15.
Castrojériz – Fromista
(26,2 kilómetros)
A la madrugada, puntualmente, llega el dolor
del ligamento dañado y mientras el analgésico hace su trabajo, tengo tiempo
para acomodar unas cuantas imágenes y pensar sobre unas pocas ideas. Hoy me ha
desvelado la certeza de que ya falta realmente muy poco para acabar con nuestra
peregrinación. Menos de una semana de marcha y una distancia de casi 150
kilómetros. Tal vez eso sea mucho o, quizás, según otros parámetros, sea
realmente poco. Por ejemplo, con frecuencia viajo desde Córdoba a Bahía Blanca
en automóvil y tardo cerca de nueve horas en recorrer los 960 kilómetros que
separan a una ciudad de otra. Si me levanto temprano y tengo suerte en el
tráfico, puedo llegar después del almuerzo, casi a la hora de los postres y el café.
En unas diez horas recorro más distancia que la marcada para ir desde Saint
Jean hasta Santiago; en este caso son casi 800 kilómetros y completarlos a pie
representa casi treinta días de marcha. Ahora nos quedan 7 etapas, una semana
más de camino y luego volver a las cotidianas cosas. Sin embargo, es una
sensación muy extraña la de desprenderse del papel de peregrino y retomar otras
actividades; es como si el Camino no dejase espacio para otra cosa más y ahora
entiendo mejor a quienes, luego de llegar a Santiago deciden emprender
nuevamente la ruta en sentido inverso.
Con estos pensamientos me despierto temprano y decido ducharme. Normalmente, opto por ducharme al final de cada etapa, pero hoy necesito un estímulo más para sacudir la melancolía y el dolor del ligamento. Poco a poco va desperezándose la comunidad de peregrinos. Mientras me duchaba, Julio se ha conectado a internet y ha descubierto que su enamorada enmascarada atacó de nuevo y que se retracta de lo que había afirmado en el final de su mensaje anterior (es decir que ya era hora de que el rayo del amor los consumiese juntos). Sigue obsesionada con el tema meteorológico, pero se advierte un cambio importante ya que ahora sólo dice: ‘ojala que te parta un rayo’. ¡Oh, mis amigos! Amargo el destino de los amores contrariados es, diría el Maestro Yoda. Ayer nomás, conmovidos por el amor, habíamos improvisado un recital exclusivo para celebrar a Cupido, y ahora tenemos que llorar amargamente los desengaños. Me acerco a Julio y le repito el célebre consejo de Carlos Gardel: ‘Fuerza, canejo, sufra y no llore, que un hombre macho no debe llorar’. No es que ese verso sea un prodigio de la poesía universal, pero transmite la necesaria solidaridad que impone este momento.
Bajamos a desayunar. El comedor está lleno; encontramos una mesa pequeña, pero suficiente para nosotros. A mí me gustan los huevos revueltos y a Julio y Laura los jugos y frutas naturales. No hay ni lo uno ni lo otro. Café de máquina, que aunque no es expreso está bastante bien, panes, manteca, queso, jamón y dulces. Nada del otro mundo, pero todo correcto. Dejamos listas nuestras mochilas para Jaco Trans y salimos al fresco de la mañana. Laura se ha demorado un poco y nos quedamos con Julio charlando en la puerta del hotel hasta que hace su aparición. Mientras yo me froto mi tobillo y pantorrilla con el Voltaren Gel, Julio estudia la guía del Camino. Se cierra la puerta y aparece Manrique. ‘Ahijuna con la lobuna’ exclama mi hermano, cuando ve a Laura ataviada con su gorro y sus guantes negros. Esa exclamación me da pie para continuar con otra gran frase del célebre Inodoro Pereyra: ‘Criaturita de dios’. Pero, Laura sabe que le queda bien su indumentaria y nuestras ironías se pierden sin agravios.
Con estos pensamientos me despierto temprano y decido ducharme. Normalmente, opto por ducharme al final de cada etapa, pero hoy necesito un estímulo más para sacudir la melancolía y el dolor del ligamento. Poco a poco va desperezándose la comunidad de peregrinos. Mientras me duchaba, Julio se ha conectado a internet y ha descubierto que su enamorada enmascarada atacó de nuevo y que se retracta de lo que había afirmado en el final de su mensaje anterior (es decir que ya era hora de que el rayo del amor los consumiese juntos). Sigue obsesionada con el tema meteorológico, pero se advierte un cambio importante ya que ahora sólo dice: ‘ojala que te parta un rayo’. ¡Oh, mis amigos! Amargo el destino de los amores contrariados es, diría el Maestro Yoda. Ayer nomás, conmovidos por el amor, habíamos improvisado un recital exclusivo para celebrar a Cupido, y ahora tenemos que llorar amargamente los desengaños. Me acerco a Julio y le repito el célebre consejo de Carlos Gardel: ‘Fuerza, canejo, sufra y no llore, que un hombre macho no debe llorar’. No es que ese verso sea un prodigio de la poesía universal, pero transmite la necesaria solidaridad que impone este momento.
Bajamos a desayunar. El comedor está lleno; encontramos una mesa pequeña, pero suficiente para nosotros. A mí me gustan los huevos revueltos y a Julio y Laura los jugos y frutas naturales. No hay ni lo uno ni lo otro. Café de máquina, que aunque no es expreso está bastante bien, panes, manteca, queso, jamón y dulces. Nada del otro mundo, pero todo correcto. Dejamos listas nuestras mochilas para Jaco Trans y salimos al fresco de la mañana. Laura se ha demorado un poco y nos quedamos con Julio charlando en la puerta del hotel hasta que hace su aparición. Mientras yo me froto mi tobillo y pantorrilla con el Voltaren Gel, Julio estudia la guía del Camino. Se cierra la puerta y aparece Manrique. ‘Ahijuna con la lobuna’ exclama mi hermano, cuando ve a Laura ataviada con su gorro y sus guantes negros. Esa exclamación me da pie para continuar con otra gran frase del célebre Inodoro Pereyra: ‘Criaturita de dios’. Pero, Laura sabe que le queda bien su indumentaria y nuestras ironías se pierden sin agravios.
Apenas hemos tenido tiempo de calentar los músculos cuando nos acordamos de las proféticas palabras del vasco con el que caminamos la mañana anterior: sudaremos lindo a la salida de Castrojériz. Delante nuestro, apenas a un kilómetro del pueblo, se vislumbra un repecho que parece interminable. ‘Joder con el caminito’, le digo a Laura, pensando en si es mejor encarar la subida a toda velocidad, o si por el contrario, es preferible morir lentamente. Ser o no ser.
Mientras reflexionamos sobre ese dilema, en el puente de madera que permite vadear el río Odrilla, nos pasa corriendo una chica joven, que va dejando en los albergues unas tarjetas en las que dice que es brasileña, radicada en Las Canarias y se dedica a carreras de fondo. Ha ganado varias veces la maratón de las islas y ahora, con el patrocinio de su comunidad, se ha embarcado en completar corriendo el camino. Con Laura comentamos que hay gente para todo, ¿no? Ya habíamos visto a peregrinos en bicicleta o a caballo, pero emprender la ruta jacobea como si fuese una competición deportiva hiere nuestra sensibilidad.
Enfrentamos la subida del ‘Teso de Mostelares’. Son un kilómetro y medio con una pendiente promedio de 11 grados en los que incluso Laura, que va sobrada de capacidad pulmonar, reclama confesión, pide perdón por sus pecados y se dispone a entregar el último suspiro. Paso a paso, mano firme en el bordón, trapo apretado en la muñeca para enjugar el sudor y compasión por otros peregrinos mayores, algunos bastante dañados, que se detienen cada cinco o diez pasos para recuperar el resuello. Nos impresiona vivamente uno de ellos, con mucho sobrepeso y con las rodillas a la miseria, pero que día tras día sigue y sigue. A nuestra derecha, como recordatorio de la dureza de la subida, encontramos un pequeño mojón que recuerda que allí falleció José Valiño, a los 62 años de edad en el 2006.
Ya falta menos, mis amigos, pero en el último tramo la pendiente se enrosca todavía más y exige llenar los pulmones como Pavarotti cuando encara el final del ‘Nessum Dorma’.
Llegamos boqueando. A pesar de que Laura camina un poco más despacio, dosificando su esfuerzo y encontrando su propio ritmo, ambos llegamos al mismo tiempo. Julio ya nos ha adelantado hace rato y no nos extrañaría que ahora vaya tras la brasileña jugando al coyote y el correcaminos. Nos sacamos unas cuantas fotos desde la cima y damos unas vueltas para ver toda la extensión de la meseta.
Impresiona tanto espacio y
horizonte, como también descubrir la cruz que recuerda a Francisco Manuel
Picasso López, de 42 años, que murió el 25 de septiembre de 2008 en ese mismo
sitio.
Nos
sacudimos la melancolía de tantas cruces y tanto esfuerzo y empezamos el
descenso interminable hacia el río Pisuerga, que marca el límite de Burgos y la
entrada a Palencia.
Son casi diez kilómetros en los que, la ausencia de
árboles, el viento y el sol castigan sin piedad; la piedra suelta amenaza
constantemente los tobillos y la extensión inabarcable de los campos de
cereales produce un encono específico contra esa región, paradójicamente
celebrada por su riqueza en el Codex Calixtino, pero que a nosotros nos demuele
el ánimo. La riqueza del lugar -
conocida como ‘El Granero de España’ - es evidente pero puede apreciarla
realmente quien viaja de otra manera. En tiempos pasados, la peregrinación a
Santiago no estaba dividida en número de días ni en etapas; la gente simplemente
caminaba y caminaba. Nada impedía que se detuviesen luego de cinco o quince
kilómetros. De este modo, quien cruzaba por esta región podía finalizar su
marcha en el sitio que más atractivos le ofrecía. Por el contrario, en estos
días, los peregrinos caminan, por lo general, atentos a las indicaciones de las
guías, que dividen las etapas más o menos de manera uniforme. Ello se traduce
en la práctica en grupos relativamente numerosos que caminan todos los días las
mismas distancias. Dado que los compañeros de ruta son un valor muy alto en el
Camino, casi todos tratan de adaptarse a las pautas recomendadas por las guías
porque ello asegura que encontraremos a los mismos peregrinos día tras día.
Un puente de origen románico, el ‘Puente de la Mula’, construido en el reinado de Alfonso VI, casi en el 1100, aunque muy restaurado en siglo XVI, nos quita la monotonía de la senda y nos franquea la entrada a Palencia.
Un puente de origen románico, el ‘Puente de la Mula’, construido en el reinado de Alfonso VI, casi en el 1100, aunque muy restaurado en siglo XVI, nos quita la monotonía de la senda y nos franquea la entrada a Palencia.
El puente, de varios arcos, da una cabal medida del caudal que puede acarrear el Pisuerga en sus crecidas. Caminamos bordeando el río, en un paraje arbolado, hasta Itero de la Vega.
El pueblo no tiene prácticamente ningún interés y vemos un bar donde se aglomeran los peregrinos que desean sacudirse la modorra de la etapa con algún café. Julio no aparece por ninguna parte, así como tampoco hay rastros de la peregrina brasilera. Comemos unas naranjas y rellenamos nuestras botellas de agua. Seguimos. La infinita llanura vuelve a adueñarse del paisaje y un viento cruzado molesta y desmoraliza. Un kilómetro y otro más sin nada. La nada. El malhumor se adueña de Laura como de la mayoría de peregrinos que describen este tramo con particular énfasis negativo. Por ejemplo, en la red abundan comentarios como ‘Ay, diosito, no se acaba más’ y cosas por el estilo. La amplitud del horizonte deja al descubierto ramilletes de peregrinos que caminan balanceándose bajo el peso de sus mochilas y el viento en contra. Como escribió un peregrino en su blog: ‘Es como una imagen de ‘The Walking Dead’’. Hordas que van en la misma dirección, gruñendo y desconociéndose, esperando con impaciencia que se acabe la etapa, o encontrar un bar, o un poco de sombra. Nada y otra vez nada.
La senda tiene mucha piedra suelta, del tamaño promedio de una ciruela, y también mucho guijarro cabrón que parecen haber sido especialmente adiestrados para meterse en la bota y joderte un buen rato. La famosa piedra en el zapato. Primero la notas y piensas que ya se va a acomodar o disolver, y vas así, con el pie medio de cotilonga, para que no se te incruste en el talón. A los diez pasos la piedrita te ha tocado los cojones lo suficiente para mentarle la madre cien veces, pero todavía no pierdes las esperanzas. Hasta que finalmente, cuando ya la piedra te ha dejado más caliente que pata de camello, no hay otra alternativa sino parar, desamarrar la bota, plantarse sobre un solo pie como una garza en plena laguna de Mar Chiquita, sacudir la piedra y embocar nuevamente el pie sin apoyarlo en el suelo (en caso contrario, habrá que repetir la operación diez pasos más adelante). Laura, hace ya varias etapas en una ocasión similar, enunció un teorema fundamental para el peregrino: la piedra de hoy es la ampolla de mañana.
Un kilómetro y otro más. El tiempo se va consumiendo en experiencias sensoriales extrañas. Como si empezases a alucinar y, en ese estado de semi-locura, te das a tareas extrañas e improductivas como repasar los pretéritos pluscuamperfectos de los verbos regulares, intentar averiguar las razones por las que te abandonó tu primer amor, cantar canciones de Palito Ortega y mil cosas más por el estilo. Así hasta completar diez kilómetros de llanura y llegar a Boadilla del Camino. Aunque todavía faltan unos cuantos kilómetros para el final de la etapa, la llegada al pueblo nos produce una alegría indescriptible. Todavía no tenemos noticias de Julio, así que lo buscamos en los únicos dos bares que encontramos y ello también nos sirve para darnos una idea del lugar. Como su nombre lo indica, Boadilla fue creciendo con las peregrinaciones que fatigaban el Camino de Santiago y allí se erigió tanto un Hospital como una iglesia monumental. Ya en el año 960 aparece este pueblo mencionado en los fueros de Melgar de Suso y entre sus personajes más ilustres se cuenta a Nicolás de Bobadilla, quien en el siglo XVI fundo, junto a Ignacio de Loyola, la Compañía de Jesús. Aunque la iglesia, los dos bares, el albergue, los graneros y corrales parecen conferirle una dimensión mayor, en verdad, se trata apenas de un caserío. Tiene únicamente 113 habitantes, según el censo del 2012.
Nos sentamos en el bar de un albergue privado – en el edificio en el que antiguamente funcionaba el Hospital de Peregrinos -, pedimos cerveza, coca light, dos bocadillos de queso y hielo para mi lesión. El albergue ofrece muchas comodidades, por ejemplo, cuenta con pileta y muchos peregrinos, que tenían previsto llegar a Fromista, deciden quedarse allí. En la mesa contigua a la nuestra hay un matrimonio americano que está dando cuenta de su almuerzo y la mujer se queja exactamente del mismo mal que tengo yo; es decir, una tendinitis en la pierna derecha y también recurre al hielo para aliviar el dolor. Finalmente, contactamos con Julio por teléfono y, para nuestra sorpresa, recién está entrando en el pueblo.
Más cerveza y otro bocadillo. Le preguntamos por la brasileña y dice que no tiene la menor idea, pero nos explica que se retrasó en Itero de la Vega, porque encontró a un chico tomando mate, frente al bar del pueblo. Era un italiano a quien su novia argentina acababa de abandonar y que, como recuerdo de los fuegos de la pasión, le dejo el mate, termo y yerba. Julio le cuenta que también a él lo acaban de abandonar y allí se establece la complicidad necesaria para charlar un rato entre mate y mate.
Estamos sentados en el jardín del albergue, a la sombra de un pino enorme. El lugar es agradable, pero la presencia de una suerte de enjambre de tábanos nos obliga a una huida precipitada. Sellamos nuestras credenciales y salimos. Nos detenemos un momento en el ‘Rollo Jurisdiccional’, del siglo XIV, que es un pilar ricamente decorado que servía tanto para encadenar a los reos que tenían que ser juzgados como también para simbolizar los fueros de la ciudad.
Luego, con Julio emprendemos una rápida visita a la iglesia, que guarda una espectacular pila bautismal románica, mientras Laura espera en las afueras, impaciente ya por continuar la marcha.
Vamos a buen ritmo ya que todavía nos falta siete kilómetros para el fin de la etapa, pero a diferencia de la senda mortal que nos llevó a Boadilla, ahora el camino va junto a un pequeño cauce de agua y una arboleda da un poco de sombra y ayuda a recuperar la moral.
Llegamos al famoso Canal de Castilla, una obra extraordinaria y que bien puede ser considerada como el paradigma del progreso, el esfuerzo social, la ingeniería civil, el desarrollo mercantil y, finalmente, de la inutilidad y la obsolescencia.
Comenzó a construirse en el siglo XVIII y recorre más de 200 kilómetros de la meseta castellana. Básicamente, tenía por objetivo lograr una salida del trigo y otros granos hacia los puertos del Mar del Norte. Demandó un enorme esfuerzo humano y económico y tuvo su momento de esplendor sólo en la década de 1860 ya que en esa época se inauguró el ferrocarril que recorría exactamente el mismo trayecto y lo eclipso en su función de transporte de mercancías. El desnivel del canal es de, aproximadamente, 150 metros que se salvan gracias a un mecanismo de esclusas. El ancho varía entre 11 y 22 metros y las barcazas que navegaban el canal – más de 350 al día en su época de esplendor - eran, por lo general, arrastradas desde la orilla por animales de tiro. En la actualidad, el canal sirve básicamente como instrumento de regadío y proporciona un soporte básico para industrias ligadas al papel, harinas, cueros, molinos, etc.
Caminar junto al canal tiene un efecto hipnótico ya que las aguas van mansas y el viento genera una sensación refrescante. Seguimos a paso firme, pero con la esperanza de llegar pronto. Esta etapa es una de las más largas que hemos emprendido y cada uno de los kilómetros recorridos se siente en el cuerpo y el ánimo. Es un momento de repasar las cosas vividas en la jornada y nos reímos bastante de las peripecias de Julio y las diferentes circunstancias del amor. Sobre todo volvemos a examinar la historia de la ‘enamorada enmascarada’ ya que parece increíble que no tenga la menor idea de quién puede ser y de cuál es la razón para sus agravios y rencores. Mi consejo es que, frente a la radicalización del conflicto y la lapidaria frase ‘que te parta un rayo’, nadie reprocharía que tomase el toro por las astas y arremetiese a fondo. Por ejemplo, dado que el juego viene de anonimato, podría crear la cuenta ‘calentito_los_panchos@gmail.com’ y responder desde allí a los injustificados ataques. Pero, también examinamos otras relaciones que se van acumulando en estos tiempos en la vida de Julio. Anotamos: una historia pendiente con Olga, otra historia con una mujer que reza mucho y fuerte, y, finalmente, la ‘mujer enmascarada’. Laura le señala que su grupo de admiradoras ya es legión, más numeroso que el club de fans de Justin Bieber, y para coronar el momento, entono esa canción de Julio Iglesias, ‘Soy un truhan, soy un señor’ y ya que arrancamos con la música y la poesía, redondeo el momento con la inmortal canción de Cacho Castaña:
Cara de tramposo y ojos de atorrante,
con el pelo largo y la lengua picante.
Dejó la argentina buscando horizontes
en un viejo barco fue de polizonte
en tierras lejanas buscando fortuna ,
pensaba argentina como vos ninguna
Julio niega cualquier tipo de relación con esas mujeres y afirma enfáticamente que su tarea es sembrar amor. ‘Por cierto’, añade dejando traslucir un tono de melancolía similar al que los historiadores atribuyen a San Martín cuando miraba a Merceditas jugar con sus condecoraciones, ‘otros cosecharán los frutos de esta siembra, pero eso no me preocupa en lo más mínimo’. Para ejemplificar su tesis recuerda esa vez que salió con una amiga que le presentó Laura y que luego de dos citas, ella decidió desesperadamente ponerse de novia… ¡con otro! ‘Así es, mi querido hermano’, apunto, ‘el amor rara vez es compatible con la felicidad’. Ya sé, no hace falta que me lo diga: es una frase de porquería, pero la inspiración no siempre acude en el momento preciso. De todos modos, Julio no parece tener ninguna urgencia en concretar nada en estos momentos. Sería algo así como lo opuesto al famoso verso, que decía:
…y eres así a la espada parecida:
que matas más desnuda que vestida’
Al contrario que Quevedo, mi hermano, no parece tener mucho interés en pasar al plano de los desnudos. Más bien, le divierte el fino trazo de la seducción, de las palabras que conmueven, del mundo infinito que se forjan con las historias y los recuerdos.
Finalmente, llegamos a Fromista, un pequeño núcleo urbano que tuvo su momento de esplendor en el Medioevo. De esa época queda uno de los mejores ejemplares de iglesia románica, San Martín de Tours.
En Wikipedia puede leerse lo siguiente:
… Del siglo XI, es uno de los templos románicos más completos de
toda Europa. Destacan sus armoniosos ábsides y cimborrio, sus canecillos e
impostas, y en el interior, los capiteles labrados con un extenso repertorio de
imágenes sacras y profanas
Una buena cantidad de esos capiteles fueron despiadadamente dañados por un obispo que ordenó eliminar a todas aquellas representaciones de contenido sexual. Algunos ya han sido restaurados, pero muchos se han perdido para siempre.
Por supuesto, antes de visitar la iglesia,
nos sentamos en la terraza de un bar, con Olga, a despachar unas jarras de
cerveza, en una plaza que está a la vuelta de San Martín. Un rato después llega
Raquel y comentamos las incidencias de la jornada. Olga le reprocha que no le advirtiese
de Boadilla del Camino. Raquel se disculpa y le dice que se le paso, que fue
sin maldad. Como no entendemos nada, Olga nos cuenta que a la salida de Itero
de la Vega llamó a Raquel para ver qué tal la había tratado la subida al Teso
de Mostelares. Luego, Olga le dijo que ya había pasado Itero de la Vega y que
el camino era horrible y aburrido. Raquel le dijo, entonces, que ya no faltaba
casi nada; que unos cuantos kilómetros más y ya aparecía Fromista, que ese era el
próximo pueblo. ‘No’, exclamamos todos consternados, imaginando la decepción de
Olga. Es como si el último día de clases en el Bachillerato, el director de la
escuela inesperadamente decidiese añadir dos semanas más de colegio; como
cuando estás por cobrar el aguinaldo y ya empiezas a disfrutar pensando en qué
lo gastarás y aparece el cobrador del seguro para decirte que tienes que pagar
una cuota extra. Horrible. El viento, la piedra y el calor machacan sin piedad
el ánimo en esta etapa y, por eso, si te dicen que el próximo pueblo es ya el final
de tu etapa, cuando lo ves aparecer en el horizonte te pones más contento que
tortuga con rueditas. Olga también lo vivió del mismo modo. Cuando vio aparecer
las torres de Boadilla – que ella tomó por Fromista - apuró el paso, el alma
ligera, canturreando alguna coplilla, imaginando ya una buena ducha y descansar
los huesos. Así que cuando comprobó que había llegado a ninguna parte; que
todavía faltaban casi siete kilómetros de caminata, quiso cortarse las venas
con la estampita de Santiago Apóstol. Coincidimos todos en la crueldad de la
conducta de Raquel y su prenda es pagar la siguiente ronda de cervezas.
Quedamos en juntarnos a cenar y vamos en
busca de nuestro alojamiento. El nombre no promete mucho: Casa Rural Serviarias. Sin embargo, no hay nada que reprochar. Es
un departamento de dos habitaciones, con cocina, lavadora y un patio para secar
la ropa. Recogemos nuestro equipaje, que Jaco
Trans ha acarreado diligentemente, y propongo volver a ver la iglesia.
Cerrada negativa del resto de peregrinos que prefieren ducha, lavado de ropa y
descanso. A pesar del dolor de mi pierna, yo voy igualmente. Sello mi
credencial en la iglesia y me quedo un rato allí, impresionado por tanta
delicadeza y elegancia de ese estupendo monumento, un verdadero icono en el
Camino.
Regreso al alojamiento y les digo a Julio y Laura que la iglesia cierra en media hora; este dato logra sacudirlos de su modorra y salen nuevamente a la calle. Ahora soy yo quien se queda a descansar y, una hora más tarde, voy a buscarlos para tomar un café. Arreglamos el alojamiento de nuestra próxima etapa, en el Hotel Real Monasterio de San Zoilo y el acarreo de equipaje. El empleado de Jaco Trans, que ya conoce a Laura como si fuese parte de su familia, la felicita por la elección del Hotel y le comenta que se alegra de que hayamos decidido darnos un gusto y alojarnos allí.
Los días se acortan y la noche llega pronto. Julio va a visitar la iglesia y museo de San Pedro, que es un templo gótico, que contiene varias piezas de arte religioso de notable valor. Nosotros nos encontramos con Olga y Raquel en la terraza de un café hermoso, llamado ‘Venta Boffard’, que es un viejo almacén reciclado y decorado al estilo rústico con muy buen gusto. Antiguamente, el lugar era una quesería muy prestigiosa y actualmente han mudado la fábrica a las afueras del pueblo y han trasformado el lugar en un resto-bar. Allí acude la gente del pueblo a beber tragos, leer el periódico, merendar o cenar. La verdad es que nos encontramos muy bien allí y, ya con Julio sumado a la tertulia, decidimos comer en ese mismo sitio, pero adentro del local ya que ha refrescado bastante. La música es un fondo delicado de blues y jazz, la atención es correcta, y mientras pensamos en qué degustar, bebemos una botella de Martivilli, que es un verdejo de Rueda, de una estupenda relación precio-calidad.
La comida típica son tostadas, raciones y tapas, aunque también se pueden pedir platos más elaborados. Compartimos entre todos distintas raciones y vamos dejando que el vino vaya templando los recuerdos y las emociones. Sin embargo, dos episodios tuercen un poco el final del evento. Por una parte, Olga y Raquel no han conseguido convencer al hospitalero para que les dejase regresar un poco después de las diez de la noche y, por otra parte, Julio se desconecta a mitad de la cena, se vuelve taciturno, un tanto ausente y finalmente, pasa de nosotros y se dedica a resolver en internet alguna cosa que lo tiene inquieto. Por ello, cuando nuestras amigas parten a su albergue, nosotros también nos levantamos y le digo a Laura: ‘no puede ser que un sábado a la noche no salgamos a tomar algo. No iremos a dormir hasta que no hayamos bebido una última copichuela en todos los bares del pueblo’. Bien pueden imaginarse que la vuelta es corta ya que solo hay un bar abierto en el pueblo. Pero, es suficiente para el brindis final. A vuestra salud mis amigos. Buen Camino.
6 de Octubre
Interesante relato.
ResponderEliminarFelicidades.
https://www.flickr.com/photos/cefepe_/