Galicia
Ayer entramos finalmente a tierras
de Santiago. El aire de montaña y la brisa atlántica cambian el paisaje, que se
empieza a llenar de soutos de castaños y se puebla de lengua galega. La subida
a OCebreiro al fin de una larga jornada es uno de los puntos
descollantes del Camino, y la niebla de la mañana que envuelve Santa María la
Real huele a mar y a Compostela. Ya no cuesta pensar en si Santiago, sino en
cuándo, y es el momento de demostrar si durante los años hemos aprendido a
degustar lo inevitable, como hoy parece ser la llegada a Santiago. El Camino
desde ahora es cuesta abajo, jalonado por mojones jacobeos, faldeado por
iglesias pre-románicas, marcado por todo lo que te pienso.
El lento descenso a Santiago invita a reflexionar sobre la edad, ese pasar del tiempo como “un bicho que anda y anda”. En cómo uno cambia, en cómo es posible hoy extrañar sin nostalgia, fingir sin esfuerzo, cantar sin reparo. Y en apreciar el sabor de la espera. Que uno espera distinto a medida que uno se hace grande, y la espera es casi siempre una suerte de viaje. Un viaje de destino incierto y un desenlace sin garantías de que al final me digas que he aprendido a mirarte a los ojos. Prefiero quedarme con Tito, en la falda de una colina y a la sombra de una viña a ver crecer el vino. Y, por supuesto, a seguir haciendo amor el Camino.
Si diventa grandi
sulla propria pelle
sulle proprie palle
su poche stelle
si diventa grandi
e niente fa più male al cuore
nemmeno il primo male al cuore
Roberto
Veccioni, 'Carnival'
28 de Julio
No hay comentarios:
Publicar un comentario