Extravíos
‘A Santiago no se llega, solo se va’ decía un libro sobre mitos del Camino que compró Pablo en Logroño. Lo que me lleva al tema de las leyendas del Camino, como el ahorcado que volvió a la vida en Santo Domingo de la Calzada (‘...donde cantó la gallina después de asada’), hoy escenario de un gallinero en el medio de la Iglesia Santa María la Real donde un gallo y una gallina blanca son habitantes perpetuos desde al menos el 1350. (No los mismos animales, claro, hay una Orden que cría y cuida gallos y gallinas blancas para tal oficio.) O como el mito de que uno baja de peso en el Camino. O que el Camino se puede hacer con 15 Euros. O como que el Camino afina la pluma e inspira hasta al escritor más mediocre.
Así que mejor, antes de adentrarnos en alguna reflexión sin salida, les cuento en dónde y cómo andamos. En Logroño nos despertamos con lluvia. Una llovizna continua de esas que mojan el alma y calan los huesos. Y que nos acompañó, fiel como los compañeros del Camino, los 30 km hasta Nájera, una ciudad al pie de una roca inmensa llena de grutas en una de las cuales hace siglos un rey encontró una imagen de la Virgen, mientras cazaba con un halcón. La imagen está aun en su gruta original, rodeada ahora de una iglesia descomunal y un monasterio que alberga sarcófagos de reyes y reinas de la zona. Y de un tal Garcilaso de la Vega, que Pablo confundió con otro Garcilaso notorio en nuestras clases de literatura española.
De Nájera el Camino nos llevó, por viñedos en tierras de arcilla, hasta Santo Domingo de la Calzada, y de allí hasta San Juan de Ortega, ya en Castilla y León.
En este tramo es que me ocurrió algo inesperado. Al salir de Santo Domingo en un cruce de carretera me detuve a leer un cartel que contaba acerca de la orografía de la Sierra de la Demanda. Luego de lo cual me adentré en un caminito rural muy pintoresco, con campos de trigo recién arados y que bordeaba un río. Y así como 20 minutos, hasta que me crucé con un campesino que me hacía señas: ‘Hello, yes, yes, no, no, Camino, no’. Juan Luz se llamaba el buen hombre que me advirtió que me había desviado 2km del Camino. Pensé, luego de proferir una exclamación que termina con el pretérito imperfecto del verbo parir, que tal vez nuestra amiga que vela por nosotros haya rogado que no perdamos la huella...
Pero me sirvió para pensar en los extravíos, y en las muchas cosas que se me han extraviado en la vida. Porque extraviar tiene por sobreetendido reencontrar, distinto de la pérdida, a quien acompaña siempre la despedida. Parte del Camino entonces ha sido reflexionar en el reencuentro, que sabemos inevitable y cierto, y que se siente a diario. Que no engañe el tono presuntuoso y árido de este diario la alegría de tus noticias. Que llegan como mensajes escritos en piedra a lo largo del Camino. Te veo en las cruces de piedra que dibuja un peregrino alemán, en las flechas de flores silvestres que arma una peregrina francesa. Y que me anima a escribirte, a revisar el armario de palabras buscando esa manera exacta de hablarte sin nombrarte, de que me sigas sin que te llame, o de que me muestres camino sin adelantarte. Mi armario de medio siglo está lleno de recetas letíferas, puntas de flecha, besos sin pólvora, melodías inconclusas y letras con ojos bien abiertos de tanto no ver la luz. Y promesas, claro. Como la promesa de volvernos a ver, de tal vez envejecer juntos, de no temer intentar de nuevo, de sanarte de amor todos los días y cada día. Y sí, también de esperarte si hoy no puedes seguir. Tanto uno de los milagros del Camino es que es solo de ida. Pas de besoin de me tourner. Je sais que tu arrives.
‘Darle cuerda al amanecer,
empujar un poco al Sol,
al buen día meterlo en casa.
Silba la calandria y
nos sorprende en vela,
amuchados, con ganas de seguir.
Estación claridad, vamos llegando’
M.E.Walsh (Viento Sur)
2 de Octubre
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