crudas y doradas, pero el peor de todos los platos era
el de Julio. Mi hermano esperaba un bistec de cerdo - que es lo que usualmente
se sirve en España cuando se pide un plato de lomo - pero en lugar de ello, le
traen un trozo de fiambre, conocido como ‘lomo embuchado’ cocinado a la
plancha. Incomible. Huimos despavoridos de Villalcázar y al poco rato entramos
a Carrión de los Condes, completando nuestra etapa.
El pueblo es inesperadamente hermoso. Parece una ciudad hecha y derecha, aunque su población actual es casi 2.000 habitantes, llena de monumentos religiosos y civiles notables: conventos, iglesias con capiteles y figuras deslumbrantes, puentes de piedra sobre un río cristalino, trazos de la calzada romana, arboledas de chopos, calles intrincadas, plazas rodeadas por bares y una contagiosa sensación de vitalidad. Aparentemente, la estructura actual del núcleo poblacional se consolido alrededor del siglo XI, con la construcción del convento de San Zoilo, el puente sobre el río Carrión y un hospital de peregrinos. Sin embargo, ya desde siglos anteriores hay abundantes referencias a este lugar. Por ejemplo, en los primeros siglos de la invasión árabe, los diversos reyes moros imponían como tributo a los cristianos la entrega de doncellas y esto originó la leyenda de las doncellas y los toros, que se puede resumir de la siguiente manera:
En tiempo del Rey
Miramamolín le fue tributario el Rey Mauregato de cuatro doncellas que tocaban
a esta villa, y llegando a este sitio con los moros que las llevaban, se
encomendaron a esta imagen las librase de su cautiverio, lo que fue Dios
servido por medio de cuatro toros que se aparecieron, pues acometiendo furiosos
a los moros, los quitaron las doncellas y mataron la mayor parte de ellos,
quedando las doncellas solas y los toros por su guarda hasta que los vecinos
las recogieron, con el milagro quedaron las doncellas libres y esta villa
exenta de tal tributo, y sucedió por las Pascuas del Espíritu Santo, y en estos
días hay dos procesiones y sermón del asunto desde el año 826.
Este texto es copia de la leyenda que aparece bajo el cuadro dedicado a ilustrar el milagro que se conserva en la iglesia románica de Santa María del Camino (Carrión de los condes).
Cerca de la entrada del pueblo, se ofrece albergue en un convento hermoso.
Entramos a mirar el claustro y nos encontramos a Namí. Saludo cordial y nada más. Seguimos rumbo al centro y encontramos a Olga y Raquel bebiendo unas cervezas con otro peregrino. Besos y abrazos, pero declinamos la invitación a sentarnos con ellos ya que están a pleno sol y nosotros preferimos repararnos bajo el toldo del bar. Reponemos fuerzas con unas cervezas y unas papas fritas de bolsa para quitarnos el mal gusto de la comida en Villalcazar. Mientras bebemos plácidamente, Julio exclama una de sus frases favoritas: ‘Cabeza, fíjate si hay wi-fi’. La respuesta que normalmente sigue a esa exclamación es: ‘Y a vos, ¿te cortó las piernas el tren?’, pero ya lo celebramos como un clásico. Nos dan la clave de internet, que tiene aproximadamente 20 dígitos, y ello mueve a Julio a una amarga reflexión sobre la ambición de proteger la señal de wi-fi con esas claves ridículas. Como si hubiese una especial satisfacción en negar a otros lo que uno ya posee, aunque en nada perjudique a nuestras posesiones que el prójimo pueda también disfrutar de ellas. Interrumpe esa reflexión un señor mayor que nos pregunta si hoy es viernes. No, le respondemos, sin dudar. Es domingo (que lo tenemos muy presente porque es el día del gran clásico entre el Barcelona y el Real Madrid). Nos mira confundido y, de pronto, con voz de sospecha, nos dice: ‘Pero, ¿no es viernes? Porque otros chicos me han dicho que hoy es viernes’. Lo tranquilizamos y le aseguramos que es domingo. Se va caminando despacio, meneando la cabeza, ausente y perdido en sus propios laberintos. Es una imagen triste. Para sacudir la melancolía, apuramos el trago y vamos en busca de nuestro hotel. Damos un par de vueltas, tratando de ubicar adonde queda. Hay referencias y flechas para llegar al convento, pero ninguna indicación para el hotel. Nos encontramos nuevamente con el anciano, que nos vuelve a preguntar si hoy es viernes. La situación ya se parece a la del film ‘el Día de la Marmota’. Afortunadamente, en una tienda nos dan una explicación simple: hay que atravesar todo el pueblo, siguiendo el Camino, y luego de cruzar el puente encontraremos el convento - que es, a la vez, el hotel. ¡Aleluya! Besuqueamos nuestra estampita de Santiago y Ceferino Namuncura en agradecimiento y, luego, le preguntamos dónde podemos ver el partido de fútbol. Nos dice que hay muchos bares en el que lo pondrán, pero que tengamos cuidado si somos de alguno de los equipos en no asistir al café de los rivales. ‘¿Cómo vamos a reconocer qué bar es de cada equipo?’, le pregunto a la tendera. Su respuesta es simple: ‘no vas a tener ninguna duda en cuanto lo veas’. Esa respuesta me recuerda a la que una astróloga le dio a Julio, hace ya muchos años, cuando participaban de un programa radial de debates sobre astronomía y astrología. La pitonisa era hermosa y miraba a Julio con especial intensidad, como si no pudiese creer que Julio negase la comunicación mediante mensajes astrales. En un momento, la astróloga le dice: ‘Mañana a esta hora te voy a mandar un mensaje telepático’. Julio le responde: ‘cosita de dios, vos estás más buena que un cubanito de dulce de leche, así que seguro que me paso todo el día pensando en vos y seguro que a esa hora estaré sugestionado y tendré la impresión de que me mandas un mensaje’. Ella responde, lacónicamente: ‘En cuanto lo recibas, no tendrás ninguna duda de que yo te lo he enviado’.
Salimos del pueblo y llegamos al convento, en el que una parte importante está dedicada al funcionamiento de un hotel de cuatro estrellas. Es hermoso, con un parque incendiado de colores otoñales, y muchos detalles de arte sacro que se han acumulado con el paso del tiempo.
La entrada es similar a la de un castillo, con salones de piedra enormes, alfombras y tapices que amortiguan los pasos y los ruidos. Como música de fondo se escuchan cantos gregorianos, dándole al ambiente un aire de solemnidad, como de templo preparándose para comenzar la misa. Nos recibe el conserje que confirma nuestra reserva, mirando con cierto desdén nuestra indumentaria. La impresión que nos transmite es que allí los peregrinos solo son de fin de semana, que van en automóviles caros y que luego de caminar un rato vuelven allí para los tratamientos de belleza y relax. Nos pide la identificación a los tres, de manera correcta pero un tanto teñida de racismo. Me subleva la actitud y le respondo que en ningún lugar del Camino nos han pedido que todos exhibamos el DNI o pasaporte. Usualmente es suficiente completar los datos de los que se alojan, mostrar un DNI y eventualmente una tarjeta de crédito para afianzar el pago. Mi réplica molesta al conserje, que señala que es imperativo legal proceder a la identificación de todos los pasajeros y que no es problema suyo si otras instituciones no cumplen con la ley. ‘Qué extraño’, añado ‘que, en casi 500 kilómetros, los únicos interesados en preservar las leyes y el Estado de Derecho sean los responsables del convento de San Zoilo’. Laura se irrita con la polémica y busca su carnet de identidad. Entregamos nuestra documentación (DNI españoles, salvo Julio que entrega su pasaporte canadiense) y, le digo a Julio que, en la época de la dictadura en Argentina, también decían lo mismo. El conserje no añade ninguna palabra más y nos entrega la llave. Laura, que sufre mucho estos conflictos verbales, se ensaña conmigo y no me dirige la palabra. Siesta contrariada, pero siempre que llovió, paró.
Luego de descansar un rato, Julio va hacia el centro del pueblo y yo bajo a tomar un café. Allí encuentro a una señora mayor que llora en silencio, en la mesa contigua a la mía. Impresiona mucho ver llorar a las personas mayores y no sé bien qué hacer. Viene la camarera y le dice a la señora que se siente en la barra y luego toma mi pedido. Conversan allí después de servirme un cortado y un agua con gas. No es necesario hacer mayores esfuerzos para escuchar que la han despedido después de quince años de trabajar allí. Como a un perro, repite una y otra vez mientras llora y llora. Acude otra mujer y la lleva a caminar por los jardines. Me quedo pensativo, con vergüenza ajena, mascullando rabia contra la curia, definitivamente cruzado el ánimo contra el Hotel-Convento.
Con Laura salimos a recorrer la ciudad, en la que se adivina que el peregrino puede encontrar ‘todos los servicios’. Nos parece, efectivamente, una ciudad bastante grande, pero es importante subrayar que después de tanta marcha por caminos desolados, pueblos diminutos y caseríos, nuestra percepción de las dimensiones se haya un poco distorsionada. Por ejemplo, en mi infancia, una ciudad que me parecía un simple caserío polvoriento era ‘Ojo de Agua’, ubicada en el límite entre Córdoba y Santiago del Estero. Actualmente, sigue siendo un pueblo pequeño, casi fantasma, pero cuenta con casi 4.000 habitantes. A su vez, Carrion de los Condes tiene 2.200 habitantes según el censo del 2012 y Puente La Reina, que es otra ciudad que recordamos como de buenas dimensiones, tiene 2800 habitantes. Esas son las dimensiones de las ciudades ‘grandes’-dejando de lado a Pamplona, Logroño y Burgos - por las que hemos caminado. El resto muchas veces no llega al medio centenar de habitantes. Sin embargo, a pesar de la reducida población, es usual encontrar en estas ciudades del Camino monumentos impresionantes. En Carrión de los Condes nos sorprende la iglesia de Santiago, con un portal de una extraordinaria riqueza, que seguramente influyo en el que se esculpió poco después en Santa María de Villalcázar.
Nuestra guía señala:
La iglesia de Santiago tiene una magnífica portada donde 22
figuras - en sus arquivoltas - muestran diferentes oficios y sobre ellas - en
el friso - están representados los doce apóstoles presididos por una
extraordinaria imagen del Pantocrátor que sobrecoge a los peregrinos
Luego de visitar esa iglesia y su museo, con Laura nos sentamos en un bar para ver el partido entre el Barcelona y el Madrid. Todavía falta un rato para que comience el juego, pero tanto Laura como yo usamos anteojos y es conveniente buscar con tiempo una mesa cercana al televisor. Encontramos una justo enfrente de la pantalla y un poco más atrás, sentado con un café, se encuentra un parroquiano de mediana edad, que resguarda una silla para un amigo que llegará pronto y nos cede las restantes para que podamos ubicarnos. Al poco rato, el bar comienza a llenarse con gente del pueblo. A diferencia de otros lugares, aquí conviven las dos aficiones y la gente se grita de una mesa a otra, con alegría, sin pudor, pero destilando el veneno que los amigos y parroquianos suelen reservar para eventos como estos. Julio se suma a nuestra tertulia y nos cuenta que Olga y Raquel verán el partido en otro bar. Tal vez nos encontremos con ellas más tarde. Mientras esperamos la hora del partido, arreglamos nuestro alojamiento para el día siguiente en Calzadilla de la Cueza, pero el teléfono de Jaco Trans suena sin que nadie responda. No importa, ya arreglaremos este tema más tarde.
Laura se queja de dolor de estómago y atribuye responsabilidades a la ensalada del mediodía. Para aliviarse de su malestar decide tomarse dos coca-cola light, una par de cervezas y un omeprazol. Yo elijo una copa de vino blanco y Julio se apunta a una jarra de cervezas. A la mesa de atrás nuestro se suma otro parroquiano, voluminoso en su envergadura, ancho como el Paraná, con un vozarrón y desparpajo más compatible con un origen andaluz que con la sufrida población de Castilla. Se inicia el partido y el local se llena de una tensión evidente, el ambiente está cargado de una electricidad inexplicable para aquellos que no son aficionados al fútbol. Nosotros tres somos incondicionales del Barcelona y eso significa que sufrimos y nos alegramos con las desventuras de este equipo. En el arranque está mucho mejor el Madrid y el parroquiano ancho anima y anima, mofándose de su amigo que contempla el juego, casi en silencio, soltando de vez en cuando alguna puteada en voz baja y alguna que otra expresión en catalán. Estas exclamaciones delatan que es de Cataluña y luego, en el entretiempo, por la conversación que mantiene con otros parroquianos, queda claro que hace veinte años abandono su pueblo de Cataluña para radicarse en Carrión.
El Madrid marca primero y estalla el local, donde la mayoría apoya a ese equipo, o simplemente están cabreados porque los catalanes quieren convocar a un referendum para separarse de España. El parroquiano voluminoso se para, festeja el gol, levanta los brazos arengando al público del local, que corea ‘Madrid, Madrid’. Pide una ronda de cervezas para él y su amigo catalán y también le ofrece su pañuelo, advirtiéndole que tendrá mucho para llorar esa tarde. Pero, mis amigos, el fútbol es caprichoso, y el Barcelona da vuelta el resultado: se pone en frente por 2 a 1. Nosotros festejamos esta situación, con algunos pocos parroquianos que, en el fondo, tienen una bandera y la agitan para provocar a otros amigos. El parroquiano catalán, ratificando la mesura que caracteriza a ese pueblo, se burla delicadamente de su amigo voluminoso, que soporta con resignación las bromas. El ambiente es hermoso, tensión, risas, bromas, apuestas, casi todo lo que la vida de un pequeño pueblo puede concentrar en ese momento.
Falta poco para que termine el partido, pero el Madrid inesperadamente empata el juego y se adelanta buscando la victoria. Los dos equipos parecen boxeadores enfurecidos en busca del golpe definitivo. El parroquiano ancho, que ahora anima sin pausa a los otros parroquianos del bar, le dice a su amigo catalán: ‘Y ahora... ¿cómo lo ves?’. El catalán, que al igual que nosotros está rezando a Santiago Apóstol por un milagro que desequilibre el partido a favor del Barcelona, dice dubitativo y en voz baja: ‘Y... no sé’. Vuelve el voluminoso a insistir en voz alta para que toda la parroquia lo escuche; ‘Y, Joan, ahora... ¿cómo lo ves?’. El catalán traga saliva ante lo complicado de la situación y responde: ‘Se puede ganar y se puede perder’. Inmediatamente, veloz como el rayo, responde el parroquiano voluminoso, girándose ante toda la parroquia, con los brazos abiertos: ‘¡Joder, seguro que éste ha ido a Cambrdige para aprender esto!’. Carcajada general y final del partido, Cuando nos vamos, el voluminoso me palmea la espalda y me dice: ‘Hoy habéis sufrido lindo, ¿no?’ Nos reímos y, al salir, nos desea buen camino.
La noche de Carrión es fresca y la gente desaparece rápidamente. También los bares y comercios cierran precipitadamente y nos deja una sensación de urgencia sobre un lugar para cenar. Podríamos volver al hotel, pero allí la cena seguramente será más onerosa de lo que nosotros pretendemos y, por ello, buscamos algún lugar en el centro que todavía esté abierto. Mientras caminamos sin rumbo, Laura se detiene y exclama: ‘¡Jaco Trans!’. El pánico se adueña de la comunidad de peregrinos. Gritos de horror se elevan desde nuestra garganta como cuando un cascarudo se te mete por debajo de la remera y empieza a zumbar y a revolotear por todo tu cuerpo buscando la salida. Mis amigos, ‘verdad’ es mi segundo nombre así que tengo que dejar las cosas claras: a esta altura de la peregrinación, sin Jaco Trans estamos perdidos. Laura manotea su teléfono, pero ‘Happy Chip’ - que es su proveedor de telefonía móvil - no da señal; yo manoteo la estampita de Santiago - ya bastante manoseada durante el partido - mientras Julio busca su propio móvil. Lo encuentra y contenemos la respiración. Una. Dos. Tres veces suena la campanilla. Hay algunos que dicen que en el último instante antes de morir, las personas contemplan pasar toda su vida. Bien, algo así ocurre en estos segundos que se hacen interminables. Finalmente, Jaco Trans atiende y cuando Laura se identifica, le contesta que estaba sorprendido de que no hubiésemos llamado, pero que pensaba que - en virtud de lo lindo que es el Convento de San Zoilo - habíamos decidido quedarnos una noche más. Arreglamos el transporte y, casi al mismo tiempo, encontramos un lugar que se apiada de nosotros y nos ofrece lo que queda ya a esa altura de la noche.
A la salida, el frío del otoño vuelve a golpear el estómago de Laura, que se siente mal; con mucho dolor y nauseas. Apuramos el paso y en diez minutos llegamos al hotel. Laura va directamente a la habitación, pero con Julio tomamos la última copichuela en el bar. Va por ustedes. Salud y buen camino.
7 de
Octubre
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