viernes, 5 de abril de 2013

18. Calzadilla de la Cueza – Sahagún

18. Calzadilla de la Cueza – Sahagún

(21,3 Kilómetros)



El Camino, todos los días, te pone a prueba. En cada jornada siempre hay alguna incidencia o dificultad para templar el ánimo y recordar que esta peregrinación es bastante diferente a un paseo campestre. En este caso, la prueba es caminar en medio de una niebla densa, como decorado de una película de terror. Por momentos, no se ve absolutamente nada, ni las marcas del sendero, o los cruces de caminos. Lluvia, sol, viento, niebla... prácticamente todos los estadios climáticos han aparecido puntualmente en las diferentes jornadas. Hay algo como mágico en caminar en la niebla, como una suerte de regreso a un mundo primitivo y misterioso, con sonidos lejanos y amortiguados, sin más referencia que la mano en el bastón y, ocasionalmente, el motor de algún vehículo.
Nos hemos despertado a eso de las siete y media. Laura está bastante recuperada y ha decidido caminar con nosotros. Por el contrario, yo me siento un poco deteriorado; el dolor del ligamento no ha empeorado pero sigue allí presente y me exige buscar cada tanto un analgésico. Siento la cabeza un tanto pesada no sólo por la combinación de vino blanco, tinto y cervezas con que anoche regamos la larga conversación con Olga y Raquel. Más bien, la sensación es la de haber comida en exceso, que el chuletón con papas y huevo frito ha sido demasiado para el hígado del peregrino.  Mientras Laura se ducha, bajamos con Julio a inspeccionar el desayuno. Prácticamente ya no hay peregrinos en el salón, como si todos hubiesen esperado las primeras luces para huir despavoridos de este lugar perdido en medio de la meseta de Castilla. El desayuno es extremadamente modesto, pero suficiente. Café con leche, tostadas, mantequilla y mermeladas. Laura baja y se inclina por un té. Nos demoramos allí, indecisos, perezosos, mirando a unos parroquianos que no tienen prisa por nada ya que están sin trabajo y se dedican a intercambiar información con el brasilero que atiende el bar acerca de los beneficios sociales que cubre el seguro de desempleo. Amenizan la conversación con un licor granate, que calienta el pecho y pone alegría en el corazón. Se toman unas cuantas copitas, ya sea solas o mezclándolas con el café, es decir, un popular ‘carajillo’. Nos miramos con Julio y, sin previo acuerdo, los dos llegamos instantáneamente a la misma idea: ¡‘El carajillo del peregrino’! Hace ya unos cuantos días que se nos ha agotado el vino que llevamos en la cantimplora y, por ello, el reconocido y afamado ‘buche del peregrino’ ha estado olvidado de la mano de dios. Julio dice que esta misma tarde pondrá remedio a esta afrenta.
Subimos a preparar las mochilas. Julio ya ha dejado la suya en recepción, con los siete euros en el sobre de Jaco Trans, y baja al bar a revisar su correo electrónico (tratando de obtener más pistas sobre la ‘enamorada enmascarada’) y escribir en su blog las incidencias de estos días. Nos demoramos un rato en el armado de la mochila y cuando bajamos entregarla en recepción, el dueño del hotel nos mira sin comprender. Inmediatamente intuimos que algo va mal. Esta intuición se vuelve certeza cuando nos dice:
- Joder,  ¿ustedes despachan este equipaje a Sahagún? ¿Con Jaco Trans? ¡La camioneta ya ha pasado!
Mis amigos, qué tan a mano está el terror, con cuanta facilidad las cosas se tuercen en un instante. Seguro que ustedes también pueden enumerar momentos de desesperación. Es como esa escena de la película ‘Los Intocables’, cuando se produce la balacera en la estación de tren y un cochecito de bebe va cayendo escaleras abajo. Toda la escena está editada en silencio, solo las imágenes del desastre, los rostros congestionados de los que participan en la refriega, vidrieras quebrándose por el impacto de las balas, pasajeros que se arrojan al suelo. Todo en silencio y, finalmente, cuando Kevin Costner logra rescatar al niño, vuelve el sonido. En nuestro caso ocurre algo similar. La exclamación del dueño del hotel nos deja helados, sin respuesta hasta que, como en un dejà vu, vuelven sus palabras en un eco infinito: ¡La camioneta ya ha pasado! Gritamos espantados con Laura. Socorro, auxilio. Nos abrazamos como Leonardo di Caprio y Kate Winslet cuando el Titanic naufraga irremediablemente. Pedimos repetición de la jugada, la máquina del tiempo, o cualquier otro artilugio que nos permita deshacer este mal momento. El equipaje que acarreamos es el mismo con el que iniciamos la peregrinación en Roncesvalles y, en ese momento, nos parecía de dimensiones más que adecuadas. Ahora, en cambio, cuando lo depositamos para el acarreo nos parece más voluminoso que los bártulos con que se traslada El Cirque du Soleil.
El dueño se disculpa – aun cuando no haya cometido falta alguna – porque creyó que Laura viajaría en taxi a Sahagún con las mochilas. Qué contrariedad. Qué desolación.  En ese momento, milagrosamente, se abre la puerta del local y entra el empleado de Jaco Trans, que ha olvidado decirle algo al brasilero y ha tenido que regresar al hotel. Lo abrazamos y nos esforzamos para cargarlo en andas, pero es más pesado que Dumbo y nos contentamos con dar la vuelta olímpica al bar, gritando ‘milagro’, ‘milagro’ y proponemos redactar inmediatamente una carta al obispo para que conste debidamente en actas el suceso. Sacamos nuestra estampita de Santiago y damos besos de agradecimiento en el momento en que aparece Julio, que ha subido a buscarnos por la escalera, mientras nosotros bajábamos por el ascensor. En definitiva, un momento de crisis afortunadamente superado y nuestra comunidad de peregrinos, luego de sellar sus credenciales, está lista para emprender la marcha.
Cuando salimos del hotel nos golpea la niebla. Avanzamos despacio, saboreando ese momento extraño en el que parece que se ingresa a la cuarta dimensión, a un lado desconocido de las cosas.


 Julio canta una canción en catalán muy apropiada para ese momento, que mezcla el camino, la niebla y el amor (‘Que tinguem sort’ de Lluis Llach)

… I així pren, i així pren
Tot el fruit que et pugui donar
El camí que poc a poc escrius
Per demà
Que demà, que demà
Mancarà el fruit de cada pas
Per això malgrat la boira cal
Caminar


La traducción sería algo así como:

Y así toma, así toma
todo el fruto que te pueda dar
el camino que, poco a poco, escribes para mañana.
Porque qué mañana faltará el fruto de cada paso;
por ello, a pesar de la niebla, hay que caminar.





Seguimos, mis amigos, con el corazón levemente encogido de nostalgia, con el anhelo de encontrar en el camino lo que haga falta, con la certeza de que esta aventura poco a poco va llegando a su final. Por momentos, el sol se filtra y se abre la visión de una meseta escarchada y naranja, con un prisma de colores deshechos en la mañana, con el otoño ya definitivamente dueño y señor de estas tierras.





La melancolía del momento se sacude en un par de cruces con la carretera nacional. En ocasiones, el camino y la ruta comparten senda y no nos hace gracia alguna tener que adentrarnos en el arcén de la carretera con una niebla tan compacta. Además, a lo lejos, se escuchan disparos de escopeta y no tenemos manera de saber si vamos acercándonos o alejándonos del lugar donde están cazando. Afortunadamente, esos momentos peligrosos son escasos y, a medida que la mañana envejece, se disipa la niebla y solo quedan algunos bancos inmóviles, cerca de alguna aguada o arroyo. Julio nos ha adelantado y, aunque no hemos establecido un lugar de reunión, no tenemos dudas de que nos encontraremos a la hora de comer. Laura va a buen paso; de sus dolores ya no ha quedado más que una sensación incierta de nauseas, como una mala resaca que lentamente va cediendo. Seguimos nuestra senda y vemos las flechas amarillas internarse en el caserío de Lédigos. Sospechamos de la marca ya que vemos a lo lejos a un grupo de peregrinos sobre nuestro sendero y ello nos da la impresión de que la entrada a ese caserío – 80 habitantes y casi todas las casas están construidas con ladrillos de adobe – tiene más que ver con una estrategia de mercado del dueño del bar que con una opción de los peregrinos.
No hacemos caso a las indicaciones de las flechas amarillas y exploramos una cortada por medio de una explanada municipal en el que se guardan distintos instrumentos de labranza. Dejamos atrás palomares – que es una explotación de la zona codiciada tanto por la caza como por la comida que elaboran con las aves - y pequeñas construcciones destinadas al laboreo de los campos, en un paisaje similar al de días anteriores: campos de cereales. Llegamos a una encrucijada de caminos sin marcar. Con Laura nos miramos desconcertados y sin mucha dificultad advertimos nuestro error: vamos distraídos, charlando de todo un poco, siguiendo a un compacto grupo de peregrinos que va delante nuestro y, por ello, no habíamos advertido que ellos van tan perdidos como nosotros. Pensamos un poco. La opción de desandar la ruta hasta volver a encontrar las marcas es desechada porque creo ver a Julio a lo lejos. Nos metemos a campo traviesa, calculando la trayectoria que seguirá mi hermano para interceptarlo más adelante. Una vez que bajamos desde la huella al nivel del campo (algo así como medio metro de desnivel) perdemos la perspectiva y solo podemos movernos por intuición, por medio de tierra removida y en proceso de preparación para la próxima siembra. Ladridos de perros nos indican la proximidad de algún caserío y, de repente, alcanzamos a ver a lo lejos un mural con el anuncio de un albergue. También alcanzamos a ver que el sendero hace una curva y que Julio va más allá de lo que habíamos calculado así que redoblamos el esfuerzo y retomamos la senda para encontrar a mi hermano en la entrada de Terradillos de los Templarios.
Como el nombre lo indica, ‘Terradillos de los Templarios’ es una vieja encomienda de la orden del Temple. En su época de esplendor, a finales del siglo XIX tenía casi 750 habitantes, mientras que en la actualidad cuenta tan solo con 77 residentes. Nos sentamos a tomar un café en el albergue ‘Jacques de Molay’, que es un nombre tan poco creativo que da un poco de desconfianza. El albergue está cerrado porque es momento de la limpieza, pero se puede tomar algo en los jardines. Ya el sol luce con esplendor y nos dedicamos un rato al descanso. En una de las paredes, al lado de donde descansa un gato negro y grande como una pantera, hay una placa que señala que nos encontramos en la mitad del Camino; que todavía resta para llegar a Santiago de Compostela los mismos kilómetros que Julio ha recorrido desde Saint Jean (para Laura y para mí un poco más). Sellamos nuestras credenciales y seguimos. El camino es aburrido y la marcha, aunque es a buen ritmo, se nos antoja perezosa. Queremos llegar a Sahagún, que es una localidad que ofrece ‘todos los servicios’.
A los 12 kilómetros llegamos a Moratinos, que es un pequeño caserío, pero acaba de inaugurar un albergue privado. A la entrada del pueblo un cartel indica que ese albergue cuenta con piscina, solárium, bar, salón de juegos, televisión por satélite y miles de cosas más. Si hubiese que fiarse de la publicidad, el albergue sería parecido al Ceasar Palace de Las Vegas, pero es fácil constatar que en ese pueblo de 22 habitantes estables, el anuncio promete más de lo que puede cumplir. Pasamos frente al local y comprobamos que, efectivamente, es un edificio nuevo, pero parece lejos de ser una oferta realmente atractiva. Las pocas casas del lugar se agrupan en torno de una pequeña colina (más una lomada que una montaña pequeña), que está coronada con un banco y unas sillas, orientadas hacia el oeste. Frente a la iglesia encontramos una fuente en la que nos refrescamos y allí mismo, a punto de partir, un autobús que anuncia una inmediata partida hacia Sahagún. ¡Qué tentación, mis  amigos! Faltan todavía casi diez kilómetros y en frente nuestro está la solución instantánea. Dice Filio en una de sus canciones: ‘Vaya pues, está a mano el pecado, si es pecado pensar’. Yo diría que en ese caso también peque y hubiese terminado esta etapa en un abrir y cerrar de ojos. Me duele el ligamento, la pesadez de estómago sigue si disiparse, el camino es aburrido, el sol castiga de lo lindo y mil y una razones más para tomarse una tregua. Pero no. Seguimos. Dejamos atrás Moratinos y nos intrigan unas cuevas, excavadas en las colinas que rodean al caserío. Parece que son usadas básicamente como bodega, pero muchas de ellas han sido acondicionadas como un lugar de esparcimiento ya que tienen antenas de televisión o chimeneas.
Cuando cumplimos 16 kilómetros de marcha llegamos a San Nicolás del Real Camino, población que cuenta actualmente con 48 habitantes. En la plaza está la iglesia, de ladrillo y adobe, desproporcionada en sus dimensiones, excesivas como tantas otras para la cantidad de habitantes del lugar. Encontramos un albergue, que tiene un bar con mesas afuera, mirando hacia la iglesia y allí está Raquel, comiéndose un bocadillo. Nos sentamos con ella y pedimos unas copas de vino. Laura pregunta si puede comer alguna fruta y la camarera lo lamenta mucho, pero no dispone de fruta alguna para satisfacer su pedido. Pido un plato de queso del lugar. Me traen una ración generosa, acompañado de aceite de oliva, pan y... ¡un racimo de uvas! Laura no puede creer que a ella le hayan negado la fruta y, en cambio me la sirviesen a mí. Manrique muestra que se encuentra plenamente recuperada porque decide levantarse para increpar a la camarera, saca la navaja que Raquel le regaló y al grito de ‘viva la santa federación y mueran los salvajes unitarios’, encara hacia el bar. A duras penas logramos desarmarla y, para devolver la paz al lugar, le regaló mi racimo. Pero la ansiada paz dura poco porque un camión inmenso se detiene justo al lado nuestro y baja unas mangueras monstruosas. Laura, que sigue con la mosca detrás de la oreja, grita que es un desagote de pozos negros y quiere increpar al conductor. Otra vez saca la navaja y otra vez la reducimos, señalándole, que no se trata de un camión de recogida de sustancias sospechosas sino de combustible, que  deposita en unos tanques inmensos al lado del albergue. El ruido del camión en marcha nos deja el cerebro burbujeante, por lo que pagamos, sellamos nuestras credenciales y encaramos nuevamente el camino.
Apretamos el paso porque amenaza lluvia. Raquel se queda atrás y nosotros seguimos. Julio nos adelanta ya cerca de Sahagún y lo vemos encarar una pequeña eremita en las afueras de la ciudad. Dudamos sobre cuál será el Camino porque aparecen una cantidad increíble de flechas amarillas en diferentes direcciones y para socorrernos en nuestras vacilaciones se acerca un hombre bastante voluminoso en una motocicleta pequeña. Una imagen rara ya que o bien hay demasiada masa corporal o bien hay escasa cilindrada. Lo cierto es que nos indica el camino más recto para Sahagún y nos entrega una promoción del albergue Viatoris. Luego de asegurarse que vamos en la dirección señalada, abandonando a Julio a su suerte, va en busca de nuevos peregrinos.


Entramos en Sahagún y esperamos a Julio, que llega despotricando no sólo contra la eremita que está cerrada por obras, sino también porque el camino está a punto de ser pavimentado y en ese kilómetro de recorrido han arrojado toneladas de arena para nivelar la senda. ‘Era como hundirse en las arenas movedizas’, se lamenta. Buscamos nuestro hotel, ‘Alfonso VI’, que se encuentra en el centro de la ciudad. Nos registramos, recogemos el equipaje acarreado por Jaco Trans, depositamos los bártulos en la habitación y bajamos a tomar una cerveza. Pedimos unos bocadillos de queso y vemos llegar al grupo de peregrinos anglosajones, que caminan con dificultad, pero que siempre siguen adelante. A pesar del sobrepeso, o de sus rodillas deformadas, van y van. Se alojan en el mismo hotel que nosotros y también se acercan al bar a beber algo. Mientras la mayoría del grupo - en total son siete u ocho peregrinos - espera en la terraza del bar, un hombre y una mujer van a pedir a la barra. Yo estoy allí, esperando que me entreguen los bocadillos, y escucho que la mujer pide dos cubas libres, pero en un mismo vaso y el hombre pide un jugo de naranja con vodka y,  añade enfáticamente, ‘con mucha vodka’. Vuelvo a nuestra mesa y le comento a Julio lo que piden nuestros compañeros y, a partir de ello, los empezamos a mirar con mayor respeto todavía.
Siesta reglamentaria y luego salimos a dar una vuelta por la ciudad. Volvemos al bar del mediodía, tomamos un café con leche,  y arreglamos el alojamiento de nuestra próxima etapa. Julio va a una tienda gourmet que está al frente del bar y regresa con un vino extraño. Fue allí con la intención de comprar un Ribera del Duero, pero luego de una charla con el dueño de la tienda, el buen hombre se niega a venderle ese vino porque insiste en que tiene que probar la variedad local, que es un vino ‘para hombres de verdad’ y elabora una teoría sobre la naturaleza poco viril de los que beben vinos de Rioja o de la Ribera del Duero. Resultado: mi hermano vuelve con una botella llamada ‘El Peregrino’, un vino de la comunidad de León, que se elabora con una variedad denominada ‘Prieto Picuda’. Mis amigos, ¿qué puedo decirles? Desde Santo Domingo de la Calzada, donde bebimos el vino ‘La Gallina blanca’ no habíamos probado algo similar. Letífero. Algunos amigos me han señalado que esa variedad produce vinos interesantes y que vale la pena darle una nueva oportunidad. Tal vez cuando regrese a León pruebe otra vez ese caldo, pero seguramente no beberé otra botella de ‘El Peregrino’.
Caminamos por Sahagún, que es una ciudad de casi 3.000 habitantes. 




Sus orígenes - y su denominación - están asociados al martirio de San Facundo y San Primitivo. Ambos fueron decapitados por los romanos y sus discípulos recuperaron sus cuerpos y edificaron un santuario. Allí se veneraba especialmente a ‘Sant Facundus’  o ‘Sant Fagun’, y de esas expresiones deriva el nombre actual. La ciudad es linda, con iglesias y edificios que dan testimonio de un pasado monumental. Sin embargo, en muchas de esas construcciones se utilizó ladrillo en lugar de piedra y, por esa razón, el estado de deterioro es notable. De acuerdo a nuestra guía, Sahagún...
Tuvo un pasado esplendoroso y fue llamado el Cluny español, ya que creció al abrigo del monasterio benedictino de San Benito. Los artistas trajeron de la España musulmana el arte mudéjar (utilización del ladrillo en vez de piedra) que dio lugar a los célebres monumentos de Sahagún.
Iglesia de San Lorenzo: Fue construida en el siglo XIII y lleva el sello de los alarifes mudéjares. Torre de cuatro cuerpos, planta basilical (sin transepto que divida las tres naves del presbiterio), tres abombados ábsides decorados en arquería ciega y ladrillo, mucho ladrillo, definen esta iglesia.
Iglesia de San Tirso: De la misma tipología que San Lorenzo, aunque más antigua, San Tirso comenzó a construirse con sillares de piedra, al más puro estilo románico, a principios del XII. Sin embargo continuó edificándose en ladrillo.
Iglesia de la Peregrina: Dominando Sahagún sobre una colina a las afueras de la ciudad, la iglesia de la Peregrina, también en románico mudéjar, fue construida a finales del siglo XIII y habitada por una Comunidad de Franciscanos. La talla que albergaba de la Virgen Peregrina, del siglo XVII de Luisa Roldán, se encuentra en las Madres Benedictinas de Sahagún. Las obras de restauración de 2010 y 2011 la convertirán en un Centro de Documentación del Camino de Santiago.
Arco de San Benito: Se puede ver a la salida de Sahagún. Es barroco del siglo XVII y sustituyó a una puerta románica del ruinoso y desaparecido monasterio de San Benito. Este monasterio de la orden benedictina adoptó la reforma cluniacense en el 1080.

Sin lugar a dudas estos monumentos hubiesen justificado una visita minuciosa, detallada de todo este patrimonio.


 Sin embargo, no tenemos interés en ellos. Por alguna razón, estamos emocionalmente desconectados de esta ciudad. Caminamos sin prisas, viendo tiendas, disfrutando de la ciudad. Julio recibe un mensaje en su móvil. Es de Olga, que lo cita a cenar a las ocho, en un lugar donde ofrecen ‘Lechazo descomunal’. La verdad es que la expresión mete un poco de miedo. Todavía recuerdo el chuletón de la noche anterior en Calzadilla y mi hígado tiembla ante la perspectiva de un castigo que no merece ni un toro de Mihura. Le digo a Julio que no creo que nosotros nos sumemos a esa cena. Julio sonríe y nos responde que, de todos modos, no hemos sido invitados. ‘Ah, pillín pillín’, le digo, guiñándole el ojo, imitando a un padre ante la primera cita de su hijo adolescente. Ya vemos las flechas de Cupido descendiendo veloces; la pasión que cumple acabadamente su ritual, el amor y el Camino. Estos momentos únicos disparan mi inspiración y allí, en la plaza de Sahagún, parado en un banco advierto a mi hermano con un fragmento de Borges:

... No habrá sino recuerdos.
Oh, tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo...

Parecemos juglares de la edad media ya que Laura, mostrando un gusto contemporáneo se inclina por corear una canción que le susurraba al oído un novio de juventud
... Oh, my love, my darling,
I've hungered for your touch a long, lonely time,
Time goes by so slowly and time can do so much.
Are you still mine?
I need your love,
I need your love,
God speed your love to me.

¡Qué emoción, mis amigos! La abrazo por la cintura y ella atrapa mis manos como en la famosa escena de Ghost. La muchedumbre que se ha reunido aplaude, pide otra y algunos señalan que el peregrino está más guapo que Patrick Swayze. Pero la magia se interrumpe cuando alguien de la multitud, que ha llegado tarde y no ve bien qué ocurre, pregunta si no sabemos la canción de la última película de Torrente. La tribuna se divide; algunos apoyan entusiasmados la propuesta y otro grita preguntando si sabemos ‘Nossa, nossa voce asi me mata’, que aparece en la película Alvin y las ardillas 4.
Aprovechamos el tumulto para desaparecer. Mi hermano aclara que Olga es una buena amiga y que no hay nada más que eso. Claro, responde Laura, y le cuenta que eso dijo Susana Giménez a Monzón cuando el cholo, nuestro gran campeón, la sorprendió en bolas con Darín. Nos despedimos de Julio en el centro de la ciudad y volvemos con Laura a descansar un rato antes de comer. Cerca de las nueve de la noche bajamos a cenar. Preguntamos en el lobby del hotel por algún lugar cercano y nos recomiendan el restaurante del Hostal que se encuentra en la esquina (Hostal La Codorniz). Allá vamos, mis amigos, cansados y un tanto agobiados por un cierto malestar; tal vez sea el esfuerzo del camino que se hace sentir, pero me siento un tanto afiebrado y decido hacer un poco de dieta. Laura se suma a la idea y ordenamos una sopa y filet de pescado con verduras hervidas. Todo acompañado únicamente con agua. Como trae mala suerte brindar con ese líquido, el brindis de esta noche queda en manos de Julio. Mañana será otro día. ¡Buen camino!

9 de Octubre

No hay comentarios:

Publicar un comentario