18.
Calzadilla de la Cueza – Sahagún
(21,3 Kilómetros)
El Camino, todos los días, te pone a prueba.
En cada jornada siempre hay alguna incidencia o dificultad para templar el
ánimo y recordar que esta peregrinación es bastante diferente a un paseo
campestre. En este caso, la prueba es caminar en medio de una niebla densa,
como decorado de una película de terror. Por momentos, no se ve absolutamente
nada, ni las marcas del sendero, o los cruces de caminos. Lluvia, sol, viento,
niebla... prácticamente todos los estadios climáticos han aparecido puntualmente
en las diferentes jornadas. Hay algo como mágico en caminar en la niebla, como
una suerte de regreso a un mundo primitivo y misterioso, con sonidos lejanos y
amortiguados, sin más referencia que la mano en el bastón y, ocasionalmente, el
motor de algún vehículo.
Nos hemos despertado a eso de las siete y
media. Laura está bastante recuperada y ha decidido caminar con nosotros. Por
el contrario, yo me siento un poco deteriorado; el dolor del ligamento no ha
empeorado pero sigue allí presente y me exige buscar cada tanto un analgésico.
Siento la cabeza un tanto pesada no sólo por la combinación de vino blanco,
tinto y cervezas con que anoche regamos la larga conversación con Olga y
Raquel. Más bien, la sensación es la de haber comida en exceso, que el chuletón
con papas y huevo frito ha sido demasiado para el hígado del peregrino. Mientras Laura se ducha, bajamos con Julio a
inspeccionar el desayuno. Prácticamente ya no hay peregrinos en el salón, como
si todos hubiesen esperado las primeras luces para huir despavoridos de este
lugar perdido en medio de la meseta de Castilla. El desayuno es extremadamente
modesto, pero suficiente. Café con leche, tostadas, mantequilla y mermeladas.
Laura baja y se inclina por un té. Nos demoramos allí, indecisos, perezosos,
mirando a unos parroquianos que no tienen prisa por nada ya que están sin
trabajo y se dedican a intercambiar información con el brasilero que atiende el
bar acerca de los beneficios sociales que cubre el seguro de desempleo. Amenizan
la conversación con un licor granate, que calienta el pecho y pone alegría en
el corazón. Se toman unas cuantas copitas, ya sea solas o mezclándolas con el
café, es decir, un popular ‘carajillo’. Nos miramos con Julio y, sin previo
acuerdo, los dos llegamos instantáneamente a la misma idea: ¡‘El carajillo del
peregrino’! Hace ya unos cuantos días que se nos ha agotado el vino que
llevamos en la cantimplora y, por ello, el reconocido y afamado ‘buche del
peregrino’ ha estado olvidado de la mano de dios. Julio dice que esta misma
tarde pondrá remedio a esta afrenta.
Subimos a preparar las mochilas. Julio ya ha
dejado la suya en recepción, con los siete euros en el sobre de Jaco Trans, y baja al bar a revisar su
correo electrónico (tratando de obtener más pistas sobre la ‘enamorada
enmascarada’) y escribir en su blog las incidencias de estos días. Nos
demoramos un rato en el armado de la mochila y cuando bajamos entregarla en
recepción, el dueño del hotel nos mira sin comprender. Inmediatamente intuimos
que algo va mal. Esta intuición se vuelve certeza cuando nos dice:
- Joder,
¿ustedes despachan este equipaje a Sahagún? ¿Con Jaco Trans? ¡La camioneta ya ha pasado!
Mis amigos, qué tan a mano está el terror,
con cuanta facilidad las cosas se tuercen en un instante. Seguro que ustedes
también pueden enumerar momentos de desesperación. Es como esa escena de la
película ‘Los Intocables’, cuando se produce la balacera en la estación de tren
y un cochecito de bebe va cayendo escaleras abajo. Toda la escena está editada
en silencio, solo las imágenes del desastre, los rostros congestionados de los
que participan en la refriega, vidrieras quebrándose por el impacto de las
balas, pasajeros que se arrojan al suelo. Todo en silencio y, finalmente,
cuando Kevin Costner logra rescatar al niño, vuelve el sonido. En nuestro caso
ocurre algo similar. La exclamación del dueño del hotel nos deja helados, sin
respuesta hasta que, como en un dejà vu,
vuelven sus palabras en un eco infinito: ¡La camioneta ya ha pasado! Gritamos
espantados con Laura. Socorro, auxilio. Nos abrazamos como Leonardo di Caprio y
Kate Winslet cuando el Titanic
naufraga irremediablemente. Pedimos repetición de la jugada, la máquina del
tiempo, o cualquier otro artilugio que nos permita deshacer este mal momento.
El equipaje que acarreamos es el mismo con el que iniciamos la peregrinación en
Roncesvalles y, en ese momento, nos parecía de dimensiones más que adecuadas.
Ahora, en cambio, cuando lo depositamos para el acarreo nos parece más
voluminoso que los bártulos con que se traslada El Cirque du Soleil.
El dueño se disculpa – aun cuando no haya
cometido falta alguna – porque creyó que Laura viajaría en taxi a Sahagún con
las mochilas. Qué contrariedad. Qué desolación. En ese momento, milagrosamente, se abre la
puerta del local y entra el empleado de Jaco
Trans, que ha olvidado decirle algo al brasilero y ha tenido que regresar
al hotel. Lo abrazamos y nos esforzamos para cargarlo en andas, pero es más
pesado que Dumbo y nos contentamos con dar la vuelta olímpica al bar, gritando ‘milagro’,
‘milagro’ y proponemos redactar inmediatamente una carta al obispo para que
conste debidamente en actas el suceso. Sacamos nuestra estampita de Santiago y
damos besos de agradecimiento en el momento en que aparece Julio, que ha subido
a buscarnos por la escalera, mientras nosotros bajábamos por el ascensor. En
definitiva, un momento de crisis afortunadamente superado y nuestra comunidad
de peregrinos, luego de sellar sus credenciales, está lista para emprender la
marcha.
Cuando salimos del hotel nos golpea la
niebla. Avanzamos despacio, saboreando ese momento extraño en el que parece que
se ingresa a la cuarta dimensión, a un lado desconocido de las cosas.
Julio canta
una canción en catalán muy apropiada para ese momento, que mezcla el camino, la
niebla y el amor (‘Que tinguem sort’ de Lluis Llach)
… I així pren, i
així pren
Tot el fruit que et
pugui donar
El camí que poc a poc escrius
Per demà
Que demà, que demà
Mancarà el fruit de cada pas
Per això malgrat la
boira cal
Caminar
La traducción sería algo así como:
Y así toma, así toma
todo el fruto que te pueda dar
el camino que, poco a poco, escribes para mañana.
Porque qué mañana faltará el fruto de cada paso;
por ello, a pesar de la niebla, hay que caminar.
Seguimos, mis amigos, con el corazón
levemente encogido de nostalgia, con el anhelo de encontrar en el camino lo que
haga falta, con la certeza de que esta aventura poco a poco va llegando a su
final. Por momentos, el sol se filtra y se abre la visión de una meseta
escarchada y naranja, con un prisma de colores deshechos en la mañana, con el
otoño ya definitivamente dueño y señor de estas tierras.
La melancolía del momento se sacude en un par
de cruces con la carretera nacional. En ocasiones, el camino y la ruta
comparten senda y no nos hace gracia alguna tener que adentrarnos en el arcén
de la carretera con una niebla tan compacta. Además, a lo lejos, se escuchan
disparos de escopeta y no tenemos manera de saber si vamos acercándonos o
alejándonos del lugar donde están cazando. Afortunadamente, esos momentos
peligrosos son escasos y, a medida que la mañana envejece, se disipa la niebla
y solo quedan algunos bancos inmóviles, cerca de alguna aguada o arroyo. Julio
nos ha adelantado y, aunque no hemos establecido un lugar de reunión, no
tenemos dudas de que nos encontraremos a la hora de comer. Laura va a buen
paso; de sus dolores ya no ha quedado más que una sensación incierta de
nauseas, como una mala resaca que lentamente va cediendo. Seguimos nuestra
senda y vemos las flechas amarillas internarse en el caserío de Lédigos.
Sospechamos de la marca ya que vemos a lo lejos a un grupo de peregrinos sobre
nuestro sendero y ello nos da la impresión de que la entrada a ese caserío – 80
habitantes y casi todas las casas están construidas con ladrillos de adobe – tiene
más que ver con una estrategia de mercado del dueño del bar que con una opción
de los peregrinos.
No hacemos caso a las indicaciones de las flechas
amarillas y exploramos una cortada por medio de una explanada municipal en el
que se guardan distintos instrumentos de labranza. Dejamos atrás palomares –
que es una explotación de la zona codiciada tanto por la caza como por la
comida que elaboran con las aves - y pequeñas construcciones destinadas al
laboreo de los campos, en un paisaje similar al de días anteriores: campos de
cereales. Llegamos a una encrucijada de caminos sin marcar. Con Laura nos
miramos desconcertados y sin mucha dificultad advertimos nuestro error: vamos
distraídos, charlando de todo un poco, siguiendo a un compacto grupo de
peregrinos que va delante nuestro y, por ello, no habíamos advertido que ellos
van tan perdidos como nosotros. Pensamos un poco. La opción de desandar la ruta
hasta volver a encontrar las marcas es desechada porque creo ver a Julio a lo
lejos. Nos metemos a campo traviesa, calculando la trayectoria que seguirá mi
hermano para interceptarlo más adelante. Una vez que bajamos desde la huella al
nivel del campo (algo así como medio metro de desnivel) perdemos la perspectiva
y solo podemos movernos por intuición, por medio de tierra removida y en
proceso de preparación para la próxima siembra. Ladridos de perros nos indican
la proximidad de algún caserío y, de repente, alcanzamos a ver a lo lejos un
mural con el anuncio de un albergue. También alcanzamos a ver que el sendero
hace una curva y que Julio va más allá de lo que habíamos calculado así que
redoblamos el esfuerzo y retomamos la senda para encontrar a mi hermano en la
entrada de Terradillos de los Templarios.
Como el nombre lo indica, ‘Terradillos de los
Templarios’ es una vieja encomienda de la orden del Temple. En su época de
esplendor, a finales del siglo XIX tenía casi 750 habitantes, mientras que en
la actualidad cuenta tan solo con 77 residentes. Nos sentamos a tomar un café
en el albergue ‘Jacques de Molay’, que es un nombre tan poco creativo que da un
poco de desconfianza. El albergue está cerrado porque es momento de la
limpieza, pero se puede tomar algo en los jardines. Ya el sol luce con
esplendor y nos dedicamos un rato al descanso. En una de las paredes, al lado
de donde descansa un gato negro y grande como una pantera, hay una placa que
señala que nos encontramos en la mitad del Camino; que todavía resta para
llegar a Santiago de Compostela los mismos kilómetros que Julio ha recorrido
desde Saint Jean (para Laura y para mí un poco más). Sellamos nuestras
credenciales y seguimos. El camino es aburrido y la marcha, aunque es a buen
ritmo, se nos antoja perezosa. Queremos llegar a Sahagún, que es una localidad
que ofrece ‘todos los servicios’.
A los 12 kilómetros llegamos a Moratinos, que
es un pequeño caserío, pero acaba de inaugurar un albergue privado. A la
entrada del pueblo un cartel indica que ese albergue cuenta con piscina,
solárium, bar, salón de juegos, televisión por satélite y miles de cosas más.
Si hubiese que fiarse de la publicidad, el albergue sería parecido al Ceasar Palace de Las Vegas, pero es
fácil constatar que en ese pueblo de 22 habitantes estables, el anuncio promete
más de lo que puede cumplir. Pasamos frente al local y comprobamos que,
efectivamente, es un edificio nuevo, pero parece lejos de ser una oferta
realmente atractiva. Las pocas casas del lugar se agrupan en torno de una
pequeña colina (más una lomada que una montaña pequeña), que está coronada con
un banco y unas sillas, orientadas hacia el oeste. Frente a la iglesia
encontramos una fuente en la que nos refrescamos y allí mismo, a punto de
partir, un autobús que anuncia una inmediata partida hacia Sahagún. ¡Qué
tentación, mis amigos! Faltan todavía
casi diez kilómetros y en frente nuestro está la solución instantánea. Dice
Filio en una de sus canciones: ‘Vaya pues, está a mano el pecado, si es pecado
pensar’. Yo diría que en ese caso también peque y hubiese terminado esta etapa
en un abrir y cerrar de ojos. Me duele el ligamento, la pesadez de estómago
sigue si disiparse, el camino es aburrido, el sol castiga de lo lindo y mil y
una razones más para tomarse una tregua. Pero no. Seguimos. Dejamos atrás
Moratinos y nos intrigan unas cuevas, excavadas en las colinas que rodean al
caserío. Parece que son usadas básicamente como bodega, pero muchas de ellas
han sido acondicionadas como un lugar de esparcimiento ya que tienen antenas de
televisión o chimeneas.
Cuando cumplimos 16 kilómetros de marcha
llegamos a San Nicolás del Real Camino, población que cuenta actualmente con 48
habitantes. En la plaza está la iglesia, de ladrillo y adobe, desproporcionada
en sus dimensiones, excesivas como tantas otras para la cantidad de habitantes
del lugar. Encontramos un albergue, que tiene un bar con mesas afuera, mirando
hacia la iglesia y allí está Raquel, comiéndose un bocadillo. Nos sentamos con
ella y pedimos unas copas de vino. Laura pregunta si puede comer alguna fruta y
la camarera lo lamenta mucho, pero no dispone de fruta alguna para satisfacer
su pedido. Pido un plato de queso del lugar. Me traen una ración generosa,
acompañado de aceite de oliva, pan y... ¡un racimo de uvas! Laura no puede
creer que a ella le hayan negado la fruta y, en cambio me la sirviesen a mí.
Manrique muestra que se encuentra plenamente recuperada porque decide
levantarse para increpar a la camarera, saca la navaja que Raquel le regaló y
al grito de ‘viva la santa federación y mueran los salvajes unitarios’, encara
hacia el bar. A duras penas logramos desarmarla y, para devolver la paz al
lugar, le regaló mi racimo. Pero la ansiada paz dura poco porque un camión
inmenso se detiene justo al lado nuestro y baja unas mangueras monstruosas.
Laura, que sigue con la mosca detrás de la oreja, grita que es un desagote de
pozos negros y quiere increpar al conductor. Otra vez saca la navaja y otra vez
la reducimos, señalándole, que no se trata de un camión de recogida de
sustancias sospechosas sino de combustible, que
deposita en unos tanques inmensos al lado del albergue. El ruido del
camión en marcha nos deja el cerebro burbujeante, por lo que pagamos, sellamos
nuestras credenciales y encaramos nuevamente el camino.
Apretamos el paso porque amenaza lluvia.
Raquel se queda atrás y nosotros seguimos. Julio nos adelanta ya cerca de
Sahagún y lo vemos encarar una pequeña eremita en las afueras de la ciudad. Dudamos
sobre cuál será el Camino porque aparecen una cantidad increíble de flechas
amarillas en diferentes direcciones y para socorrernos en nuestras vacilaciones
se acerca un hombre bastante voluminoso en una motocicleta pequeña. Una imagen
rara ya que o bien hay demasiada masa corporal o bien hay escasa cilindrada. Lo
cierto es que nos indica el camino más recto para Sahagún y nos entrega una
promoción del albergue Viatoris.
Luego de asegurarse que vamos en la dirección señalada, abandonando a Julio a
su suerte, va en busca de nuevos peregrinos.
Entramos en Sahagún y esperamos a Julio, que llega despotricando no sólo contra la eremita que está cerrada por obras, sino también porque el camino está a punto de ser pavimentado y en ese kilómetro de recorrido han arrojado toneladas de arena para nivelar la senda. ‘Era como hundirse en las arenas movedizas’, se lamenta. Buscamos nuestro hotel, ‘Alfonso VI’, que se encuentra en el centro de la ciudad. Nos registramos, recogemos el equipaje acarreado por Jaco Trans, depositamos los bártulos en la habitación y bajamos a tomar una cerveza. Pedimos unos bocadillos de queso y vemos llegar al grupo de peregrinos anglosajones, que caminan con dificultad, pero que siempre siguen adelante. A pesar del sobrepeso, o de sus rodillas deformadas, van y van. Se alojan en el mismo hotel que nosotros y también se acercan al bar a beber algo. Mientras la mayoría del grupo - en total son siete u ocho peregrinos - espera en la terraza del bar, un hombre y una mujer van a pedir a la barra. Yo estoy allí, esperando que me entreguen los bocadillos, y escucho que la mujer pide dos cubas libres, pero en un mismo vaso y el hombre pide un jugo de naranja con vodka y, añade enfáticamente, ‘con mucha vodka’. Vuelvo a nuestra mesa y le comento a Julio lo que piden nuestros compañeros y, a partir de ello, los empezamos a mirar con mayor respeto todavía.
Siesta reglamentaria y luego salimos a dar
una vuelta por la ciudad. Volvemos al bar del mediodía, tomamos un café con
leche, y arreglamos el alojamiento de
nuestra próxima etapa. Julio va a una tienda gourmet que está al frente del bar
y regresa con un vino extraño. Fue allí con la intención de comprar un Ribera
del Duero, pero luego de una charla con el dueño de la tienda, el buen hombre
se niega a venderle ese vino porque insiste en que tiene que probar la variedad
local, que es un vino ‘para hombres de verdad’ y elabora una teoría sobre la
naturaleza poco viril de los que beben vinos de Rioja o de la Ribera del Duero.
Resultado: mi hermano vuelve con una botella llamada ‘El Peregrino’, un vino de
la comunidad de León, que se elabora con una variedad denominada ‘Prieto
Picuda’. Mis amigos, ¿qué puedo decirles? Desde Santo Domingo de la Calzada,
donde bebimos el vino ‘La Gallina blanca’ no habíamos probado algo similar. Letífero.
Algunos amigos me han señalado que esa variedad produce vinos interesantes y
que vale la pena darle una nueva oportunidad. Tal vez cuando regrese a León
pruebe otra vez ese caldo, pero seguramente no beberé otra botella de ‘El
Peregrino’.
Caminamos por Sahagún, que es una ciudad de
casi 3.000 habitantes.
Sus orígenes - y su denominación - están asociados al martirio de San Facundo y San Primitivo. Ambos fueron decapitados por los romanos y sus discípulos recuperaron sus cuerpos y edificaron un santuario. Allí se veneraba especialmente a ‘Sant Facundus’ o ‘Sant Fagun’, y de esas expresiones deriva el nombre actual. La ciudad es linda, con iglesias y edificios que dan testimonio de un pasado monumental. Sin embargo, en muchas de esas construcciones se utilizó ladrillo en lugar de piedra y, por esa razón, el estado de deterioro es notable. De acuerdo a nuestra guía, Sahagún...
Sus orígenes - y su denominación - están asociados al martirio de San Facundo y San Primitivo. Ambos fueron decapitados por los romanos y sus discípulos recuperaron sus cuerpos y edificaron un santuario. Allí se veneraba especialmente a ‘Sant Facundus’ o ‘Sant Fagun’, y de esas expresiones deriva el nombre actual. La ciudad es linda, con iglesias y edificios que dan testimonio de un pasado monumental. Sin embargo, en muchas de esas construcciones se utilizó ladrillo en lugar de piedra y, por esa razón, el estado de deterioro es notable. De acuerdo a nuestra guía, Sahagún...
Tuvo un pasado esplendoroso y fue llamado el Cluny español, ya
que creció al abrigo del monasterio benedictino de San Benito. Los artistas
trajeron de la España musulmana el arte mudéjar (utilización del ladrillo en
vez de piedra) que dio lugar a los célebres monumentos de Sahagún.
Iglesia de San Lorenzo:
Fue construida en el siglo XIII y lleva el sello de los alarifes mudéjares.
Torre de cuatro cuerpos, planta basilical (sin transepto que divida las tres
naves del presbiterio), tres abombados ábsides decorados en arquería ciega y
ladrillo, mucho ladrillo, definen esta iglesia.
Iglesia de San Tirso:
De la misma tipología que San Lorenzo, aunque más antigua, San Tirso comenzó a
construirse con sillares de piedra, al más puro estilo románico, a principios
del XII. Sin embargo continuó edificándose en ladrillo.
Iglesia de la Peregrina:
Dominando Sahagún sobre una colina a las afueras de la ciudad, la iglesia de la
Peregrina, también en románico mudéjar, fue construida a finales del siglo XIII
y habitada por una Comunidad de Franciscanos. La talla que albergaba de la
Virgen Peregrina, del siglo XVII de Luisa Roldán, se encuentra en las Madres
Benedictinas de Sahagún. Las obras de restauración de 2010 y 2011 la
convertirán en un Centro de Documentación del Camino de Santiago.
Arco de San Benito: Se
puede ver a la salida de Sahagún. Es barroco del siglo XVII y sustituyó a una
puerta románica del ruinoso y desaparecido monasterio de San Benito. Este
monasterio de la orden benedictina adoptó la reforma cluniacense en el 1080.
Sin lugar a dudas estos monumentos hubiesen
justificado una visita minuciosa, detallada de todo este patrimonio.
Sin embargo, no tenemos interés en ellos. Por alguna razón, estamos emocionalmente desconectados de esta ciudad. Caminamos sin prisas, viendo tiendas, disfrutando de la ciudad. Julio recibe un mensaje en su móvil. Es de Olga, que lo cita a cenar a las ocho, en un lugar donde ofrecen ‘Lechazo descomunal’. La verdad es que la expresión mete un poco de miedo. Todavía recuerdo el chuletón de la noche anterior en Calzadilla y mi hígado tiembla ante la perspectiva de un castigo que no merece ni un toro de Mihura. Le digo a Julio que no creo que nosotros nos sumemos a esa cena. Julio sonríe y nos responde que, de todos modos, no hemos sido invitados. ‘Ah, pillín pillín’, le digo, guiñándole el ojo, imitando a un padre ante la primera cita de su hijo adolescente. Ya vemos las flechas de Cupido descendiendo veloces; la pasión que cumple acabadamente su ritual, el amor y el Camino. Estos momentos únicos disparan mi inspiración y allí, en la plaza de Sahagún, parado en un banco advierto a mi hermano con un fragmento de Borges:
Sin embargo, no tenemos interés en ellos. Por alguna razón, estamos emocionalmente desconectados de esta ciudad. Caminamos sin prisas, viendo tiendas, disfrutando de la ciudad. Julio recibe un mensaje en su móvil. Es de Olga, que lo cita a cenar a las ocho, en un lugar donde ofrecen ‘Lechazo descomunal’. La verdad es que la expresión mete un poco de miedo. Todavía recuerdo el chuletón de la noche anterior en Calzadilla y mi hígado tiembla ante la perspectiva de un castigo que no merece ni un toro de Mihura. Le digo a Julio que no creo que nosotros nos sumemos a esa cena. Julio sonríe y nos responde que, de todos modos, no hemos sido invitados. ‘Ah, pillín pillín’, le digo, guiñándole el ojo, imitando a un padre ante la primera cita de su hijo adolescente. Ya vemos las flechas de Cupido descendiendo veloces; la pasión que cumple acabadamente su ritual, el amor y el Camino. Estos momentos únicos disparan mi inspiración y allí, en la plaza de Sahagún, parado en un banco advierto a mi hermano con un fragmento de Borges:
... No habrá sino recuerdos.
Oh, tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo...
Parecemos juglares de la edad media ya que
Laura, mostrando un gusto contemporáneo se inclina por corear una canción que
le susurraba al oído un novio de juventud
... Oh, my love,
my darling,
I've hungered
for your touch a long, lonely time,
Time goes by so
slowly and time can do so much.
Are you still
mine?
I need your
love,
I need your
love,
God speed your
love to me.
¡Qué
emoción, mis amigos! La abrazo por la cintura y ella atrapa mis manos como en
la famosa escena de Ghost. La
muchedumbre que se ha reunido aplaude, pide otra y algunos señalan que el
peregrino está más guapo que Patrick Swayze. Pero la magia se interrumpe cuando
alguien de la multitud, que ha llegado tarde y no ve bien qué ocurre, pregunta
si no sabemos la canción de la última película de Torrente. La tribuna se divide; algunos apoyan entusiasmados la
propuesta y otro grita preguntando si sabemos ‘Nossa, nossa voce asi me mata’,
que aparece en la película Alvin y las
ardillas 4.
Aprovechamos
el tumulto para desaparecer. Mi hermano aclara que Olga es una buena
amiga y que no hay nada más que eso. Claro, responde Laura, y le cuenta que eso
dijo Susana Giménez a Monzón cuando el cholo, nuestro gran campeón, la
sorprendió en bolas con Darín. Nos despedimos de Julio en el centro de la
ciudad y volvemos con Laura a descansar un rato antes de comer. Cerca de las
nueve de la noche bajamos a cenar. Preguntamos en el lobby del hotel por algún
lugar cercano y nos recomiendan el restaurante del Hostal que se encuentra en
la esquina (Hostal La Codorniz). Allá vamos, mis amigos, cansados y un tanto
agobiados por un cierto malestar; tal vez sea el esfuerzo del camino que se hace
sentir, pero me siento un tanto afiebrado y decido hacer un poco de dieta.
Laura se suma a la idea y ordenamos una sopa y filet de pescado con verduras
hervidas. Todo acompañado únicamente con agua. Como trae mala suerte brindar
con ese líquido, el brindis de esta noche queda en manos de Julio. Mañana será
otro día. ¡Buen camino!
9 de
Octubre
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