Vísperas
Santiago ya está a menos de 100 km, y los peregrinos aumentan en número cada hora. De un grupo reconocible y familiar a la anonimidad que provee y protege la multitud. Todos vamos a Santiago, y la noche nos sorprende en Palas de Rei, una ciudad pequeña de nombre noble pero falto de alma y señales. No así Portomarín, donde dormimos anoche, y donde la catedral parece más fortaleza del Templo que iglesia. El Camino hoy abundaba en pavimento y carecía en encanto. Pero la cercanía de Santiago aligera el paso y libera la palabra. Curioso, ya que las entradas de este diario de viaje, pretencioso como es, van reduciéndose paulatinamente. Y la anticipación de la llegada va acompañada de un sentimiento nuevo en el peregrino: el temor a Santiago. No por nada el tema recurrente ahora no es Compostela, sino quién sigue a Finisterre, o qué nos espera después de Santiago. Eso, que era impensable unos días atrás, comienza a dominar la mente y a predisponer el ánimo. El Camino planta espinas en donde más duele, de donde sólo las extrae el soplo del viento de algún tren que nos pase en el Camino. Ahora entiendo que quedamos no sólo los que tienen los pies hinchados de tanto ir sino también los que podemos sonreír. Y que las espinas del Camino son como esos recuerdos que sólo se curan de amor. Ese remedio, como sabes, está tan cerca ya como Santiago.
‘ma quel rosso nel fondo del
cielo
mi fa solo paura
parlami d'amore Mariù
parlami d'amore Mariù’
Roberto Vecchioni, ‘Mariú’
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