7.
Viana – Logroño
(11,2 Kilómetros)
‘Causación retroactiva’ dice Julio apenas
abre los ojos. Confiesa que es una idea terrorífica y que desde niño, cuando vio
a escondidas ‘Drácula vs Zombies III’, nada le ha producido tanto pavor como la
alteración en la asimetría de la causalidad. Vaya a saber con qué cosas asocia
esta idea; tal vez con una anomalía en el tiempo, con alguna manera de volver
atrás lo que ya ha ocurrido y que, por esos menesteres, los pérfidos ingleses
descubran cómo deshacer el gol de la ‘Mano de Dios’ en el mundial de México 86.
O peor aún, que regrese otra vez alguna mujer que es mejor que se haya ido para
siempre. Casi me conmueve, pero rápidamente veo que detrás de sus palabras se
esconde la daga de la burla y dejo que el comentario muera en soledad. Después
todo, tampoco es que la idea de causalidad retroactiva sea muy clara para los
filósofos, ni tan siquiera para los desprejuiciados. Así que, como diría Olga,
‘cada mochuelo a su olivo’ (que es algo así como ‘cada chancho a su rancho’) y
empezamos la jornada cada cual entretenido en sus propios asuntos.
El desayuno está a la altura del hotel. Muy bueno en la calidad de las frutas, frescura de sus panes y la variedad de jugos. Laura baja un rato más tarde, cuando con Julio ya vamos por el segundo café, un par de huevos revueltos y el bocadillo de jamón y aceite de oliva. ‘No hay que perder peso en el Camino’ apunta Julio con frecuencia y completa esa sentencia con otra que subraya que la deshidratación es letífera. La deshidratación puede ocurrir en un santiamén, nos previene. Los viajes de avión largo contribuyen mucho a ello y también el sueño – la respiración al dormir- aporta una cuota importante. Luego enumera las consecuencias: desconcentración, pérdida de memoria, sequedad de vientre, apatía, mal humor y un largo etcétera. De hecho, la sintomatología recuerda a la impresión que uno se lleva cuando acude, en Córdoba, a la oficina del Registro Civil a renovar su DNI. Allí también abundan las caras largas, el maltrato y el evidente estreñimiento de algunos funcionarios. ‘Es jodida la deshidratación’ subraya Julio y prosigue su enumeración de consecuencias mortales. La lista se va haciendo tan larga que se me ocurre que el único remedio a tal cantidad de males es procurarse una pomada que tenía mi abuela, llamada ‘Sambu’, que era algo así como un mentolado que se usaba para esto y también para aquello. No siempre curaba, pero te dejaba un olor a remedio que hubiese amedrentado incluso al lobizón. Laura se desentiende del tema, pero señala que por nuestra manera de engullir, lo raro será que no terminemos pidiendo turno en el popular programa de televisión ‘Cuestión de Peso’.
A nuestro lado desayuna una pareja mayor de norteamericanos. Él tiene una prótesis debajo de la rodilla, rematada con un pie ortopédico. Sin embargo, caminan los mismos kilómetros que nosotros, y eso nos devuelve a uno de los temas que con frecuencia son motivo de nuestra charla: las motivaciones para emprender el Camino, las dificultades que acechan día tras día. Julio resume memorablemente diciendo que el Camino te busca todos los días para ver donde puede morderte. El clima, las distancias, el peso, los esguinces, la mala suerte, el cansancio, son recursos que el Camino digita para desmoralizarte, para poner a prueba la determinación y los propósitos. Así que renovamos nuestra decisión al grito de ‘ponga huevos, ponga huevos’, nos juntamos en el centro del comedor, formamos un círculo, cantamos el himno, nos agachamos, lanzamos un ‘Haka Mauri’ a los aterrados norteamericanos y abandonamos el salón.
Subimos a preparar nuestras mochilas, entregamos el equipaje a Jaco Trans, pagamos, sellamos nuestras credenciales y seguimos las flechas amarillas que están en la puerta misma de nuestro hotel.
El desayuno está a la altura del hotel. Muy bueno en la calidad de las frutas, frescura de sus panes y la variedad de jugos. Laura baja un rato más tarde, cuando con Julio ya vamos por el segundo café, un par de huevos revueltos y el bocadillo de jamón y aceite de oliva. ‘No hay que perder peso en el Camino’ apunta Julio con frecuencia y completa esa sentencia con otra que subraya que la deshidratación es letífera. La deshidratación puede ocurrir en un santiamén, nos previene. Los viajes de avión largo contribuyen mucho a ello y también el sueño – la respiración al dormir- aporta una cuota importante. Luego enumera las consecuencias: desconcentración, pérdida de memoria, sequedad de vientre, apatía, mal humor y un largo etcétera. De hecho, la sintomatología recuerda a la impresión que uno se lleva cuando acude, en Córdoba, a la oficina del Registro Civil a renovar su DNI. Allí también abundan las caras largas, el maltrato y el evidente estreñimiento de algunos funcionarios. ‘Es jodida la deshidratación’ subraya Julio y prosigue su enumeración de consecuencias mortales. La lista se va haciendo tan larga que se me ocurre que el único remedio a tal cantidad de males es procurarse una pomada que tenía mi abuela, llamada ‘Sambu’, que era algo así como un mentolado que se usaba para esto y también para aquello. No siempre curaba, pero te dejaba un olor a remedio que hubiese amedrentado incluso al lobizón. Laura se desentiende del tema, pero señala que por nuestra manera de engullir, lo raro será que no terminemos pidiendo turno en el popular programa de televisión ‘Cuestión de Peso’.
A nuestro lado desayuna una pareja mayor de norteamericanos. Él tiene una prótesis debajo de la rodilla, rematada con un pie ortopédico. Sin embargo, caminan los mismos kilómetros que nosotros, y eso nos devuelve a uno de los temas que con frecuencia son motivo de nuestra charla: las motivaciones para emprender el Camino, las dificultades que acechan día tras día. Julio resume memorablemente diciendo que el Camino te busca todos los días para ver donde puede morderte. El clima, las distancias, el peso, los esguinces, la mala suerte, el cansancio, son recursos que el Camino digita para desmoralizarte, para poner a prueba la determinación y los propósitos. Así que renovamos nuestra decisión al grito de ‘ponga huevos, ponga huevos’, nos juntamos en el centro del comedor, formamos un círculo, cantamos el himno, nos agachamos, lanzamos un ‘Haka Mauri’ a los aterrados norteamericanos y abandonamos el salón.
Subimos a preparar nuestras mochilas, entregamos el equipaje a Jaco Trans, pagamos, sellamos nuestras credenciales y seguimos las flechas amarillas que están en la puerta misma de nuestro hotel.
Al salir de Viana, Julio dice que sería lindo producir un libro y un documental sobre nuestra peregrinación. ‘De Santiago a Santiago’. Laura objeta que ella es de Córdoba y le respondemos que no se preocupe, que le haremos dar – junto a la Compostelana – un documento público, un decreto del gobierno Santiagueño, concediéndole el título de Hija Dilecta (claro, así de bien hablamos en Santiago). Yo les cuento que nuestro día a día está documentado, en una suerte de crónica diaria, en mi cuenta Facebook. Sin embargo, les digo que he notado un cierto cansancio entre nuestros lectores y que hay que hacer algo para remediar el tono melancólico que han adquirido nuestras notas. Julio medita un momento y dice que hemos puesto el listón muy alto. Por supuesto que nos reímos con semejante disparate y Laura añade que los Navarros deberían tener cuatro manos para dedicar dos de ellas exclusivamente a aplaudirse por sus ideas geniales. ¿Qué más añadir? Tal vez que la autoestima no parece correr peligro inminente.Vamos caminando despacio por medio de un bosquecito de pinos, ya en la periferia de Logroño. La etapa es simple, corta y sin repechos que amenacen el buen humor de los peregrinos. A los ocho kilómetros de marcha encontramos el cartel que indica que hemos ingresado en la Comunidad de La Rioja. Justo al lado de una papelera que genera un intenso tráfico de camiones. Horrible. La verdad, horrible, pero sacamos fotos para documentar que no todo es románico y puentes medievales. Cruzamos por debajo de la carretera, por un andarivel, una suerte de túnel, cuyas paredes están todas cubiertas con mensajes y grafitis. Julio aporta su cuota de ingenio y deja plasmada en la pared la frase que ha impactado días atrás a Olga. Escribe: ‘Que el camino de este amor sea hacer amor el Camino’. Laura sólo pone: ‘El problema es la deshidratación’.
Bajamos por una senda hacia la ciudad que se
demora en aparecer. Olivares en un cielo gris y que, ocasionalmente, deja una
tenue llovizna es el paisaje que vamos fatigando. A la entrada de Logroño nos
detiene una señora mayor que está pelando unos pimientos asados. Es una de las
varias ‘hospitaleras’ que atienden a los peregrinos, dándole gratuitamente
agua, un trago de vino, un pan con aceite y pimientos.
Sellamos nuestras
credenciales y miramos otros objetos – básicamente chucherías – que la
hospitalera tiene a la venta: llaveros, calcomanías, planos, etc. Nada de eso atrae nuestra atención, aunque yo
sigo lamentando no tener el anillo de Santiago, que querían venderme en
Roncesvalles por 60 euros.
Entramos a Logroño bordeando el cementerio, dejando atrás una fuente hermosa que sirve en las jornadas de calor para que los peregrinos se refresquen, finalmente, nos encontramos con el río Ebro y allá, detrás de un puente monumental, asoman los edificios de Logroño.
Entramos a Logroño bordeando el cementerio, dejando atrás una fuente hermosa que sirve en las jornadas de calor para que los peregrinos se refresquen, finalmente, nos encontramos con el río Ebro y allá, detrás de un puente monumental, asoman los edificios de Logroño.
El Ebro
es un río inmenso, de aguas marrones e inquietantes. Se ve apacible, pero su
caudal impresiona como una bestia dormida, de la que es fácil adivinar que
cuando se despierta lo hace de muy mala leche. El puente es acorde al desafío
del caudal. Aparece mencionado en las crónicas de peregrinos como una obra
formidable. La construcción actual es del siglo XVIII, que aprovechó algunos
detalles de las anteriores construcciones. A la entrada, hay una oficina de
atención al peregrino y allí preguntamos por la forma más fácil de llegar a
nuestro alojamiento. De camino hacia el hotel encontramos una iglesia enorme
dedicada a Santiago (Iglesia de Santiago el Real), con una escultura del
‘Matamoros’ en su pórtico.
Esa referencia tiene su explicación simple. A tan sólo 16 kilómetros de Logroño se encuentra Clavijo, junto al monte Laturce tuvo lugar una famosa batalla en el año 844, entre las tropas de Ramiro I y Abderraman II. El combate duro varios días y la paridad se pudo deshacer sólo cuando de manera milagrosa, Santiago montando un caballo blanco, entró en batalla como si fuese un combatiente más. De allí, el sobrenombre de ‘Matamoros’ y la imagen se encuentra repetida una y otra vez en muy diferentes lugares de España y América Latina (e.g., en Santiago del Estero, en un cuadro inmenso en el museo provincial). La victoria de los castellanos significo la consolidación de una línea de reconquista y puso fin a un tributo anual de 100 doncellas que debían entregar los cristianos, año tras año, para garantizar la paz de la región. Al costado de la iglesia se encuentra la Plaza de la Oca, que tiene grabada en su pavimento los diferentes casilleros del juego, que fue introducido por los Templarios y que señala a las diferentes etapas del Camino, como una búsqueda de transformación, como una alegoría acerca de las vicisitudes y dificultades de adquirir conocimiento y virtud.
Seguimos las marcas del Camino en la ciudad y, luego de un pequeño desvío, llegamos a nuestro hotel – uno de la cadena NH - sin mayores problemas, aunque una tenue llovizna sugiere que el clima soleado desaparecerá por un tiempo. Arrojamos nuestros equipajes y vamos al encuentro de esta ciudad, famosa por sus vinos, por sus bares, por la calidez de su gente.
Damos vueltas y vueltas, curioseando, palpando el pulso de estas calles que tanta historia tienen en el Camino. Julio quiere comer en un lugar que ofrecen carnes en abundancia, pero con Laura preferimos buscar otra oferta más interesante. Como quien no quiere la cosa entramos a una tienda de vinos y otras delicias. Julio se tienta y adquiere un Rioja reserva y un queso también de la región. La verdad es que está como para comprar una barra de pan, descorchar y ver pasar el día frente a la catedral. Sin embargo, el mal tiempo nos impulsa a buscar algo donde ofrezcan comida caliente. Encontramos un Restobar de estética moderna; vidrio y acero, platos grandes y oferta gastronómica interesante. La atención es desconcertante y más adelante volveremos sobre la camarera que, por momentos, parecía Nami, es decir una persona con quien la comunicación era más fatigosa de lo normal. Comemos bien y regresamos al hotel a descansar un rato. Leemos una placa en la esquina de la Catedral que recuerda que en ese lugar, en 1610, se celebró un Auto de Fe contra 31 vecinos de Zagarramudi, bajo el cargo de brujería. La acusación se saldó con una sentencia a muerte en la hoguera para 11 de ellos. Dado que 5 ya habían fallecido en la sustanciación del proceso, se quemaron muñecos que los representaban. Se recuerda como el último acto de este tipo en España. Al igual que nos había ocurrido en la primera jornada de Camino, nos quedamos en silencio ante esa placa, testimonio del – en el mejor de los casos – el fanatismo y la intolerancia o – en el peor de los casos – de la envidia, la codicia y la maledicencia.
Para despejar el humor destemplado y conjurar los malos ánimos, entramos a un bar que ofrece comidas varias y que tiene un ambiente jovial, ameno, en el que predominan oficinistas que han bajado a almorzar. En la barra degustamos un par de copas de vino de Rioja, que por 2 euros, no era candidato a ser considerado el vino del año. Pero sirve para distraernos de pesadumbres y, con el corazón contento, regresamos al hotel. Gestionamos nuestro alojamiento para la siguiente etapa. Nos cuesta un poco de trabajo ya que la oferta en Nájera es escasa y el Hotel Duques de Nájera, nuestra primera opción, está completo. Conseguimos alojamiento en el Hostal Ciudad de Nájera, que por 110 euros nos promete una especie de suite, preparada para cuatro personas. Laura se desespera al teléfono porque su interlocutor pide los nombres y apellidos de todo el grupo, un número de tarjeta de crédito y casi también requiere certificado de diversas vacunas y partida de bautismo. Un pesado y, además, el crédito del móvil está a punto de agotarse.
Luego de la siesta emprendemos nuevamente nuestra exploración de la ciudad, con tres objetivos bien definidos: por una parte, merendar en el Café Moderno, por otra parte comprar un sombrero y una bota de vino, y finalmente, visitar la iglesia de San Bartolomé, la más antigua de Logroño, del siglo XII.
Por casualidad, nos topamos con el Café Moderno, muy cerca de nuestro hotel. No es exactamente lo que habíamos pensado ya que en diversos sitios y guías aparece recomendado como un lugar clásico, un imperdible para cualquier turista o peregrino. La verdad es que es un bar clásico sólo en el sentido de que los parroquianos tienen más años que la suma de los de Dante, Flaubert, Cervantes y Lope de Vega juntos. Una población exclusivamente masculina, dedicada al juego de cartas, o a la conversación casi a gritos, con el fondo de un televisor que desanimaba a nuestra comunidad. De todos modos, nos quedamos el tiempo suficiente para tomar un par de cafés (Julio una cerveza) y curiosear unas fotos antiguas, que adornan las paredes del local. Luego vamos en busca de un sombrero.
A pesar de
que Julio es un cliente exigente, difícil de conformar, tiene suerte.
Encontramos rápidamente una tienda y hay un sombrero que realmente le queda bien
– de hecho, será un compañero inseparable en el resto del viaje -, es
relativamente barato, y las palabras de Laura y la pareja de vendedores
confirman las bondades de su elección. No nos acompaña la fortuna, en cambio,
con la búsqueda de la bota. Las que encontramos son únicamente para turistas,
de plástico, adornadas con dibujos de toros y otros motivos similares. Aunque
Julio protesta, con Laura conseguimos arrastrarlo hasta nuestro objetivo
siguiente. La iglesia de San Bartolomé es pequeña, misteriosa en su silencio,
decoradas con capiteles y estatuas de gran expresividad y belleza. Un templo
sobrio y hermoso.
La tarde se va consumiendo en un caminar sin
rumbo, buscando infructuosamente una tienda para que Laura pueda comprar un par
de medias, o mirando las tiendas – ya a punto de cerrar – del mercado: cubas de
endrinas, ristras de ajo, montañas de pimientos rojos y verdes, pescaderías
ofertando merluza, atún, bacalao o mariscos y mil cosas más que resaltan con
sus colores y aromas el lento anochecer.
Mientras Julio y Laura van de tienda en tienda en procura de las medias, yo encuentro una librería de viajes y pregunto sobre un texto con leyendas del Camino de Santiago. Me ofrecen varios y escojo uno que, por sus dimensiones medianas, parece una opción adecuada para llevar en nuestro viaje. Nos sentamos a tomar una cerveza, cansados del paso lento y del bullicio de la ciudad, que a esa hora ya muestra – a pesar de la llovizna – un considerable movimiento en su zona de bares. Nos dedicamos a recopilar anécdotas, riéndonos de un buen manojo de sucesos y eventos que nos apresuramos a escribir para no olvidarnos de ellos. Los escribimos como una suerte de balance provisorio y Laura nos deja esa tarea para irse a descansar un momento al hotel.
***
Un
balance provisorio (JFN)
Una semana en el Camino es suficiente para muchas cosas. Por ejemplo, para darse cuenta de que 150 kilómetros son todavía una minúscula parte de lo que resta para Santiago. De Santiago a Santiago, mis amigos. Allá vamos. También deja cosas para recordar, para celebrar una y otra vez. Aquí va una lista precaria de imágenes, frases, anécdotas e historias que hemos elaborados juntos con Laura y Julio, para ilustrar este balance provisorio.
1) ¿Todo
pesa?
Efectivamente. La botella de agua, el bocadillo,
los afeites. Todo. Pero, el peso es algo más que todas esas minucias. Así,
sentados en una plaza en Los Arcos, Pablo mira hacia arriba, donde un cartel
anuncia el nombre de la calle y lee solemnemente ‘Calle del Peso’. Laura, por
el contrario, baja la vista hacia el ecuador de Pablo, examina la simetría
esférica de la cintura y, meneando la cabeza, con esa desaprobación sutil que
caracteriza a las mujeres que prefieren a un compañero cuadripléjico que a uno excedido
de kilos, agrega: ‘Mas bien la Calle del Sobrepeso’.
2) La
ley de la gravedad
Julio cuenta muchas cosas muy divertidas
sobre la ciencia y la cosmología. La ley de la gravedad lo apasiona. Cuando uno
le pregunta por ella, responde: 'es jodida la gravedad'. Se siente cuando uno
emprende los repechos del camino. Acercándonos a Puente la Reina, en Óbanos,
Laura encontraba el nadir de sus reservas físicas. Ante nuestra pregunta,
contesta: ‘Me duelen un poco los pies, pero me sobra capacidad pulmonar...’ La conjetura es que quiso decir que el pulmón
era el único órgano del cuerpo que no le dolía.
3)
Cosas maravillosas aún por ver
En cualquier relato del Camino hay una lista
interminable de retablos, capiteles, iglesias y monumentos por encontrar. Pero
los peregrinos también tienen sorpresas y secretos. Hoy, Pablo, revolviendo el
fondo de su mochila, extrajo unas calzas negras y violetas y anunció que cuando
el otoño muerda un poco más, vendrá la ocasión de adornar el Camino de Santiago
con una nueva moda. ¿La reacción de la pequeña comunidad de peregrinos? ¡Puede
que el Camino, que es milenario, sobreviva a tal afrenta, pero nosotros
seguramente que no!.
4) Los
secretos de la gastronomía
En el rubro gastronómico no hemos tenido
mucha suerte en el Camino, salvo honrosas excepciones que merecen capítulo
aparte. Hoy almorzamos en Logroño en el Bar
Colonny, equivalente al Tommy Gun
de Córdoba, aluminio y vidrios y música electrónica, elegido por Pablo y Laura
en una votación tan democrática como descabellada. Julio examina la carta y se
interesa por un plato que se ofrece con el nombre: ‘Secreto de cerdo’. El
nombre es tentador, pero dice el refrán que el que se quema con leche ve una
teta y llora, así que – por si las moscas - pregunta a la camarera acerca de
qué es exactamente ese plato. La camarera, en un acento incomprensible entre
bielorruso y riojano, responde ‘es presa’, como dejando por sentado que la
obviedad de la pregunta eximía de mayores esfuerzos retóricos en la respuesta. ‘Presa de quién’, ‘¿Qué presa?’, pregunta Julio, y ella responde de manera
taimada: ‘Ah, no, ¡eso es secreto!’. Todavía estamos debatiendo qué era lo que
comió Julio...
5) El
idioma del Camino
El Camino se construye de muchas maneras, y
hay una dimensión insoslayable en el lenguaje. Muchos peregrinos de diferentes
nacionalidades, y alguna lengua en común, a veces el español, a veces el
inglés. La excepción es Nami, que camina sin saber nada más que japonés. Lo
cual debe ser una experiencia diferente. Y sino traten de explicar qué es un ‘pimiento
relleno del piquillo’ en japonés. Si piensan que lo logramos, se equivocan.
Hoy, en Logroño, apenas llegados, antes de
cruzar el Ebro, en la Oficina de Orientación del Peregrino, Pablo (conocido
como ‘diario mojado’ porque no se le entiende nada) saluda cordialmente a las
dos voluntarias que atendían. Pregunta
- ¿Qué cosas vale la pena ver en Logroño?
La voluntaria responde ‘Mi compañera es la
que habla inglés’, pero saca una planilla de registro y nos pregunta ‘¿De dónde son?’ Pablo responde ‘De
Santiago del Estero, de Argentina’. Ante esa respuesta, ella pregunta: ‘¿Y,
entonces, por qué me está hablando en inglés?’
6) La
Palabra del Camino.
El agua juega un papel fundamental en el
Camino. Las fuentes que dan de beber al peregrino se suceden con cierta
regularidad. Sin embargo, ya desde el siglo XI, hay ríos y fuentes condenadas
por los veteranos. Dice el Códice Calixtino: ‘Al cruzar el río de Lorca no se
os ocurra beber del agua del río ni a ti ni a tu caballo, pues las aguas son
mortíferas’. Más adelante, en la entrada a Los Arcos, encontramos una fuente
con una inscripción que cita el Códice, en la que se la califica de ‘letífera’.
Mucho hemos reflexionado acerca de qué pueda significar tal palabra, pero la
inmediata mención de tres hospitales de peregrinos en la frase siguiente
despeja las dudas. No han sido pocas las cosas que a uno le ha ocurrido que
podrían calificar como ‘letíferas’. El vino ‘49 Socios’ que consumíamos de
jóvenes en Argentina o el amor de alguna mujer que mejor no nombrar. Un poco
más adelante, ya entrando en la ciudad, reflexionando en lo solemne y pesado
que nos hemos puesto en este diario de Viaje, mezclando arquitectura, historia,
el olor de la pimienta y los paisajes ocres de los atardeceres navarros, Laura
enuncia el teorema fundamental: ‘ese diario no solo es letífero, sino letTRIfero’.
***
Luego de completar este anecdotario,
regresamos a buscar a Laura y vamos a recorrer la zona de bares, en busca de
algo para comer.
El ambiente es entretenido, bullicioso. Julio quiere quedarse
en un lugar que se llama ‘Bar Chuchi’. Ese nombre no augura nada decente así
que, a pesar de sus protestas, seguimos participando. Encontramos un bar que –
como diría Sabina – ‘hierve como ruedo en tarde de corrida’. La especialidad de
la casa son los ‘Rotos’. Los famosos rotos
son huevos revueltos, servidos en una especie de pan al que se le quita la miga
y, en ese hueco, se ubican los huevos con mil y un complementos: champiñones,
panceta, langostinos, etc. Contundente como el uno dos al mentón de Santos Falucho Laciar, pesado como la Mole Moli
en el programa de Tinelli. Dicen los que entienden de cultura que las comidas
reflejan el alma de los pueblos y el espíritu de cada persona. Así, el sushi
tiene esa palidez melancólica que va bien con la meditación, el sexo cargado de
sofisticada lujuria, los alcoholes menores y el feng shui. A su vez, mis
amigos, la afición a los rotos se corresponde sin duda con esta tierra
sanguínea, de rencores largos y honras intocables, de humores y temperamentos
minerales, de tierra pedregosa que nada regala y que se abona con el sudor y el
trabajo.
Laura mira aterrada la dimensión de los rotos, encomendándose a Santa Hepatalgina (ora pro nobis). Pero, por las dudas, elige otra opción que se ofrece en las pizarras como la oferta del día: Mejillones al vapor. Repetimos la operación pinza ensayada en otras ocasiones para adueñarnos de unas sillas y, con unas cuantas cervezas, vamos redondeando nuestra visita a Logroño. Julio alega cansancio y se retira discretamente; con Laura seguimos un rato más, buscando donde tomar una última copichuela. Encontramos un lugar llamado ‘Laurus’ y allí quedamos, bebiendo la del estribo y probando una tempura de langostinos y verdura. Muy buena.
Laura mira aterrada la dimensión de los rotos, encomendándose a Santa Hepatalgina (ora pro nobis). Pero, por las dudas, elige otra opción que se ofrece en las pizarras como la oferta del día: Mejillones al vapor. Repetimos la operación pinza ensayada en otras ocasiones para adueñarnos de unas sillas y, con unas cuantas cervezas, vamos redondeando nuestra visita a Logroño. Julio alega cansancio y se retira discretamente; con Laura seguimos un rato más, buscando donde tomar una última copichuela. Encontramos un lugar llamado ‘Laurus’ y allí quedamos, bebiendo la del estribo y probando una tempura de langostinos y verdura. Muy buena.
Regresamos temprano al hotel. Nos esperan 30
kilómetros. De Logroño a Nájera, una de las etapas más largas del Camino. En el
lobby del hotel encontramos a Julio, que está conectado a Skype y charla con la
muchacha amiga suya que reza y reza por nuestro bienestar. Ha prometido orar porque
mañana tengamos buen tiempo. Nos miramos con Laura y en un instante nos
adivinamos el pensamiento: mañana no nos salvaremos de usar nuestro
chubasquero. Julio nos invita una copa del Rioja reserva que ha comprado por la
mañana y que bien vale sus 17 euros. Untuoso, suave, redondo. Ideal para el
último brindis. Va por ustedes, mis amigos. Buen camino.
28 de
Septiembre
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