martes, 2 de abril de 2013

20. Calzadilla de los Hermanillos – Mansilla de Mulas

20. Calzadilla de los Hermanillos – Mansilla de Mulas

(21 kilómetros)




Amanece en Calzadilla de los Hermanillos. Sin dudas, el amanecer evoca las primeras horas de la mañana, pero en estas latitudes y en esta época del año, el amanecer recién se percibe claramente cerca de las 8 de la mañana. En otras palabras: no exige demasiado sacrificio levantarse con el primer sol. Preparamos los equipajes. Dejamos listas las mochilas y bajamos a desayunar. Café, té, jugos, aceite de oliva, jamón y queso se reúnen en un desayuno abundante y tranquilo. El pan, recién horneado, es realmente muy bueno. Tanto es así que pedimos que nos preparen unos bocadillos de jamón y queso para almorzar en el Camino. Luego de atender al resto de peregrinos, Leo, nuestro cubano inescapable, viene a conversar con nosotros. El tema de hoy son las transacciones financieras y nos explica que de ninguna manera acepta tarjeta de crédito ni de débito por las comisiones que los bancos les imponen. Su punto de vista es bastante razonable, aunque luego, al momento de pagar, comprobamos que también le desagrada pagar al fisco sus preceptivos impuestos ya que es un tanto moroso al momento de entregar facturas o comprobantes. Sellamos nuestras credenciales, dejamos los bultos para Jaco Trans y salimos al camino.
El cielo, limpio y claro, despeja la incógnita de si tendríamos buen tiempo en nuestra marcha sobre la vía Trajana. El camino, según nuestras guías, es llano, sin dificultades especiales y el único dato para resaltar es la falta de sombra y la abundancia de guijarros. Incómodo, pero básicamente irrelevante. Salimos del pueblo, marchando por el arcén de la carretera vecinal que lleva a Mansilla de Mulas y que, más adelante, empalma con la ruta a León. No hay mucho tráfico y la visión de grupos de peregrinos aquí y allá dibuja una postal pintoresca. Un kilómetro, otro y otro más. Sin tensión y sin atractivos. ¿La calzada romana? Ni señales en el horizonte.
De repente, en una curva de la carretera, se abre una senda polvorienta y recta. Un cartel señala que nos encontramos en la Calzada Romana, que unía Burdeos con Astorga.


Emociona un poco este dato, esta sensación de eternidad que transmiten estos caminos, rectos y solemnes, recortando un horizonte muy parecido al que seguramente encontraron los ingenieros romanos hace dos mil años. En Wikipedia puede leerse la siguiente entrada:

La calzada romana era el modelo de camino usado por Roma para la vertebración de su Imperio. La red viaria fue utilizada por el ejército en la conquista de territorios y gracias a ella se podían movilizar grandes efectivos con una rapidez nunca vista hasta entonces. En el aspecto económico desempeñó un papel fundamental, ya que el transporte de mercancías se agilizó notablemente. Las calzadas también tuvieron gran influencia en la difusión de la nueva cultura y en extender por todo el Imperio la romanización… La red principal tenía más de 120.000 km. Las calzadas también atravesaban ciudades, con aceras laterales ligeramente elevadas. Estas calles disponían de unos bloques de piedra, separados regularmente entre sí, que permitían cruzar de una acera a otra en días de lluvia e impedían que los vehículos alcanzaran velocidades peligrosas. Por esta razón, la distancia entre las ruedas de los carros era siempre la misma para poder pasar entre las piedras.

El apogeo de este tipo de senderos coincidió con el período de decadencia del imperio, entre otras cosas porque la excelencia de estas vías de comunicación posibilitó el rápido desplazamiento de los diferentes ejércitos invasores.  A diferencia de otras calzadas ubicadas en lugares de mayor prosperidad y que estaban empedradas con lajas dispuestas uniformemente, el tramo que recorremos era ligeramente abovedado y recubierto de grava. En la mayoría de los kilómetros que recorremos, sin embargo, la calzada ha sido aplanada para facilitar el tránsito de vehículos de motor, imprescindibles en las tareas actuales de laboreo de los campos.
Marchamos a buen ritmo, con un sol intermitente, que ahora lucha tenazmente para escapar de unos nubarrones densos y amenazadores. Julio va delante de nosotros y se pierde en el horizonte. Seguimos. Con Laura vamos distraídos en las cosas cotidianas, charlando sin urgencias sobre amigos y proyectos, recordando anécdotas o viajes. Tranquilos. Sin urgencias. 



De manera imprevista, un canal enorme transforma completamente el paisaje. Es como una cuchillada gigantesca en la meseta y la diferencia de nivel impide verlo hasta el último minuto. Es una obra inmensa, aunque inconclusa y la falta de movimiento de maquinarias y obreros nos deja la sensación de estar frente a una obra faraónica abandonada. Este canal interrumpe el trazado original del Camino y hay un grupo de peregrinos que debate por dónde continuar ya que, a la derecha, se abre un camino nuevo, seguramente construido para facilitar el trabajo en el canal, y otro, a la izquierda, que serpentea una pequeña colina y se interna en la meseta sin que sea posible conocer su destino.
La ausencia de señales nos confunde y un pequeño contingente toma el nuevo trazado, seguro de que los llevará de manera rápida a Mansilla de Mulas. Nosotros seguimos el camino más viejo, ya que Julio argumenta con razón que el camino nuevo es el que todavía no ha sido analizado por las guías y que no tenemos garantía alguna de cuál es su destino. Luego de un par de kilómetros retomamos una perspectiva amplia de la meseta y vemos, a los lejos, a los peregrinos que eligieron la ruta nueva, alejarse de Mansilla y dirigirse directamente a la cárcel ubicada en las afueras de León. Aunque sólo nos separan 30 kilómetros de esa ciudad, el desvío impondrá a esos peregrinos una marcha adicional que los obligará o bien a saltarse la etapa de Mansilla de Mulas, o de tener que regresar en algún transporte público.
Seguimos hacia Reliegos, que es un pequeño pueblo en el que se unen nuevamente los senderos de la ruta francesa. Aquí confluyen los que vienen de Burgos Ranero con los que peregrinan desde Calzadilla de los Hermanillos. A la entrada de Reliegos, empieza una llovizna intermitente que nos obliga a buscar refugio en el portal del centro de salud, que a esa hora del mediodía se encuentra cerrado. Aprovechamos la pausa para almorzar nuestros bocadillos y la fruta que hemos acarreado a lo largo de la vía trajana. Uno y dos buches del peregrino, unidos a la nueva aparición del sol, nos dan fuerzas para retomar la marcha. El impulso dura poco ya que en la esquina nos encontramos con el mítico bar ‘La Torre’, un ícono del camino en el que nos detenemos a tomar unas cervezas y comer unas olivas. 


El dueño de este bar se llama Eusignio Prieto, alias, Sinin, que es caracterizado en un blog de la siguiente manera:

... con una poblada barba casi blanca y con una boina negra que no se quita para nada, Sinín es uno de los personajes más conocidos del Camino Francés. Junto a su arrolladora personalidad, la culpa de su fama la tienen las cientos de frases que decoran todos los rincones de su bar.

El bar es verdaderamente estupendo. Un cartel en la puerta anuncia que allí se encuentra ‘fruta fresca, buena comida y precios justos’. Ese cartel ocupa sitio en la puerta porque es difícil encontrar algún lugar en todo el local donde enganchar un mensaje. Las paredes están llenas de frases, aforismos, mensajes y reflexiones en todos los colores, formatos de letra y tamaño. 


En la barra los peregrinos encuentran rotuladores para dejar constancia de su paso. Afuera también están las paredes decoradas con pinturas y mensajes. Muchos de esos textos son creativos, pero abundan también los que carecen de interés o solo reflejan la vanidad y la autocomplacencia. Junto a los clásicos mensaje como ‘No pain, no glory’, están los hipertrillados ‘Buen Camino’, ‘Ultreia’ así como también los aborrecibles del estilo ‘Espérame Santiago que ya llego’, ‘Aquí estuvo Tucho, de Cartagena’ o los explicativos tales como ‘Quiero sentir la luz, voy en el Camino’. Nosotros nos entretenemos un rato con las distintas leyendas pero resistimos a la tentación de añadir algo más.
Dado que ha dejado de lloviznar nos sentamos en la terraza del bar. Adentro está Sinin, en la barra, sin mucho que hacer salvo ordenar los trastos del bar. Todo el mundo lo define como una persona amable y de buena conversación. Efectivamente es una persona amable, pero nosotros no estamos de humor para conversar y más bien permanecemos callados mirando pasar a los peregrinos, disfrutando de la tranquilidad del lugar, sin nada más que hacer que ver pasar el tiempo. Una camarera nos alcanza las cervezas y unas olivas, que son cortesía de la casa. Luego de un rato, vencidos por la pereza y la melancolía, sellamos las credenciales y volvemos al Camino.
Está noche cenaremos en Mansilla de Mulas, en un lugar que elegirá Julio para empezar a conmemorar su 50 aniversario. Será nuestra última cena como peregrinos y esa certeza se abate sobre nuestra comunidad jodiendo un tanto el ánimo. Por ello, para dejar de lado esta postración, apuramos el paso y llegamos a nuestro destino en medio de la siesta. La ciudad es inesperadamente hermosa, con monumentos notables, puentes de piedra, murallas, calles intrincadas, plazas y pórticos de indudable factura medieval y, junto a esto, una vibrante vida de bares y tiendas.  



Llegamos a nuestro alojamiento, pero nadie sale a recibirnos. Vemos nuestras maletas acarreadas por Jaco Trans y eso confirma que estamos en el lugar correcto. Golpeamos las manos, llamamos con un timbre y discretamente damos voces del tipo ‘Señora, señora’, pero nada. Vemos una puerta lateral y nos internamos por allí, desembocando en un restaurante que transmite instantáneamente una infinita tristeza. En ese local, hay una pareja mayor comiendo junto a un televisor, pero no se ve a nadie atendiéndolos. Si no fuese por un suspiro que suelta la mujer a nuestro paso, podríamos haberlos tomado como uno maniquíes de adorno, como cuando en algunos resto-bars intentan dar una impresión de buena ocupación colocando carteles de ‘Reservado’ en mesas que nadie en su sano juicio ocuparía jamás. Una vez que cruzamos el salón desembocamos en un bar, que tiene su entrada principal por una puerta que da a otra calle.
Detrás de la barra atiende una señora mayor, gorda, con el pelo y el delantal sucio. La señora atiende... a unos papeles que revisa en una carpeta porque a nosotros no nos hace ni puto caso. Nos sentamos en la barra. Laura pregunta por las llaves de nuestra habitación, yo pido un par de cervezas y Julio quiere saber si se puede lavar ropa. La bruja grita: ‘Rosita, joder, que yo sola no puedo’. Por supuesto, sigue sin dirigirnos la palabra y ello acrecienta la calentura de los peregrinos. Finalmente, ignorando a Laura y Julio, me dice: ‘A ver, guapo, ¿qué te pongo?’ La verdad, mis amigos, guapo, lo que se dice guapo nunca he sido, aunque he tenido mis buenos momento y en algunas votaciones en la red he salido mejor calificado que Piqué y Residente juntos. Pero no me agrando; la vanidad no es lo mío aun cuando el halago me complace. Sin embargo, no puedo devolver el cumplido diciéndole a la dueña del bar: ‘Ponme un par de cervezas, guapa’ no solo porque es más fea que Cruela Devil sino porque ello indicaría complicidad con el enemigo, es decir: Alta Traición y Pena Capital.
Laura aprovecha el momentáneo interés de la dueña para insistir en las llaves, pero a sus palabras se las lleva el viento. Pueden creerme: no hay nada que enfurezca más a Laura que el desinterés como forma especial del maltrato; esas situaciones en las que hablas o intervienes y tu interlocutor finge que no existes. En esos momentos, Laura se transforma en algo diabólico, en ‘Super Chucky’ y emprende la lucha por restaurar la justicia en el universo. En algún momento, los desarrolladores de video juegos de terror descubrirán el gesto definitivo del miedo en el rostro que Manrique dibuja en esas circunstancias. Angelical y cruel, puro y absolutamente ilimitado, como el mismo mal, pero con mayúsculas. Así que, mis amigos, mientras la bruja vuelve a su mundo de papeles, Laura revuelve su morral, su mirada posee la peligrosa aura de un enfado capaz de desatar un terremoto de intensidad tal que ni la escala de Mercalli modificada podría medir. Sus ojos se contraen y sus labios se curvan en una sonrisa malévola. ‘Ay, no’ digo para mis adentros cuando su sonrisa se ensancha peligrosamente como lobo después de la cuaresma. Poco a poco saca su mano de la mochila, y allí, encerrada y acechante, brilla la navaja de Albacete. Toco con el brazo a Julio, que se ha distraído viendo entrar a unos parroquianos, y le digo ‘Danger. Danger. Emergencia’. Justo cuando Super Chucky va a destripar a la bruja, Julio se interpone y consigue dominar la situación, mientras yo pongo la estampita de Santiago bajo los vasos de cerveza recién servidos como prueba de su milagrosa intercesión en ese bar de Mansilla de Mulas. ¡Nunca sabrá la bruja malvada lo cerca que paso la parca esa tarde!
Rosita llega a atender en la barra. Con uñas largas y recién pintadas; con cara de aburrimiento y desinterés, con fastidio. Nos pregunta qué es lo que queremos, cómo si nuestro atuendo de peregrinos diese lugar a multitud de interpretaciones. Laura, ya exasperada, le dice que tenemos una reserva y que, por favor, le de las llaves. Rosita no pierde la calma y pide el pasaporte de Julio, ya que la reserva está a su nombre. Una vez que obtiene ese documento nos señala el importe que hay que abonar, dejando claro que allí se aplica el viejo adagio ‘poniéndose estaba la gansa’, lo que ubica a este hotel ya junto a los peores que hemos conocido en el Camino (es decir, el de Nájera). Pagamos y recibimos la llave, tomamos las cervezas, y decidimos dormir una reparadora siesta. Sin embargo, el pasaporte de Julio ha quedado en la mesada del bar, junto a una pila de platos sucios y mi hermano teme que de allí, su documento viaje sin escalas al lavaplatos. Por lo que resignadamente espera a que Rosita tenga ganas de rellenar la ficha y le devuelva su identificación.
Después de la siesta decidimos salir a dar una vuelta. Julio se queda un rato más en el hotel, encargándose de lavar ropa. Al frente del hotel hay un cajero automático en el que recargamos el móvil de Laura. Llamamos a Jaco Trans y le indicamos que tiene que acarrear nuestro equipaje en la mañana siguiente hasta el ‘Hostal Padre Isla II’. Se produce un silencio en la línea. Laura cree que se ha cortado la comunicación, pero solo ocurre que el empleado del transporte está estupefacto. Nos ha acompañado ya durante un largo trecho, día a día, llevando nuestros bultos de hotel en hotel y, sin poder contenerse, dice:

- Laura, ¡qué pena! Han estado en tantos sitios bonitos. ¡Qué pena!

Laura pregunta que qué tiene el hostal, por qué tanto desconsuelo, si está tan mal, pero que tan mal. La respuesta es desoladora. El empleado le dice que es una cueva, que mejor el establo de mulas de Mansilla de Mulas que el Padre Islas. Laura contraataca y le dice que ojo al piojo, que se trata del Padre Islas ‘reloaded’, nada más y nada menos que el Padre Islas II. El empleado le dice: ‘Claro, dos veces más horrible’. Nos recomienda otras opciones, pero lamentablemente ya hemos llamada a todas las recomendaciones y no hay disponibilidad. Laura confirma, con una sensación de creciente angustia, nuestro destino en León y termina la comunicación.
Al lado de nuestro hotel encontramos una farmacia. Pesaje de eliminación y allí compruebo con amargura que tanta caminata no ha servido para reducir un gramo el peso con que empecé el Camino. Pero ya no hay tiempo para lamentos y tampoco tiene tanta importancia. Buscamos un lugar para tomar un café, y a cada momento recordamos más detalles del enloquecido episodio del bar.
Caminamos por el pueblo. Hermoso. Con el atardecer ya asomando en los tejados, pintando las murallas y dejando el aire delgado y frágil como una porcelana. 






Encontramos a Raquel, que también está recorriendo el pueblo en compañía de un rubio y musculoso italiano. Charlamos un poco en una esquina y allí nos enteramos que el amigo de Raquel ha comenzado a caminar hace unos pocos días, como terapia para olvidar a su  novia argentina, de Mendoza y, en su opinión, particularmente dañina. Con Laura cruzamos una fugaz mirada y confirmamos lo que ambos pensamos: otro amor aparece en el Camino. Quedamos en encontrarnos más tarde, en la calle de los bares, a tomar una cerveza. Seguimos andando y encontramos a Julio, dando vueltas por la ciudad.


Le contamos que hemos quedado en tomar unas cervezas con Raquel y su nuevo amigo, pero mi hermano se excusa. Su ánimo no es el de los mejores momentos: taciturno, reservado, puteando a la vieja del hotel por otro incidente con la lavadora de ropa, desconectado emocionalmente. Le sugerimos que ese estado es consecuencia de un hecho simple; a partir de las doce de la noche tendrá cincuenta años cumplidos. Julio niega que esa sea la razón. Nos dice que ha surgido un tema importante y urgente en su agenda laboral así que se refugia en un lugar estupendo, la ‘Alberguería del Camino’, en el que tenemos una reserva para cenar y que será su oficina de trabajo un rato, mientras nosotros vamos a ver a nuestras amigas.  
Olga, Raquel y Enrico nos esperan en un bar con un ambiente estupendo; informal, con buena música, que acompañan los pedidos con unas raciones generosas de embutidos. Pido un vino blanco e invito otro a Olga. El resto de la comunidad toma cerveza. El vino es extraordinariamente curioso ya que en lugar de ser blanco es gris y turbio. Letífero. Le pregunto a Olga si es así el vino de la tierra y me dice que no, que lo único que ocurre es que este es un mal vino. Lo dejamos intacto - no así a las raciones de morcilla que acompañaron el pedido - y pedimos dos copas de vino tinto. El resultado es igualmente descorazonador. Nos pasamos a la cerveza y charlamos de todo un poco, brindando ya por nuestras últimas horas en el Camino, por la extraordinaria fortuna que ha sido recorrer juntos esta inmensa cantidad de kilómetros.
Volvemos a buscar a Julio. Lo encontramos de mejor humor, ya libre de sus preocupaciones laborales, bien dispuesto a empezar a brindar por su inminente cumpleaños. La cena es estupenda: bacalao, salmón y bistec muestra nuestra diversidad de puntos de vista gastronómicos. Sin embargo, sigue inalterable nuestro gusto por los vinos de Rueda y los Ribera del Duero. El dueño nos cuenta historias del lugar, de la época de esplendor de la ciudad, de su famosa posta de mulas y nos enseña el escudo del lugar, que es una mano sobre una silla de montar. Allí encuentro la explicación del nombre de la ciudad: Mansilla


El dueño nos pregunta de dónde somos y cuando señalamos a Argentina como lugar de origen, el buen señor inicia una historia acerca de un personaje, un argentino, que aparece cada tanto, misterioso, que emprende el camino por partes y que lo envuelve un aire de discreción que solo se quiebra en situaciones de confianza. Se pregunta a sí mismo: ‘¿Cómo se llama este hombre?’ como si una vez que lo ubicase, seguramente nosotros lo reconoceremos. Hay algo extraño en esos diálogos. Te preguntan, por ejemplo, ‘¿De dónde eres?’. Respondes: ‘Argentina. De Córdoba’ y al instante añaden: ‘Yo tengo un amigo en La Rioja que tiene una peluquería frente a la plaza. ¿Lo conoces?’ No, no lo conocemos, por supuesto. Así que mientras el dueño del restaurante permanece hurgando en su memoria el nombre del misterioso argentino, le digo a mi Hermano: ‘Julio’, esperando que me mire para indicarle que hay que cortar el rollo o no nos libramos de este buen cristiano hasta el final de los tiempos. En ese instante, el dueño del bar exclama ‘Claro. ¡Julio! Eso es. Julio López’. Nos quedamos estupefactos. No lo podemos creer. Y ¿si Julio López fuese JULIO LÓPEZ, así con mayúsculas? Hace casi seis años que Julio López, un jubilado argentino, testigo en los juicios contra los militares por crímenes de lesa humanidad, desapareció el día después de prestar su testimonio. Sus familiares y los organismos de derechos humanos exigen, inútilmente, desde entonces su aparición con vida. La escasa probabilidad de que se tratase del mismo individuo se evaporan, sin embargo, cuando el dueño nos cuenta que su Julio López tiene mucho dinero, y que siempre se alojan, con su mujer, un par de semanas en el Parador de Santiago de Compostela, uno de los hoteles más caros de Europa. Finalmente, el dueño se retira y nosotros apuramos los últimos brindis. Olga y Raquel dejaron un mensaje de felicitación y ya han regresado a su albergue porque el horario de cierre es inflexible. Todavía falta un rato para las doce de la noche, pero igual ya comenzamos a festejar el aniversario de mi hermano. Sus hijos lo llaman por teléfono, pero la comunicación se pierde tras los gruesos muros del restaurante. Decidimos emprender la marcha y tomar la última copichuela en la calle de los bares. La mayoría ya está cerrado, pero - fiel a la consigna enunciada por Sabina - encontramos abierto el bar de la esquina. Un par de cervezas a la salud de mi hermano, pero la última, como siempre es a vuestra salud. Buen Camino.


11 de Octubre

1 comentario:

  1. Yo recomendaria al que pretenda hacer el camino de santiago que 1) llevar un gran paraguas mejor de tela aluminizada por fuera, que protege de la lluvia, del sol y del viento y 2) hacer a modo de mochila con ruedas a partir de un carrito de la compra con ruedas y barras de aluminio. Y calzado de suela gruesa muy elastica que atenue el golpeteo del pie contra el suelo. He entrado en la web buscando informacion sobre la posible calzada romana que pasa o paso por ahí.

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