miércoles, 3 de abril de 2013

19. Sahagún – Calzadilla de los Hermanillos

19. Sahagún – Calzadilla de los Hermanillos

(17,3 kilómetros)




‘Pesado el bicho de noche’  repite una y otra vez Julio, con los ojos todavía cerrados. Poco a poco reúne fuerzas para levantarse y enfrentar a la comunidad. No hace falta mucha información para deducir que no ha sido una noche de amores y pasiones desatadas. Más bien, sus comentarios fluyen en torno de la gastronomía y el desafío del ‘lechazo’ (o cordero lechal como le diríamos en Argentina). Un animal enorme, verdaderamente descomunal, que requirió una botella de Ribera del Duero y otra de Rioja para pasarlo íntegramente. Pero, el bicho todavía da batalla y Julio anuncia una jornada complicada desde el punto de vista digestivo. 
La mañana está fresca y nublada. El gris del cielo invita más a seguir durmiendo que a preparar el equipaje, pero desde las peripecias del día anterior con Jaco Trans decidimos organizar con tiempo suficiente este tema. Acomodamos despacio nuestras mochilas, con la certeza de que cada día que emprendemos el Camino se va acortando también nuestra aventura. Ese dato precipita inevitablemente una sensación de melancolía, como el final de un estupendo campamento de vacaciones, en el que te pasas los últimos días despidiendo amigos y prometiendo reencontrarlos más adelante.
Laura desayuna una infusión, mientras con Julio nos apuntamos a una taza grande de café. Los jugos (en verdad, sólo de naranja) son naturales, pero no hay queso ni frutas. Sólo mantequillas, tostadas y mermeladas. Recogemos nuestro equipaje, lo depositamos en el lobby para que Jaco Trans los transporte hasta ‘La casa del cura’ en Calzadilla de los Hermanillos y emprendemos el camino. El sol aparece de vez en cuando, pero su palidez deja una sensación irremediablemente otoñal. Salimos de Sahagún  por un viejo y hermoso puente de piedra sobre el río Cea, construido en 1085 por Alfonso VI, y caminamos bordeando a un pequeño bosquecito, en las afueras de la ciudad. 



Allí la leyenda sitúa a Carlomagno esperando el combate, con su ejército plantando las lanzas a modo de barrera defensiva y, milagrosamente, esas lanzas se transformaron en un bosque compacto que impedía el avance de las tropas árabes.
Laura protesta porque no tenemos agua y recuerda que la deshidratación es jodida. Por alguna razón, ella cree que la falta de agua es una negligencia mía y va contrariada, callada en su marcha. Yo prefiero ignorar su rabieta, convencido de que más temprano que tarde se le pasará el enojo. Seguimos. Julio va un poco más adelante y alcanzamos a Olga, que hoy ha comenzado su marcha un poco más tarde que de costumbre. Caminamos un rato todos juntos, pero luego la senda se estrecha y Laura queda más atrás con Olga. Le pregunto a Julio por la noche pasada, por la historia de amor y mi hermano responde que no pasa nada. Le digo que, en verdad, han pasado bastantes cosas. Por ejemplo, le recuerdo que, recién comenzado el Camino, en Zubirí, dejó pasar la bendición del peregrino que tanto le interesaba para quedarse con Olga charlando y seduciendo. Lo sabe, pero no le pesa. En su opinión, cada uno es lo suficientemente adulto para jugar a estos juegos, que son en general bastante inocentes. Le preguntó, entonces, qué es lo que ha faltado en este caso; por qué esta historia ha pasado sin dejar huella. Su respuesta es enigmática. Me plantea un problema sobre el que muchas veces nos ha llamado la atención: ¿por qué un papel arrugado como un bollo cae más rápido que si no estuviese todo arrugado y apretado? El papel es el mismo, su peso es idéntico, las distancias son las mismas y, a pesar de todo, las cosas ocurren de manera diferente. Supongo que ello significa que, en otras circunstancias, los resultados con Olga podrían haber sido distintos. Quien lo sabe. Ciertamente no seré yo quien arroje una primera piedra para criticar nada.
A los 5 kilómetros de Sahagún nos separamos de Olga (Raquel todavía no ha aparecido en el horizonte) ya que ellas eligen el trazado más clásico, siguiendo la carretera nacional, marchando por una ‘autopista del peregrino’ hasta Burgos Ranero. Este lugar era originalmente un sitio peligroso, lleno de pantanos y senderos inciertos. La mayoría de las descripciones lo consideran como un lugar malsano y carentes de mayores atractivos, en el que abundan alimañas, reptiles y batracios (de allí su nombre). También es usual recordar el relato de Domenico Laffi en su libro del siglo XVII, ‘Viaggio a San Giacomo’, que encontró a un peregrino muerto, sumergido en gran parte en un pantano, hinchado y pestilente y casi completamente devorado por los lobos. Este comentario impacta bastante; casi todo el mundo lo conoce y aparece repetido infinidad de veces en las guías del Camino. No es solo el valor de la cita literaria lo que explica su popularidad. Hay algo más. En la antigüedad, el Camino de Santiago era visto como una aventura peligrosa, en la que no había certeza de llegar ni regresar, acechado por las enfermedades, el cansancio y la miseria. A pesar de los hospitales y ciudades que fueron acogiendo a los peregrinos, los peligros siempre estaban allí, latentes. Actualmente, sigue siendo una ruta que cobra sus tributos y es frecuente encontrar memoriales y cruces en cada etapa que recuerda a quienes encontraron el final de su camino en esos parajes remotos. Por ello, en la historia de Domenico Laffi hay algo más que explica su impacto. Podría decirse que algunos peregrinos adquieren celebridad por el modo en que fallecen. Así, Mary Katherine, la peregrina canadiense, es arrollada por un automóvil que se despista en una curva peligrosa. Una muerte trágica y absurda, y esos elementos son lo que perduran en el inconsciente colectivo de los que afrontan el Camino. En el caso del peregrino que encuentra Domenico Laffi impresiona la sensación de soledad, angustia y abandono. La identidad desconocida y ya perdida para siempre de quien quedó allí a casi cuatrocientos kilómetros de Santiago, La muerte a solas, sin nadie que dispusiese de una mortaja o una tumba para resguardar su restos, sin consuelo y sin esperanza. Sería hermoso creer que ese peregrino sigue aun caminando de otra manera, que no camina solo nunca más. Ojalá entonces, mis amigos, que llegado el momento, como dice la canción, you will never walk alone.
Ultreia, ultreia. A diferencia de Olga y Raquel, nosotros decidimos continuar hacia Calzada del Coto, donde cargamos agua y sacamos nuestros impermeables ya que ha comenzado a caer una llovizna fina, molesta e incómoda. 

Julio se arrebuja en su campera roja y Laura y yo en nuestros capotes amarillos, que nos cubre completamente y, aunque previenen de mojarse, dificultan notablemente la comunicación y el manejo del bastón. Para colmo, la operación de ponerse o quitarse el capote lleva unos cuantos minutos y, como si la ley de Murphy hubiese estado especialmente diseñada para esta ocasión, cada vez que acomodamos el impermeable, la llovizna languidece y desaparece. A su vez, cuando nos quitamos el impermeable, lo doblamos y guardamos, nuevamente castiga el mal tiempo, se mojan nuestros anteojos - solo quien usa lentes puede relatar el fastidio que ocasiona la lluvia sobre los cristales - y aumenta el mal humor de la comunidad de peregrinos.
El camino va bordeando unos bosques de encinas, construyendo un paisaje bello, relajado en el que el sendero es una línea marrón que se pierde en la nada. Encontramos a los peregrinos anglosajones, que caminan despacio, animados, alegres. Nos reconocemos rápidamente, nos saludamos y conversamos un poco. Uno de ellos, el de sobrepeso y rodillas machacadas, nos ofrece un bastón que no usa, pero declinamos la oferta. No es tan fácil andar con los dos bastones y ya, a esa altura de la marcha, no tiene mucho sentido cambiar el modo de caminar. El camino es llano y marchamos a buen ritmo. 


Casi sin darnos cuenta de nada ya estamos en Valdelocajos, que es un caserío rodeado por unos muros que indican que no se puede pasar por ser propiedad privada. Luego, en una arboleda apartada unos cuantos metros de la senda, cerca de un pequeño arroyo aparece una fuente y área de descanso construido por los vecinos como homenaje a los peregrinos.
Finalmente, llegamos a nuestro final de etapa. A pesar de la escasa población estable, Calzadilla de los Hermanillos tiene dos albergues privados y uno municipal. Vamos recorriendo despacio el lugar, tratando de hacernos una idea de esa pequeña localidad. Nuestro hotel está ya en las afueras del caserío, así que agotamos su calle principal hasta encontrar ‘La Casa del Cura’. Llegamos junto con un grupo de peregrinos que también tienen reserva en ese hotel y ello demora un poco nuestro alojamiento.  Para aliviar las ansiedades nos ubicamos en el comedor y allí nos recibe Leo, un cubano que ejerce de cocinero, maitre, anfitrión, etc. Él es esposo de la dueña del lugar y nos atiende esmeradamente mientras esperamos que ella se desocupe de los otros peregrinos. Le pedimos que ponga a refrescar un vino de Rueda y debatimos un momento sobre la correcta temperatura de servicio. Leo es de los partidarios de los vinos blancos apenas refrescados, mientras que Julio y yo preferimos – luego de apreciar en la primera copa los aromas y sabores más intensos – enfriarlo bastante. Dado que el vino blanco aún está a temperatura natural, trasegamos unas cervezas y damos cuenta de unas tapas de jamón y queso de oveja.
Después de acomodar nuestros equipajes, volvemos al comedor y nuestro hospitalero cubano vuelve al ataque con un interminable repertorio de anécdotas y ocurrencias. Los primeros cinco minutos es divertido, casi entrañable, pero poco a poco va acortando las distancias, dando por sentado que conversar con él es lo mejor que puede ocurrirnos y así, lamentablemente, va transformándose en un pesado. Incluso su mujer exclama que no es capaz de ubicarse, que no tiene filtros ni límites y que la gente se queja de ello, pero él parece no darse por enterado de nada. En verdad, Calzadilla de los Hermanillos es tan diferente a su Cuba natal, que de alguna manera sus ocurrencias parecen una forma inocente de recuperar la alegría y la inocencia del Caribe. Por ejemplo, mientras estamos esperando la comida – una sopa y unos chuletones de cerdo estupendos - llega una camioneta y Leo exclama que ha llegado el hombre más importante de la localidad y pide un aplauso fuerte. Los alemanes e ingleses que están allí entienden poco de lo que dice Leo, pero se entusiasman con reunirse con una personalidad célebre. Tal vez, piensan en sus diferentes lenguas, que es el alcalde que viene a saludarlos y a entregarles las llaves de la ciudad. Por ello, cuando baja el conductor, el público estalla en aplausos, los alemanes e ingleses gritan ‘hurra’ y hacen la ola, dejando extraordinariamente sorprendido al hombre que distribuye las natillas que el Menú del Peregrino ofrece como postre.
Luego del almuerzo subimos a la habitación para una siesta reparadora. Allí nos quedamos holgazaneando un largo rato, conscientes de que no hay mucho para hacer en ese pueblo perdido en la meseta de Castilla. Bajamos a tomar un café y casualmente, la dueña del establecimiento comenta que está complicado conseguir alojamiento el fin de semana en León porque coincide con la fiesta del 12 de Octubre. Se encienden las alarmas ya que precisamente ese día y en esa ciudad es donde concluiremos nuestra peregrinación. Comenzamos a llamar por teléfono y rápidamente arreglamos el alojamiento en la etapa siguiente, en Mansilla de Mulas, pero una y otra vez fracasamos en encontrar hotel para el fin de semana en León. La lista de albergues y hoteles de esa ciudad parece infinita, pero uno tras otro rechazan de manera clamorosa nuestro pedido de reserva. ‘Que va’ es la respuesta unánime cuando preguntamos acerca de si hay sitio para tres personas en ese fin de semana. El tono de la respuesta, entre incrédulo y ofendido, es el mismo que si le hubiésemos preguntado por si tienen afición al sexo con animales. No importa que el hotel sea modesto o lujoso, caro o barato. Simplemente no hay lugar. Consumimos varias horas en la tarea. De vez en cuando aparece Leo para darnos ánimos y contarnos chistes de argentinos. Viejos y malos. Por ejemplo, nos dice, mientras tomamos el quinto café, que una argentina pregunta en el aeropuerto de Barajas acerca de cómo está su vuelo. Le responden: ‘Demorado’. Ella replica, entonces: ‘Qué color más bonito’. Silencio casi sepulcral, roto solo por la cortesía de Julio, que le dice que ‘es bueno ese chiste’. Laura y yo simplemente lo ignoramos. Sin embargo, todos lo fulminamos con la mirada cuando comienza con los chistes de contenido sexual, o a contarnos de sus problemas de estreñimiento y hemorroides. Evidentemente entiende el mensaje ya que no vuelve a martirizarnos hasta la noche.
Seguimos llamando a los hoteles de nuestra lista, pero nada. Julio se desmoraliza y propone caminar hasta León e inmediatamente abandonar la ciudad hacia Madrid. Conozco bien a mi hermano y sé que su estado de ánimo puede cambiar en un segundo, volverse taciturno y pesimista. Por ello, no me preocupo en convencerlo sino en seguir llamando a nuestra infinita lista de hostels y hoteles. Se acaba el crédito del móvil de Laura y ya nos queda únicamente un poco de saldo en el que tiene Julio. Finalmente, echamos mano a las soluciones de emergencia. Armamos un altarcito y le ponemos una vela a la estampita de Santiago, para convencer al Santo de que enfrentamos una emergencia. ‘Oh, Santiago, oh Santiago, ayuda a tus peregrinos en sus desdichas y tribulaciones’ exclamamos como conjuro y de manera imprevista, como deshaciendo el último sol de la tarde, se aparece el Santo, montado en su caballo blanco. Se dirige a nosotros en un castellano muy correcto, exclamando:

- Buen Camino. No os preocupéis. Querer es poder.
Bien pueden imaginarse la conmoción de nuestra pequeña comunidad. Laura le dicen al Santo que se esfuerce un poco más y que le indique a qué numero llamar, mientras que Julio le pide, como quien no quiere la cosa, que nos consiga un descuento en el célebre parador de León. Yo solo atino a preguntarle si el anillo que me ofrecieron en Roncesvalles a 70 euros era auténtico. Pero nada. No hay respuesta, la visión poco a poco se va disolviendo y ya, al final, el Santo hace un gesto y desaparece. Les digo a Julio y Laura que esa señal indicaba que el anillo todavía estaba en su poder y que el de Roncesvalles era evidentemente trucho. Sin embargo, ellos, sin pasión ni amargura, como quien explica a un niño que los reyes magos no existen, me confirman que el Santo únicamente me enseñaba un dedo como señal de ‘fuck you’.
 Finalmente, un rayo de esperanza se filtra en la tarde de Calzadilla de los Hermanillos. Una mujer nos responde que están completos, pero que cree que puede conseguirnos alojamiento en una suerte de departamento cerca de su establecimiento. Contenemos la respiración mientras llama a otra mujer y averigua qué ocurre con ese alojamiento. ¡Milagro! El apartamento está disponible; nos aclara que es modesto, pero que tiene todas las comodidades. Cerramos la reserva, un par de ‘buches del peregrino’ sirven como brindis de agradecimiento al Santo por su intercesión y, con la tranquilidad de las cosas resueltas, salimos a dar una vuelta por Calzadilla de los Hermanillos.



Este caserío es conocido de diferentes maneras. Al nombre convencional también suele añadírsele el de ‘Hermanillos de la Calzada’, aunque la diversidad de nombres no altera la sustancia de la cosa. El pueblo es diminuto (145 habitantes), pero deja una sensación de tranquilidad y prosperidad, indudablemente vinculada a la agricultura. En la red (http://www.artehistoria.jcyl.es), podemos encontrar la siguiente descripción:

En pleno Camino de Santiago se encuentra esta localidad del sureste de León, que ya atravesaba la Vía Trajana, vía que enlazaba Burdeos con Astorga. Calzadilla de los Hermanillos se extiende entre los ríos Esla y Cea, en Tierra de Campos, dedicándose sus escasos habitantes a la producción cerealista. El pueblo se ha ido desarrollando a partir de la calzada de los peregrinos, que hoy recibe el nombre de calle Mayor, a lo largo de la cual encontramos sus principales monumentos: la ermita de la Virgen de los Dolores, fundada por frailes menores llegados desde la cercana Sahagún, y la iglesia parroquial dedicada a san Bartolomé.
El origen de la villa se remonta a época romana. En el lugar existía una fuente donde paraban las tropas romanas para aliviar su sed, fuente que daría lugar a un asentamiento estable. En época medieval, desde Sahagún llegaron dichos frailes menores -hermanillos- que dieron a los peregrinos alojamiento y atención hospitalaria, fundando la mencionada Ermita y dando el apelativo al pueblo. Las primeras referencias documentales se remontan al siglo X. En la actualidad, la emigración hacia las zonas industriales ha dejado el pueblo casi vacío, convirtiéndose en lugar de residencia temporal en época veraniega y fines de semana.

La gente se sienta en los portales de sus casas y conversa en la vereda, viendo poco a poco pasar la tarde. Cada cual con sus sillas, con las espaldas apoyadas en la pared, componen una foto típica de estos lugares remotos, en los que la vida transcurre de manera simple. 



Por ejemplo, no hay farmacia (los medicamentos se encargan por teléfono a Burgos Ranero); es difícil conseguir tabaco y las pasiones más importantes parecen ligadas al juego de la pelota en un frontón comunitario. En el tablero de anuncios comunitarios está pegado el cartel de las últimas fiestas patronales, en el que destacan como principales actividades el campeonato de parchís y tute, el almuerzo comunitario a la canasta y la procesión por las calles del pueblo.
El patrón del pueblo es San Bartolomé y su iglesia es uno de los lugares de visita obligada. Cuando llegamos está cerrada, pero la dueña de nuestro hotel tiene la llave y ha decidido mostrarla a sus huéspedes alemanes y sajones. Nos sumamos a la visita; el ambiente del templo es solemne, pero no resulta demasiado interesante y rápidamente enfilamos nuestros pasos hacia el centro de interpretación de la calzada romana. 




Dado que mañana caminaremos casi diez kilómetros sobre la que se considera como el tramo de calzada romana mejor conservado de España, queremos interiorizarnos de sus detalles. La información es apenas suficiente para confirmar la genialidad de los romanos en la construcción de un mundo común, en el que las distancias y dificultades eran superadas con imaginación y esfuerzo. Laura le pregunta Julio si conoce una bebida llamada ‘Aquarius’. Mi hermano no tiene ni la más remota idea de qué es eso. Le contamos, entonces de algunas de las propagandas, que están ambientas siempre en un ambiente romano y nos reímos especialmente recordando una en el que un carro con agua venía por la calle del aqueductus y choca con otro carro que llevaba naranjas. La combinación de ambas cosas dio lugar al ‘Aquarius’ de naranja. Laura grita ‘Aquarius’ y con Julio representamos la escena del comercial en la misma calzada romana. 


Un final de tarde inocente y divertido. Luego, caminamos un poco más y encontramos una pequeña tienda en la que compramos fruta y queso para el tramo que nos espera al día siguiente.
Volvemos al hotel. Ya es de noche, pero es todavía temprano para cenar. Nos sentamos en el jardín a beber un poco de vino blanco. Julio conversa animadamente con Laura sobre las desdichas del amor ya que la enmascarada enamorada ha vuelto a escribirle y quiere que otra vez los consuma juntos el rayo del amor. Laura trata de afinar sobre la identidad de esa mujer, pero Julio parece dispuesto a sembrar la conversación de pistas falsas. Dice, por ejemplo, que cree que se trata de una chica cubana, que tenía una hermana que él conoció en París y que no se sabe bien por qué le escribe. Inverosímil. Laura pierde la paciencia y decide abandonarlo a sus conjeturas y juegos.
Cenamos. Leo nos asegura que toda la comida es casera. Que tanto los embutidos que nos sirve de entrada como las pastas o la carne son producidos por ellos. Si nos interesa la granja, mañana podemos ir a ver los cerdos, las ovejas y las vacas. Le preguntamos qué es lo que hace allí; cómo fue que un cubano se radica en Calzadilla de los Hermanillos. Su respuesta es simple. Él era un peregrino y, en ese lugar, conoció al amor de su vida. Llegó a Compostela, regresó a Cuba, pero entendió que su vida tenía sentido solamente al lado de una mujer. Por ello, volvió a Calzadilla y añora todos los días a su Santiago de Cuba, pero vive feliz en el Camino hacia Santiago de Compostela. Le contamos que nosotros también viajamos de Santiago a Santiago y que el amor ha sido una referencia fuerte en el Camino. Brindamos una y otra vez por ello. Leo nos ofrece para el último brindis una cortesía de la casa; unos licores elaborados artesanalmente. Uno es de hierbas y el otro es similar a un Limoncello. Ambos son letíferos, pero sirven para celebrar nuevamente la inexplicable magia del Camino. Va por ustedes, mis amigos. Salud y Buen Camino.
 

10 de Octubre

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