sábado, 2 de febrero de 2013

34. Arzúa - Muiño de Pena

34. Arzúa - Muiño de Pena

            (19,1 kmts)
           



Caminamos con melancolía. Cada uno va encerrado en sus pensamientos, taciturnos, ajustando cuentas con las cosas pendientes y aceptando a contrapelo, con desgana, la consecuencia inevitable de nuestros pasos. Nos reclama el horizonte abierto, el sendero que se adentra en la espesura, las nubes que pintan el camino de verde oscuro, el sonido multicolor de arroyos y molinos. Allí, en el esfuerzo de mochuelos, alondras, y mirlos, en las piedras desgastadas de las pequeñas iglesias de parroquia, en todo ese mundo abierto y palpitante, vemos un irresistible impulso, una llamada urgente, impostergable, para seguir adelante. Hemos gastado a conciencia las suelas de nuestro calzado y ahora, cada metro añadido, cada kilómetro que sumamos, nos precipita al final de nuestra aventura. Esta paradoja de la urgencia de seguir y el desconsuelo de llegar es otra manera de comprender la división que acompaña al peregrino. El objeto del deseo, la llegada a Santiago produce a la vez alegría y pesares, la consumación es la disolución, tener es perder. En pocas palabras, el todo es también la nada.
Vamos caminando desde temprano entre robles y eucaliptos, en una mañana fría y brumosa. La luz clara de Galicia es diferente en cada momento, como si llegase a ráfagas, ayudada por el viento que obliga a enfundarse los abrigos y dejar a mano los chubasqueros. 

Este paisaje, cerrado y arisco en la madrugada, me recuerda a una película de  José Luis Cuerda, que se estrenó a mediados de los años 80 en Argentina. Está basada en un libro publicado en 1943 por el escritor gallego, Wenceslao Fernandez Flores (1885-1964), que retrata con humor, tristeza y melancolía la vida encerrada y áspera de la Galicia de principios de siglo XX. En esas épocas, la aldea, el pueblo, era el mundo y la ciudad era solo una vaga reminiscencia, como una suerte de enfermedad que alguno de la comarca contrae ocasionalmente. Es una película simple, con historias de amor, celos, desdichas, exilios y un buen puñado más de cosas cotidianas. Todo ocurre en un pequeño caserío, La Fraga de Cecebre (aunque una buena parte fue rodada en las afueras de Madrid) donde los personajes se afanan por sus quehaceres, en labores sin horizonte, vigilados por la riqueza consumida y prepotente de la nobleza y el clero. El tema, en definitiva, es Galicia y las heridas de la pobreza, pero también sus rituales, las supersticiones, las quimeras y los sueños perdidos.
Ya desde el título, El Bosque Animado, la película se articula sobre las densas arboledas, los caminos tapizados de hojas y la espesura de sus silencios. Allí, en la honda sustancia vegetal vaga un fantasma inofensivo, Fiz de Cotobelo, que se lamenta de no haber acudido como peregrino a San Andrés de Teixido. Pide, sin éxito alguno, que un buen cristiano se apiade de su padecimiento y lo lleve allí a cumplir su promesa. Vaga por el bosque, conversando ocasionalmente con niños y bandoleros, consumido en la pena de las oportunidades perdidas, contemplando cómo la vida va y viene, gozosa de sí misma, mientras él espera melancolicamente por algún peregrino de buen corazón.
Caminar hasta San Andrés es uno de los recorridos más conocidos en España. En la red (http://www.guiasdegalicia.com/) se puede leer:

Esta Ruta dos Romeiros de orígenes que se remontan a los primeros tiempos de la presencia humana, ha persistido hasta tiempos recientes como una peregrinación religiosa de grandísima relevancia entre las gentes de Galicia y Asturias, siendo el destino de turismo religioso detrás de Compostela. La tradición indica que en el santuario de Teixido se guarda una reliquia (fragmentos de un dedo) de San Andrés, Patrón de Escocia. San Andrés en este caso ha ocupado el lugar de Señor de los Muertos, pues hasta muy bien poco era posible observar a personas acudiendo a pié a Teixido “hablando” a sus difuntos, los cuales estaban presentes en espíritu. Las familias traía a los espíritus de sus seres queridos a los cuales se les hablaba, se les reservaba su ración de comida, e incluso en tiempos modernos se les compraba su tiket de autobús. El monje ilustrado gallego Padre Sarmiento realizó la romería a Teixido en junio de 1755 y dejó constancia de que los romeros vestían el traxe de romeiro, un hábito blanco y un cayado de avellano con ramitas de tejo, arbol sagrado atlántico de la muerte, atadas en su parte superior a modo de escoba...
           
La romería a San Andrés tiene muchas semejanzas con la peregrinación hacia Compostela. Por ejemplo, ambas son rutas medievales reconocidas, los peregrinos acostumbran a formar montículos de piedra para que el día del juicio final hablen a favor de su devoción, etc., pero a diferencia de Santiago, como señala la crónica reseñada anteriormente, a San Andrés también puede llegarse mediante persona interpuesta. Por ello, con relativa frecuencia, amigos y parientes de una persona fallecida visitan la tumba del difunto y le prometen llevar su alma a Teixido. De allí surge el dicho

A San Andrés de Teixido vai de morto quen non foi de vivo

De hecho, la primera mención de esta romería se encuentra en el testamento redactado a mediados del siglo XIV por una mujer del pueblo de Vivero, que dice así:

... mando ir por min en romaría ó Santo André de Teixido, porque llo teño prometido, e que lle poñan no altar unha candea do tamaño dunha muller do meu estado

Vagando por estos bosques, empapandome de la humedad fría de Galicia, sintiendo el palpitante reclamo de la tierra, me prometo, entonces, caminar alguna vez desde el Monasterio de San Martiño do Couto, en el concello de Narón y llegar en romería a San Andrés, aunque más no sea para llevar simbolicamente el alma de Fiz de Cotovleo, ese personaje entrañable de una película maravillosa.

Esta mañana nuestra comunidad se ha reunido temprano en el bar junto al hostal. Desayunamos sin contratiempos, aunque cuando Laura preguntó si tenían alguna fruta para acompañar a su café con leche tuvimos una suerte de dejá vu, de repetición de pasadas querellas, que afortunadamente se disolvieron rápidamente porque, para nuestra sorpresa, la camarera dijo ‘Por supuesto’ y le dio a escoger entre plátanos, kiwi, uvas y naranjas. Inés también se suma a las frutas, mientras los caballeros nos festejamos con unas tostadas con mantequilla. Un poco después de las 8 de la mañana dejamos listos nuestros equipajes para Jaco-Trans y salimos a recorrer nuestra penúltima jornada.
La marcha es apacible y el sendero no presenta dificultades. Sin embargo, Julio camina desanimado, impaciente y contrariado. Algo arrastra consigo, pero no logro desentrañar sus padecimientos. Programa su música y se aleja, solo, como lobo inquieto al final del invierno. Vamos desperdigados, pero a buen ritmo y a los seis kilómetros de marcha nos detenemos a tomar un café en el bar ‘Bo Camiño’, en el pequeño caserío de Calzada. El bar está lleno de gente, aunque es suficientemente grande como para encontrar un buen sitio en la terraza. Mientras esperamos nuestros cafés, curiosemos un rato unas artesanías que se exhiben en una vitrina. Hay collares, pendientes, brazaletes y un mundo de cosas de diversos estilos y colores, con pequeños adornos o leyendas. Me recuerdan a mi infancia, aquellos negocios de artículos regionales en los que los objetos más codiciados eran unos caballitos de mar, que cambiaban de colores según el pronóstico del tiempo. Busco algo para regalarle a Laura y dejo de lado, por obvias, las cosas que se refieren al Camino y a Santiago. Revuelvo un rato y finalmente encuentro una pulsera con un signo celta, que ilustra el orígen de todas las cosas. Un símbolo complejo que une triangulos, espirales y círculos, indicando la geometria perfecta de la estructura del mundo.
Con nuestro pedido ya despachado, nos reunimos con Tito, Gigi, Penélope, Helen y Claire. Luego de acarrear sus mochilas durante todo el camino, Gigi y Penélope han decidido enviar su equipaje con Jaco-Trans y ahora viajan felices, solo con un pequeño monedero, dejando la impresión de que su destino es un centro comercial y no la tumba del Apóstol. 




Nos reímos un buen rato con ellas. El ambiente se torna festivo, alejando los pesares y dejando la imagen simple de un grupo de amigos pasándola bien. Antes de partir, sellamos nuestras credenciales y nos prometemos llegar juntos a Santiago, el domingo al mediodía, en la hora de la misa del peregrino.
Retomamos la marcha. Dejamos atrás Calle y seguimos hacia Boavista, y en una callejuela estrecha y prácticamente inundada nos encontramos con un pequeño arreo de bueyes. No hay espacio en el que podamos refugiarnos y las bestias tienen poca paciencia con los peregrinos. Por ello, no queda más que volver a prisa los veinte metros del callejón, encharcandose en el lodo. En estos minutos de desasosiego, el grupo se estira. Julio se aleja con Tito y las peregrinas de Nottingham, Inés marcha también a su propio ritmo, con Laura vamos cerca de ella, y al final, Ramín cierra la marcha, conversando animadamente con Javier y Jorge. Ellos son del País Vasco, de Bilbao y ya los habíamos conocido en Portomarín, tomando una cerveza, cuando una peregrina portuguesa le agradeció a Javier el auxilio para completar la etapa.


Nos unimos al grupo de Ramín, Jorge y Javier. Es fácil conversar con ellos y, al poco rato de conversación, parece que hiciese ya mucho tiempo que nos conocemos, como viejos amigos que se reencuentran inesperadamente después de largos años. Javier es licenciado en filología y trabaja de profesor de instituto. Tiene un raro talento para que te sientas inmediatamente cómodo en su compañia. Es una persona cálida, luminosa y amable. Pregunta con cortesía, responde con humor y cariño. De él es fácil decir que es una persona entrañable. Jorge es fotografo y, fiel a su vocación y oficio, acarrea una cámara hermosa, que le sirve para retratar detalles del camino y su gente. Sin duda, su mirada está llena de arte.
Cerca de Salceda, nos encontramos, en una encrucijada de caminos, con un hombre muy mayor, que anda lentamente, ayudado por dos varas de avellano, midiendo cuidadosamente sus pasos. Lleva un chaleco de hilo azul y una boina para protegerse de las inclemencias del tiempo. A unos cuantos pasos de distancia, nos desea un buen camino. Mientras prepara su cámara para retratarlo, Jorge le pregunta:
- ¿Usted va también a Santiago?
- ¿Qué?, pregunta el hombre mayor
- Si va a Santiago, como nosotros. Es que lo veo muy bien - añade Jorge - caminando firme, seguro que llega allí antes que todos
-¿Qué?, repite el anciano, poniendose una mano detrás del oído derecho, en un esfuerzo por captar mejor los sonidos.


Desistimos de la conversación, reemprendemos la marcha y nos saluda agitando uno de sus bastones. Después de todo, de una forma u otra, todos vamos a Compostela.
Dejamos atrás a Salceda y, de repente, al costado del camino, nos estremece el memorial de Guillermo Watt, construido como una pequeña hornacina y una placa que reza:

Guillermo Watt.
Peregrino
Abrazo a Dios a los 69 años
A una jornada de Santiago
El 25 de Agosto de 1993

Me detengo un momento. Junto a flores, cruces y otros objetos que dejan allí los peregrinos, casi ocultos en el montón de cosas, se entreven unas botas de bronce, como símbolo de ausencia, una señal de que allí a 27 kilómetros de Santiago, Guillermo Watt encontró el final de su camino. Este memorial me produce congoja; me deja una sensación de infantil vulnerabilidad, de rabia contra los caprichos del destino y  la ironía de que la muerte sorprendiese a este compañero a tan poca distancia de su meta, de nuestra meta. Adiós, Guillermo, descansa en paz.
Seguimos nuestro camino. Jorge nos cuenta de su trabajo, de una serie de fotografías de su ciudad, sus puentes, sus madrugadas, del estrecho cerco de las calles que bordean la ría, de la sordida humedad del invierno, de los colores alucinados de las comidas y platos típicos, de la mirada inmóvil del lente. Se apasiona en sus comentarios y nos cuenta de sus proyectos. Nosotros también contamos de nuestras cosas, nuestro mundo y, poco a poco, bajo un sol que ya se hace despiadado en el rigor del mediodía, vamos dejando atrás pueblos y caseríos (Ras, Brea, Rabiña).



El paisaje ha cambiado sustancialmente. Ahora marchamos entre campos de labores, prados y caserios que exhiben una vida ocupada y agrícola. Ropa tendida, caminos de labranza, molinos de viento y, cerca se presiente la carretera nacional y un volumen de tráfico que recuerda la mínima distancia a Santiago.
- ¿Habeís estado ayer en Melide, en Casa Ezequiel?, pregunta Jorge.
- Obvio, responde el coro de peregrinos
- Frente a ese local hay una parada de taxis.
- Claro, respondemos, ya que allí fue donde nuestro amigo sevillano abandonó la caminata porque sus rodillas lo hacían padecer demasiado.
- ¿Y les contaron la historia del Falso Peregrino?
Nos miramos desconcertados. Jorge cuenta, entonces, que al salir de la pulperia, se detuvieron un momento en un negocio de tabaco, junto a la parada de taxi. Allí, mientras le pedía fuego a uno de los conductores, vio a un peregrino solitario, en la acerca del frente. El conductor lo saluda con la mano y le grita ‘Buen Camino’. Por alguna extraña razón, el peregrino corresponde al saludo con un ademán de fastidio, y sigue su marcha murmurando palabras que se lleva el viento, pero que por los gestos destemplados, recuerdan lisa y llanamente a un insulto.
- Ese - dice el taxista a Jorge y Javier - es uno de aquí del pueblo. Cada semana, vestido de peregrino como está ahora, coge un taxi y se hace llevar diez o doce kilómetros abajo.
El taxista hace una pausa y todos los de la parada, que están pendientes de la historia se ríen. La historia continua fácil, amena. Allá lo ves al peregrino con su bordón, su sombrero de ala ancha, la vieira bien visible, con cara de fatiga como si estuviese caminando desde Pamplona. Se queja de sus rodillas y del cansancio, va conversando con todos los que encuentra, pero se fija especialmente en las peregrinas que van más abrumadas por el calor, por el peso de sus mochilas, la sed y el esfuerzo. Poco a poco va ganando su confianza, les ofrece ayuda y apoyo, las consuela, y  así, pam pum pam, bla y bla, metiendo brasa, va preparando la ocasión. Finalemente, remata la faena, dejando caer, como al pasar, que ya falta poco para llegar a Mélide y que, allí, unos parientes le dejan un apartamento donde se pueden quedara a descansar y pasar la noche. Jorge apunta que ese artilugio no puede salir bien, que seguramente es fácil detectar a quien sale al camino solo para ligar, simulando esfuerzo y fraternidad. Sin embargo, en esa taimada estrategia de seducción, admiten los taxistas con incredulidad, el falso peregrino más de una vez tiene éxito.
¿Qué puedo añadir, mis amigos? Probablemente, como ocurre con la mayoría de las buenas historias, lo más prudente sea solo gozar de ellas. Pero, si fuese pertienente agregar algo sólo diría que el Camino de Santiago, desde siempre, ha sido un lugar común para santos y pecadores, pícaros y virtuosos, malechores y hombres de bien. Por estas sendas han vagado Francisco de Asis, el Cid Campeador, o Alfonso el sabio, pero también, como dice Juan G. Atienza, ‘en los tiempos de las grandes peregrinaciones, muchos peregrinos poco devotos y más aventureros que penitentes sinceros emprendían el Camino con la esperanza de medrar a costa de los demás'. (Atienza, Juan, Leyendas del Camino de Santiago, 1998). Así, diría que el encanto del Camino es inseparable de esa diversidad de circunstancias y que el lenguaje que se construye en esas jornadas de marcha incluye, casi por necesidad, tanto a la pícardia del falso peregrino como también a la melancolía de la soledad, la palidez de la muerte que sorprende en una hornacina a pocos kilómetros de la meta, o al esfuerzo sincero por llegar al fondo de uno mismo, por encontrar aunque sea fugazmente a Compostela en el fondo de nuestros corazones.
Nuestra comunidad vuelve a reunirse en el restaurante O Ceadoiro, en San Miguel de Cerceda, mejor conocido como O Empalme, por ser un lugar de cruces de rutas y senderos. Allí nos encontramos con JR y Mercedes, que han terminado de almorzar y están recogiendo sus cosas para continuar la marcha hasta Pedrouzo. Quedamos en reunirnos a la noche para cenar juntos. Aunque ellos nos ofrecen su sitio, somos demasiados para sentarnos allí ya que la terraza no tiene alero ni sombrillas y el sol de la siesta castiga con dureza. 



El dueño nos arma un par de mesas en la vereda, girando la esquina, al reparo del calor. Nos quedan solo un par de kilómetros para concluir nuestra etapa y por ello, nos festejamos con tranqulidad con tortilla de papas, pimientos del padrón, bocadillos y tapas varias. Javier y Jorge siguen hasta el albergue y a los poco minutos llegan Inés, Mónica y Julio. Más atrás viene Tito, que no puede vernos porque estamos ocultos por la cantonada. Por ello, cuando él descubre a Gigi y Penélope, sentadas en el bar del frente, va a reunirse con ellas, pero Gigi, le grita:
- Tu familia está al frente, girando la esquina
Inmediatamente, ante el anuncio de su hija, Tito se detiene y regresa en nuestra búsqueda. Así de simple, así de entrañable. Ellos van a continuar la marcha por doce kilómetros más, para llegar ya casi de noche a los suburbios de Santiago, a un hotel de lujo que les servirá para pernoctar en su última noche como peregrinos.
Remontamos con pereza nuestros últimos dos kilómetros, conversando insustancialmente, de todo un poco. Mientras Mónica continúa con Tito, al menos hasta el albergue de Santa Irene, en Arca do Pino (Pedrouzo), nosotros seguimos por un pequeño bosque de eucaliptus, que serpentea cuesta abajo hasta el diminuto caserío de A Rua, en el que - como su nombre lo indica - solo hay una única calle. Nos detenemos en la esquina, al comienza de la travesía, en un portal de la oficina de turismo, que en ese momento está cerrada. Allí esperamos a que venga un transporte de nuestro alojamiento a recogernos. Esta noche nosotros también tenemos reserva en un lugar de lujo, un hotel con encanto llamado ‘Muiño de Pena’ (Molino de los Pena), en medio del bosque, alejado siete kilómetros del Camino.




Esperamos un rato, pero nadie nos recoge. Llamo al hotel y, luego de varios intentos, finalmente consigo comunicarnos. La encargada ruega disculpas y aclara que han tenido un problema, Uno de los ayudantes está enfermo y ella está sola, atendiendo a unos turistas que han llegado a almorzar. La respuesta me encabrona, y mi decepción tiene que ser palpable porque la mujer me anuncia que ya mismo trata de conseguir un taxi para que nos recoja. Promete que en media hora estaremos instalados en el hotel. Julio se impacienta y, poco a poco, vuelve a ponerse taciturno, peleón. Repite que no hay que alejarse del Camino, que seguramente algo horrible nos va a ocurrir y que, bien mirado, ya nos está ocurriendo, que por qué nos hace caso y cosas similares. Aunque en su tono exagerado hay indicios de otros padecimientos, lo cierto es que estamos empantanados, a muy pocos minutos de nuestro destino, pero sin posibilidad de resolver nuestra situación. Ramín opta por dormir una pequeña siesta, estirado en un banco, mientras Laura e Inés quedan conversando un rato sobre qué hacer luego de llegar a Santiago. A su vez, Julio se revuelve en su impaciencia mientras la espera se alarga. Finalmente, con mi hermano decidimos explorar la indicación de un cartel que anuncia un hotel, a escasos cien metros.
El Hotel O Pino está sobre la carretera nacional y ofrece un aspecto impecable. Clásico en su recepción, con maderas oscuras y un restaurante espacioso, con mesas retiradas en las que algunos parroquianos consumen plácidamente su sobremesa. Pedimos unas cervezas en el bar y nos sentamos en una terraza, bajo la sombra de un viejo parral. Conversamos de todo un poco, de futbol, de los hijos, de la impresentable actitud de la gente del hotel y, poco a poco, vamos llegando al nudo de su impaciencia, de su humor contrariado, que empiezo a comprender mejor cuando hablamos de nuestra llegada a Santiago. Tenemos reserva en el extraordinario Parador de Los Reyes Católicos, en la Plaza de Obradoiro, exactamente al frente de la catedral. Es un viejo hospital de peregrinos, construido por mandato de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, y actualmente es un hotel de rara belleza y calidad. Julio repite algo que ya había anunciado unas cuantas veces a lo largo de nuestra marcha.
- Yo no voy a alojarme en el Parador
- Vale - digo. Hasta hoy por la tarde hay tiempo para cancelar sin cargo tu reserva. Tienes que llamar, pero... ¿por qué te resistes tanto?

Por supuesto, siempre hay excusas a mano como, por ejemplo, que el lujo es incompatible con la vida del peregrino. ¡Quien lo sabe! Nos quedamos un rato en silencio. Brindamos. Llamamos a Laura y les decimos que vengan a tomar un café, que el lugar está hermoso y se puede descansar mucho más cómodos que en la oficina de turismo. Corto. Julio bebe un largo trago de su cerveza y yo también apuro la mía.         
No tengo argumentos para añadir y, mientras pienso en algo adecuado para ese momento, llegan Ramín, Inés y Laura. Las novedades son que la encargada del hotel ha llamado diciendo que no consigue taxis, que está pendiente de nosotros, pero que no cabemos todos en su coche. Nos recogerá en el Hotel O Pino, en cuanto le sea posible. Esas palabras reavivan la cólera de Julio. Anuncia que él se queda en este hotel y que se vaya a la mierda la impresentable encargada de Muiño de Pena. Se levanta y regresa a los pocos minutos con información sobre tarifas y disponibilidad de habitaciones. Bingo. Hay sitio y a un precio razonable. Mi hermano agita para cerrar la operación y la duda se apodera del grupo. Ramín - admirable en su buen humor y temperamento - ejerce de paciencia y solidaridad y señala que él aceptará cualquier decisión, que no tiene problema en esperar un rato más o en confirmar una habitación en ese hotel. Laura ha empezado a padecer de jaqueca y la ira que siente con la empleada del Molino la va descompensando poco a poco. Sin embargo, Inés recuerda que el equipaje ya está despachado al otro hotel y que si cancelamos intempestivamente no hay garantías de que llegue intacto. Julio responde en que eso no es problema, que ya lo buscaremos más tarde, pero Inés insiste en que ella lo querría ahora en caso de cambiar de hotel. Se enseñan los dientes. La disputa es banal, pero el cansancio de la marcha y el fastidio de la espera pesan lo suyo y se anuncia una tormenta inesperada en nuestra comunidad. De repente, cuando la lucha parece inevitable, dos coches aparcan en frente nuestro: la encargada y un taxista acuden al rescate de los peregrinos. La mujer que atiende el Molino presenta una y mil disculpas mientras nos acomodamos en los coches. Nuestras respuestas son parcas, inversamente proporcionales a la cantidad de bronca acumulada en esas casi dos horas de espera. El enojo dura poco, sin embargo, ya que ahora sí podemos dar por finalizada esta etapa que se ha prolongado inepseradamente.
Luego de un viaje de un poco más de cinco minutos, en una vuelta de una pista asfaltada que atraviesa el bosque, aparece un prado amplio, una casa rural de piedras rojizas en el sol de la tarde y el rumor de un arroyo que se adueña de todo el espacio. El Muiño de Pena. El conjunto es, mis amigos, por decirlo en pocas palabras, sencillamente hermoso. Dos perros acuden a recibirnos, con más ánimos de juego que de ejercer una tarea de custodios. Una vez que se familiarizan con nosotros, buscan un palo para que se lo arrojemos. Uno de los perros es enorme y el otro, en cambio,  diminuto. Por supuesto, el palo que ha escogido el perrazo es adecuado a su tamaño y lo levanta por encima de su cabeza, mientras el pequeño salta inútilmente tratando de arrebatarselo. Cuando el perro grande, parecido a un gran danés, se aburre deja el palo y el pequeño se abalanza para exhibirlo orgulloso. Pero, el juguete es tan grande como el mismo cachorro y la imagen que nos queda al entrar con nuestros equipajes al hotel, es el retrato cómico de un perro pequeño intentando sin éxito arrastrar un palo enorme.  
Este hotel lo ha seleccionado Laura, de una revista de ocio y buena vida (Cuisine & Vines) y, a poco de entrar se nota claramente la calidad y el estilo del alojamiento. Como otros molinos de granos, hay un pequeño arroyo que circula bajo la casa, que en sus sotanos y habitaciones bajas, actualmente un museo privado, guarda las prensas y piedras de moler. La casona tiene más de trescientos años y la familia de los Pena entró en posesión del Molino en el año 1892, luego de una permuta con el propietario del Pazo de Bermás, el Marqués de Montesacro. 



En la página oficial del hotel se señala que el molino era una auténtica industria, la primera de la zona, dedicada a la molienda del grano y al aserrado de madera. Durante muchos años brindó un servicio indispensable a los vecinos de la comarca, empleando el curso de agua como fuerza motriz. Ese sitio se convirtió poco a poco en un centro de vida social ya que, mientras cada uno esperaba pacientemente su turno para la molienda o el aserrado, se comentaban noticias y novedades. La fábrica siguió trabajando hasta la década de los setenta y, finalmente, desde enero de 2003, O Muiño de Pena funciona como casa de turismo rural.
La casona está decorada con muebles antiguos y objetos maravillosos: un telescopio, divanes con almohadones de colores fuertes, vigas de madera al desnudo en contraste con la piedra, mesas asimétricamente dispuestas, ventanales al prado, el bosque y el río, diferentes niveles en los que se adivina la historia productiva de la casona, siete habitaciones custodiadas por cerraduras y llaves de época. La sensación de paz y bienestar es inmediata. Por ello, dejamos nuestros equipajes en las piezas asignadas - cada una de ellas denominada conforme los oficios típicos de la industria, e.g., cuarto de carpinteria, de la forja, del telar, etc - y volvemos al salón principal, a brindar con unas cuantas copas de vino blanco helado. Verdejo y Albariño son las dos botellas que descorchamos mientras conversamos tranquilos, felices, programando la última etapa a Santiago. Julio propone madrugar para llegar al mediodía, a la misa del peregrino y, con suerte, ver volar el botafumeiro, pero la encargada del hotel dice que, con especial consideración, solo podrá preparar nuestro desayuno a las ocho menos cuarto. Luego, nos quedamos un junto a un ventanal en el que vemos filtrarse el sol del verano.
La consigna es reunirnos a las siete y media de la tarde. Al momento de marcharnos a descansar, Julio ha insistido especialmente en reunirnos a esa hora, y nos señala que vendrá un taxi a recogernos; por lo que hay que estar puntualmente listos. Protestamos, básicamente apuntando que no hay apuro alguno, que hemos quedado para cenar a eso de las 9 de la noche y bien nos vendría un largo descanso. Sin embargo, mi hermano está empeñado en cumplir el horario con disciplina militar y deja poco margen para la discrepancia. No queda más, entonces, que retirarse a los cuarteles de invierno a descansar y volver a la hora convenida. Unos pocos minutos después de la siete y treinta llega nuestro transporte. Nos apretamos un poco y nos deja en el centro de Pedrouzo, junto a un hotel bien conocido de la zona. 
Recorremos la feria medieval y nos demoramos en las casetas de cetreria, de panes artesanales, de herreros y antiguas herramientas de labranza, pero no hay mucho más en que entretenerse y seguimos recorriendo el pequeño pueblo, con desgana, simplemente dejando pasar el tiempo hasta que sea la hora de reunirnos con JR, Mercedes y Mónica.




Llegamos hasta el Albergue Otero, en la rua Forcarey y nos quedamos un rato en un espacio de aparcamiento en el que se ha montado un escenario y una banda de salsa y música popular está probando el sonido para un baile que se anuncia a las 22,00hs. En una de las esquinas, en el Bar O Pedrouzo, encontramos a Jorge, que está bebiendo una queimada, es decir, bebida alcohólica tradicional hecha a base de orujo con azúcar, cáscaras de naranja o limón y granos de café. El secreto del brebaje consiste en que, mientras se la hace arder, se recita enérgicamente un conjuro ritual contra los malos espíritus. Por supuesto, nadie ha logrado demostrar que la bebida sirva para luchar contra las meigas, pero hay documentación científica abundante sobre la capacidad de sus alcoholes para provocar ceguera temporal. Jorge nos invita a sumarnos a la ronda de bebidas, pero declinamos la oferta. De todos modos, nos quedamos conversando un buen rato con el peregrino mayor, Antonio, de orígen catalán y que vive en las afueras de Barcelona. Es abogado y ha dictado clases en distintas universidades; también forma parte de un grupo europeo de abogados dedicados a la protección de la intimidad. Es una persona amable, aunque su conversación mantiene un tono monocorde que rápidamente invita a nuestra comunidad a emprender la retirada.
Regresamos por la calle de Santiago hasta la Pulpería del Peregrino, que es donde nos reuniremos con nuestros amigos andaluces. Junto a ese local, en las terrazas del Restaurante Che, están Julio y Lorena, tomando una cerveza. Es la segunda vez que nos encontramos con ella, aunque antes, en Triacastela, no cruzamos tan siquiera una palabra. Es hermosa, cálida y su sonrisa llena todo el espacio. Con solo verla se adivina que puede ser una mujer importante en la vida de cualquier hombre. Le digo, entonces, al momento de las presentaciones, que tenga cuidado con mi hermano, que es un muchacho de Santiago del Estero y que allí el corazón es frágil. Se sonríe, saludamos y nos vamos a nuestra pulpería. Allí, en una mesa grande, están ya Mónica, JR y Mercedes. El local está prácticamente lleno, el ir y venir de los camareros es incesante y, como bien pueden imaginarse, la estrella es el pulpo, aunque también elaboran otros pocos platos de carne y pescado.
La cena es divertida, aunque el bullicio del local impide una conversación normal. Todos estamos pendientes de Julio, que con su cita con Lorena, ya prácticamente al final del Camino, ha logrado llenar de suspenso la definición de la peregrinación. Conversamos de todo un poco. De Antonio, que ha viajado en el mismo tren de Mercedes y que no se ha destacado por lo ameno de sus dialogos. A su vez, Inés cuenta de sus planes para los próximos días. Mientras que Laura y yo le recomendabamos visitar a su parientes lejanos, ella ha decidio pasar unos días en Porto y luego visitar a Mónica en Zamora. Nos cuenta de las peripecias de su familia y de la emigración de los abuelos desde Galicia a Argentina. Por nuestra parte, Laura, Ramín y yo, nos quedaremos unos cuantos días en Santiago, hasta que mi hermano aborde su vuelo de regreso y, luego, probablemente alquilemos un coche para llegar hasta Finisterre (Fisterra).
La conversación va y viene. nuestros amigos sevillanos lucen unas camisetas de color borravino, en las que se destacan en dorado unas letras enlazadas de una manera extraña: NO8DO. Nos cuentan que hay diversas interpretaciones de este símbolo, pero que la más usual refiere al año 1283, cuando el rey Alfonso X, el Sabio, se enfrentó a su hijo, el Príncipe Sancho. En esta guerra de sucesión, la mayoría de las comarcas del reino se fueron sumando progresivamente al avance del Príncipe. En la red (http://www.estoeshispania.com/2010/12/la-leyenda-del-no8do-de-sevilla.html) se puede leer que Sancho ‘no quiso atacar Sevilla, ciudad en la que el rey Don Alfonso, ya viejo y enfermo se había refugiado. En esta ciudad pasó Don Alfonso los últimos días de su vida, arropado por algunos fieles magnates y por todo el pueblo sevillano que se manifestó al anciano rey y se dispuso a servirle en todo. Como signo de gratitud a esta lealtad concedió al Ayuntamiento de Sevilla un lema a modo de jeroglífico, formado por las sílabas NO y DO con una madeja en medio. Así la lectura de este criptograma es "no-madeja-do", expresión fonética de la frase "no me ha dejado", con la que el rey quería agradecer a Sevilla el hecho de que no le hubiera abandonado’.
Luego de esta preciosa historia, Sevilla se convierte en el centro del relato. Sus barrios, las cofradías, la feria de Abril, el Guadalquivir, la Maestranza, la romería del rocío, las coplas, y un mundo de cosas más surgen apasionadamente del su relato, dejando en el alma la certeza de que ninguno será feliz hasta no reencontrarnos allí, en el corazón de Andalucía. Y, entonces, de manera espontánea, a cada rato surgen las palmas y entonamos una y otra vez la consigna de estos días: ‘no te vayas todavía, no te vayas por favor, que hasta la guitarra mía llora cuando dice adiós’.
Nuestra cena sigue el clásico menu de pulpo, ensaladas, papas fritas y unas buenas jarras de cerveza. Conversamos un rato sobre Julio y Lorena. Nadie sospechaba siquiera de esta cita, aunque la conclusión obvia es que están en contacto desde la noche de Palas do Rei, cuando Laura, la peregrina mexicana, le dio a mi hermano el telefono de ella. Para matizar la conversación señalo a mis compañeros que la peregrinación a Compostela celebra el erotismo, pero que censura gravemente al pecado carnal. Les cuento que en el Codex Calixtino se relata una historia que sirve para ilustrar este tema.
- Puedo contar la historia en latín, aseguro
La comunidad sonríe con indulgencia y se limita a escuchar, con más resignación que entusiasmo, esta nueva historia. En el libro II del Códice, referidos a los milagros obrados por Santiago, se cuenta que cerca de la ciudad de Lyon vivía un joven peletero, llamado Giraldo. El muchacho era devoto de Santiago y todos los años peregrinaba hasta la tumba del apóstol para hacer su ofrenda. Giraldo no tenía mujer y llevaba una vida casta, aunque la noche anterior a su viaje a Compostela, alegre por los cantos de despedidas y las copas con amigos, se vió vencido por el placer de la carne. A la mañana siguiente, ya rumbo a Santiago, Giraldo y sus acompañantes se encontraron con un personaje enigmñatico, que caminó un trecho con ellos, hasta llegar a una venta que eligieron para descansar. En cierto momento, el viajero le preguno a Giraldo si sabía quien era. Ante la negativa de nuestro peregrino, el viajero dijo que era el Apóstol Santiago y que estaba muy decepcionado ya que había emprendido su peregrinación en pecado porque había fornicado sin arrepentimiento ni confesión poco antes de emprender la marcha. Estas palabras dejaron muy apenado al joven, quien decidió regresar a su ciudad y confesar sus pecados, pero el enigmático viajero volvió a la carga y le dijo que su falta era demasiado grave como para simplemente borrarse en un arrepentimiento espontáneo. Giraldo, desesperado, le pregunto, entonces, qué debía hacer. El viajero respondió que debia arrancarse en seguida, de un solo tajo, sus partes viriles. Nuestro peregrino respondió espantado que ello sería el sacrificio de su vida y que, al cometer suicidio, estaría condenado por toda la eternidad. El viajero no era Santiago sino, en verdad, era el Maligno que había adoptado una forma similar al apóstol y había urdido esa trama para la perdición de Giraldo. Por ello, volvió a insistir en que no había otro remedio que la castración y que él, Santiago Apóstol, le garantizaba que sería bien recibido por haber muerto martir, limpiando sus pecados. Luego, el Codex añade textualmente que, ante esos argumentos, Giraldo se amputo las partes viriles y luego se traspasó el vientre con el mismo cuchillo, falleciendo a los pocos minutos. Al día siguiente, los hospitaleros lo llevaron a enterrar a una iglesia cercana, pero, antes de la sepultura, Giraldo se incorporó en el lecho fúnebre y, ‘al ver esto los presentes huyen aterrados y gritando’.Una vez que se hubo apaciguado la conmoción provocada por la vuelta a la vida de Giraldo, éste relata que los demonios ya lo conducían al infierno a aplicarle sus tormentos cuando Santiago lo rescato de todos los males y lo condujo hasta Roma, cerca de la la iglesia de San Pedro Apóstol. Allí, la misma Virgen María se apiado de Giraldo y mandó al Apóstol a que lo volviese a la vida. Nos dice, finalmente el Códice que hubo un gran regocijo por el milagro. Las heridas de Giraldo ‘sanaron sin tardanza quedando sólo cicatrices en su lugar. Y en el de las partes genitales le creció la carne como una verruga, por la que orinaba’.
Al final del relato, mis amigos,  no puedo decir que coseché aplausos y algarabías, sino que nadie pedía al bardo una más, otra historia. Más bien, al terminar la historia se hizo un silencio perplejo, mientras que cada uno de los peregrinos pensaba en lo delicado del trance y las consecuencias horrendas.
- ¿Una verruga, una verruga? se interroga en voz alta Ramín, espantado por el desenlace y luego añade:
- ¡Déjese de joder mi compañero peregrino!
Ramín vuelve a repetir que la historia era horrible, sobre todo la parte de la verruga superviniente y no puedo más que darle la razón, aunque insisto en la sabiduría del Códice. Remato mi punto señalando que, por las dudas, habría que advertir a mi hermano de las consecuencias de los pecados de la carne durante la marcha a Compostela. No me dan mucha bola. El ambiente vuelve a tornarse festivo, me dicen que no sea cenizo y que seguramente el amor se impondrá sobre todas las dificultades que mi relato deja entrever. De allí en más, cada vez que hay algo para lamentar o una dificultad invencible, la comunidad me pregunta, en tono burlón, qué es lo que dice el Codex al respecto.
Cuando ya nuestras raciones de pulpo están harto menguadas aparece Julio. Se sienta, como si nada hubiese ocurrido, y pide un bistec con papas y una jarra de cerveza. La comunidad se precipita sobre mi hermano como las muchedumbres frente al cabildo del 25 de Mayo de 1810. En definitiva, el pueblo quiere saber de qué se trata. ¿Qué puede haber ocurrido ya al filo de cerrar toda nuestra peregrinación? ¿Hubo acaso algun margen para el amor, o ya es todo demasiado precipitado, impreciso, difuso y, en defintiva, inútil? ¿O acaso será que, como canta Shakira, hay amores que se esperan al invierno y florecen? No lo sabemos. Julio no da mayor importancia a nuestras preguntas, como si ese encuentro cuidadosamente diagramado hubiese sido una coincidencia sin importancia.
- ¡Joder, resume Maríame, ‘es que es para mear y no echar gota’!
Nos reímos de la expresión y la saboreamos, tratando de incorporarla a nuestro lenguaje común. Tratamos de desntrañar su significado exacto y traducirla a otro idioma. Comprobamos, sin soprendernos demasiado en verdad, que ciertos aspectos del lenguaje sevillano son impenetrables, intraducibles. La expresión de Mercedes revela sorpesa y también alarma; es como un llamado de atención frente a una increible cantidad de cosas que pueden salir mal. Como para mear y no echar gota. Pero, mis amigos, en esa última noche de peregrinos es fácil ser feliz y desear a Julio un momento de mágia inolvidable. Tal vez, después de todos, eso sea lo único que vale la pena. Todavía queda parte de la noche por consumirse y los peligros del mañana se atenderán a su debido momento. No es mañana lo que ocupa ni preocupa. Ahora es el desafío. El ahora es una dimensión insolslayable, enorme y urgente. Allí se resume la historia de Julio y Lorena, pero también la historia de nuestra comunidad. En ese momento, en la cruz de la noche de Pedrouzo, no solo Julio sino todos nosotros somos unicamente el ahora. Como diría Sabina
... Ahora que se atropellan las semanas,
Fugaces, como estrellas de bagdad,
Ahora que, casi siempre, tengo ganas
De trepar a tu ventana
Y quitarme el antifaz.
Ahora que los sentidos
Sienten sin miedo.
Ahora que me despido
Pero me quedo.

Y en ese vaiven inconcebible de estar y partir, de caminar imparablemente pero deseando no llegar, vamos dejando que la vida apure sus alegrías y que a las penas se las lleve el diablo. En ese momento, mis amigos, cómo los he echado de menos. Las emociones se van desbordando y se acercan los momentos de las últimas copas, las que reservamos invariablemente para ustedes, para beber a vuestra salud. Con Ramín e Inés abordamos un taxi para regresar al molino, mientras Julio se queda a vagabundear un rato más por la fiesta medieval. La noche es fría y se adivina en el bosque la bruma, como bostezo de algún animal malvado. Aunque tengo mis huesos molidos de cansancio no pierdo ocasión de caminar un poco junto al arroyo, imaginando que sigo el curso, río arriba, tratando de encontrar en su fuente la raíz de mis propios desvelos, de mis ansias dolorosas de dicha y libertad. Me quedo en silencio, murmurando suavemente los versos de Atahualpa, ‘Un día yo vi un camino y me puse a caminar, y anduve, anduve y anduve mezclando dicha y pesar’. Así, mis amigos, en ese momento simple e irrepetible tuve la certeza de que volvería una y otra vez al Camino. Aunque mañana se acaba esta aventura, cada sendero que encuentre en mi vida será parte de mi Camino. Después de todo, a Compostela nadie llega, a Santiago solo se va.

            Sábado 3 de Agosto

No hay comentarios:

Publicar un comentario