24. Molino Galochas – Astorga
(19 kilómetros)
El silbato de un tren en la madrugada me sacude del
sueño y me deja desorientado. Palpo los objetos de la mesa de noche, tratando
de encontrar formas comunes, que me ayuden a saber en dónde estoy. Por
supuesto, no consigo reconocer el orden alterado que las cosas adquieren en los
viajes y tengo la sensación de flotar en un espacio infinito, en un pliegue de
la memoria, en una sustancia en la que la gravedad carece de sentido y el
tiempo recorre caprichosamente recodos olvidados de años perdidos. Por fortuna,
esa sensación dura solo un instante y la luz de la luna, que apaciblemente
entra por la ventana entreabierta me confirma las correctas coordenadas de
espacio y tiempo. El sueño regresará casi inmediatamente, dejándome una sombra
de irrealidad, un acertijo en el que pensar por la mañana, cuando el
despertador reclame ya las rutinas inevitables que tiene el retomar la marcha.
Una ducha rápida me ayuda despejar la memoria de los licores trasegados la noche anterior. Desde la ventana del baño, más un pequeño tragaluz vertical que un ventanal, se puede ver el prado que ocupa el molino, con la humedad de la madrugada condensándose en pequeñas gotas de rocío sobre flores silvestres. Despierto a Laura, procurando iniciar temprano nuestra jornada de marcha. Advierto sobre el calor; la conveniencia de evitar caminar a la siesta, el peligro de arrancar tarde. Amenazo con dragones y orcos, le recuerdo la leyenda del Pombero – un duende bastante cochino - que en las siestas del litoral, hipnotiza a las muchachas y ñaca ñaca. Nada surte efecto. Laura tiene un argumento demoledor: Mercedes recién sirve el desayuno a las 7 y 30, y por ello reclama unos diez minutos más para remolonear. Salgo a dar una pequeña vuelta, a mirar como el río fluye por debajo de la casa y trato de imaginar cómo era la vida en el Molino muchos siglos atrás. No consigo dar con una imagen precisa y regreso atraído por el olor del pan tostado y el café recién hecho. Desayunamos solos, con jugos, dulces, diversos panes y una conversación apacible. Las otras parejas todavía no dan señales de vida y luego de sellar las credenciales y pagar 45 euros por persona nos ponemos en movimiento. Mercedes y Máximo salen a despedirnos, nos ofrecen fruta y nos indican un atajo para salir directamente al Camino.
El paisaje repite los tonos y argumentos del día de ayer. Caminos rurales que dividen campos de cereales, con acequias melodiosas que riegan la meseta.
Una ducha rápida me ayuda despejar la memoria de los licores trasegados la noche anterior. Desde la ventana del baño, más un pequeño tragaluz vertical que un ventanal, se puede ver el prado que ocupa el molino, con la humedad de la madrugada condensándose en pequeñas gotas de rocío sobre flores silvestres. Despierto a Laura, procurando iniciar temprano nuestra jornada de marcha. Advierto sobre el calor; la conveniencia de evitar caminar a la siesta, el peligro de arrancar tarde. Amenazo con dragones y orcos, le recuerdo la leyenda del Pombero – un duende bastante cochino - que en las siestas del litoral, hipnotiza a las muchachas y ñaca ñaca. Nada surte efecto. Laura tiene un argumento demoledor: Mercedes recién sirve el desayuno a las 7 y 30, y por ello reclama unos diez minutos más para remolonear. Salgo a dar una pequeña vuelta, a mirar como el río fluye por debajo de la casa y trato de imaginar cómo era la vida en el Molino muchos siglos atrás. No consigo dar con una imagen precisa y regreso atraído por el olor del pan tostado y el café recién hecho. Desayunamos solos, con jugos, dulces, diversos panes y una conversación apacible. Las otras parejas todavía no dan señales de vida y luego de sellar las credenciales y pagar 45 euros por persona nos ponemos en movimiento. Mercedes y Máximo salen a despedirnos, nos ofrecen fruta y nos indican un atajo para salir directamente al Camino.
El paisaje repite los tonos y argumentos del día de ayer. Caminos rurales que dividen campos de cereales, con acequias melodiosas que riegan la meseta.
Caminamos a buen ritmo, conversando de cosas cotidianas, del trabajo, de lo que nos espera al regreso, del inminente encuentro con Julio y temas parecidos, insustanciales en la manera en que se van sucediendo pero necesarios para la trama del día a día. A los tres kilómetros, casi sin darnos cuenta vamos entrando a Puente de Órbigo y nos tropezamos con la iglesia de Santa María, cuya torre de espadaña se encuentra rematada por un nido de cigüeñas.
Allí, de manera inesperada aparece el río Órbigo y uno de los puentes medievales más espectaculares de todo el Camino: el Puente de Órbigo.
Como ustedes saben, tengo una fascinación por los puentes, por su significado, por sus historias. De cada uno de ellos trato de conocer sus orígenes, del modo en que han servido para ayudar a los peregrinos en su ruta a Compostela, de las leyendas y vicisitudes que han labrado el paso de los años. El Camino de Santiago es una ruta repleta de puentes. Es fácil recitar: Puente de la Rabia en Zubiri; Puente La Reina en Gares, el Puente de Piedra en Logroño, el Puente de San Marcos en León y una inmensa cantidad más. Algunos son modestos, otros tienen nobleza y estilo; a veces han sido dañados y reparados y, en ocasiones, se los encuentra prácticamente intactos. Todos comparten la vocación de abrir sus brazos para reunir dos orillas; todos sirven para unir y compartir.
El actual Puente de Órbigo es del siglo XIV, aunque ha sido reformado una buena cantidad de veces en tiempos posteriores.Un sinfín de arcos evoca la fuerza del río desbordado, que ahora luce manso, casi inocente. A lo largo de su historia, este puente fue escenario de muchas batallas (e.g. la victoria de los Visigodos en el año 452), ya que servía como encrucijada de diferentes caminos y rutas comerciales. En una de las praderas que bordea el cauce principal, hay una suerte de tribuna de madera frente a un espacio reservado para competiciones. Allí se recrea una de las historias más extrañas del Camino de Santiago. En internet se puede leer lo siguiente:
En 1434, el caballero leonés don Suero de Quiñones, organizó un
torneo de armas retando a todo caballero que quisiera traspasar el puente, a
romper tres lanzas contra él y sus nueve acompañantes. Todo para conquistar a
su dama Leonor Tovar. Se corrieron 727 carreras y se rompieron 166 lanzas
durante un mes, con la excepción del día 25 de julio, festividad de Santiago
Apóstol. Cumplido el torneo -sólo murió un caballero- peregrinaron a Santiago
de Compostela donde Suero de Quiñones entregó al apóstol una cinta azul que
pertenecía a su dama. Don Suero, 24 años después, moriría en otro torneo contra
uno de los caballeros que había vencido en el Paso Honroso del Órbigo.
El torneo duró aproximadamente un mes y la participación de los caballeros era compulsiva. Quien quisiera pasar por el puente, si es que acompañaba a una mujer, debía luchar o admitir su deshonor. Otro dato bien conocidos de esta historia es que Suero de Quiñones usaba los días jueves una suerte de collar de hierro para dar testimonio de hasta qué punto se sentía encadenado por un amor no correspondido. Este collar también fue ofrendado al Apóstol Santiago en la peregrinación del final del torneo ya que, al concluir el mismo, suero de Quiñones se consideró liberado de la carga del amor. Aquí, en esta historia, se reúnen tres elementos (Peregrinación a Santiago, amor cortesano y torneo de caballeros) que han dejado impreso su carácter no solo en el Camino hacia Compostela sino en muchas otras postales de la España medieval. También impresiona en esa leyenda la banalidad y el ocio de una clase adinerada, poderosa, que dejaba las labores y la industria en manos de otras clases sociales menos afortunadas, contribuyendo al despilfarro que caracterizó a la nobleza, el clero y la corona española.
Cruzamos el puente, admirados de su belleza y extensión. Pensando también en las cosas que se hacen por amor; en las diferentes formas en que el amor y el Camino van reuniéndose. Por ello, con Laura advertimos a Inés sobre el peligro de los encantos de Julio, su próximo compañero de habitación, que se sumará a la peregrinación por la tarde en Astorga. Inés, sin embargo, no se siente demasiado impresionada por nuestras palabras; más aún, creo, que ese juego de eventual seducción, el desafío mismo, la motiva. De todos modos, nos confirma que tomará debida nota de nuestros comentarios. Y así, en ese ambiente festivo que reina en los peregrinos cuando la conversación fluye distendida, el sol calienta los huesos, el aire es limpio y el camino llano, seguimos adelante.
Sellamos nuestras credenciales en la vieja iglesia de Hospital de Órbigo. Esta iglesia carece de mayor atractivo y contrasta en su sobriedad y desamparo con la exuberancia del puente que lleva hasta casi el mismo corazón del pueblo. La ciudad fue creciendo en torno del hospital de peregrinos fundado por los Caballeros de la Orden de San Juan y representó la decadencia de muchos otros pueblos del entorno que no podían competir con el poder y riqueza de estos caballeros.
Luego de leer rápidamente la información de los carteles sobre el pueblo y la iglesia, buscamos un lugar para tomar un café. Sin embargo, no encontramos ninguno que nos seduzca; casi todos están atestados de peregrinos, que se detienen en esa localidad para holgazanear un rato, mirar el puente una y otra vez, comprar pan y otros alimentos, o simplemente sentarse un rato en sus plazas. A la salida de Hospital, al final de la ‘Calzada del Peregrino’, la senda se bifurca y ‘la ruta oficial’ sigue la carretera, demoliendo el ánimo de los caminantes. Vamos, entonces, por la alternativa. Seguimos una senda rural que nos deja en un bosque de chopos.
Luego de esta pequeña dehesa, entramos a Villares de Órbigo, una población en la que es difícil encontrar algo que despierte el interés. En la iglesia del pueblo hay una imagen de Santiago Matamoros, pero está cerrada. De todos modos, a esa hora de la mañana estamos más interesados en un café (las chicas también reclaman por urgencias terrenales impostergables) que en la espiritualidad y la iconografía; así que en un visto y no visto, nos instalamos en el Bar Piris y con un café en la terraza del bar, dejamos pasar un rato, calentando los huesos al sol de una estupenda mañana de verano.
Sacamos un par de fotos junto al monumento al peregrino
y ajustamos las botas y cordajes de las mochilas. Juntamos fuerzas para encarar
un pequeño repecho que se adivina a la salida del pueblo. Vemos un cartel que
enuncia un juego de palabras pueril. Eso despierta mi pasión por la rima y
empiezo, cual bardo medieval, a hilvanar un poema tras otro. Por supuesto,
arranco con los famosos versos:
“Oh, Peregrino, oh, Peregrino
Un ave vuela en el azul cielo
El horizonte es un consuelo,
para una jornada de Camino”
¡Qué momento, mis amigos! ¡Cuánta emoción y profundidad en las palabras que van brotando desde el fondo de mi pecho! Mis compañeras se sienten conmovidas y gritan como poseídas. Pero no gritan ‘Otra, otra’ sino –creo escuchar - algo así como ‘¡Qué porquería!’ ‘NOOOOOOOO’, ‘Socorro’. Justo pasa un peregrino holandés, bajito y barrigón, y le piden una pistola para acabar de una vez con el bardo. Por suerte, el oriundo de los países bajos no entiende nada y solo atina a responder ‘¡Buen Camino!’. Yo sé cuándo guardar silencio y repito una frase que me enseño mi abuela: ‘el que se va sin que lo echen vuelve sin que lo llamen’ y por esa razón encaro el repecho en silencio, convencido de que más temprano que tarde se abrirán de nuevo las grandes alamedas para que irrumpa victoriosa la poesía.
Seguimos a buen ritmo y en un suspiro llegamos a Santibañez de Valdeiglesia. El pueblo es nada y aunque el entorno es pintoresco y tranquilo, apuramos el paso, intentando ganar kilómetros para no padecer tanto el calor.
Con ese mismo propósito uso mi toalla de mano para cubrir mi nuca, inventando un look que dará mucho que hablar sobre la estética del Camino (Creo escuchar a mis compañeros pidiendo otra vez una pistola, pero no estoy del todo seguro de haber alcanzado a interpretar correctamente sus exclamaciones). Bebemos agua en una fuente, frente a la iglesia y encaramos hacia unas granjas de ovejas y cabras. Unos perros, blancos de polvo y tierra, nos miran pasar; quietos, ausentes ante un espectáculo que se repite continuamente ante sus ojos. El camino es hermoso. El dorado intenso de los campos contrasta con una tierra naranja y un cielo desmesuradamente azul.
Vamos bordeando un pequeño bosque de robles y olmos cuando aparece una estatua extrañísima; una suerte de peregrino de hojalata. Más cómico que feo, aunque más feo que interesante. Allí hay un pequeño grupo de peregrinos tomándose fotos y descansando en unas pequeñas mesas, a la vera del Camino, bajo la sombra de árboles viejos y nobles. También nos retratamos con el peregrino de hojalata y seguimos adelante.
Laura va rezagándose progresivamente. Lo más probable es que esté buscando un reparo donde consumar el trámite de aguas menores (o mayores), pero Inés se inquieta ante la perspectiva de que pueda ocurrirle algo. Me sugiere parar y esperar. Le respondo que no; que ya nos alcanzará, pero quedo pensando en el modo en que cada uno afronta el Camino. Hay diferentes maneras de caminar, al igual que hay infinitas formas de vivir. Inés tiene una especial dignidad en la amistad y asume como un compromiso inquebrantable asegurar el bienestar de todos. Vamos todos hacia Santiago y ella se asegurará una y otra vez de que nadie padezca si está en sus manos evitarlo. Eso es un rasgo de su carácter; así vive y así ha encarado el Camino. Yo, mis amigos, no tengo ese temperamento. Creo que el Camino es, en gran medida, una empresa individual y no hay peligro o daño en que cada uno afronte a solas sus propios pasos. Por ello, mientras Inés espera a Laura, yo sigo adelante y voy pensando en las semejanzas entre la vida y el Camino. No tengo mucho tiempo (ni capacidad, of course) para elaboraciones profundas ya que encuentro a una mujer de casi 60 años, con bastantes kilos de más. Va despacio ya que carga una mochila voluminosa y pisa con cuidado para no sufrir percance alguno en una huella a la que la lluvia y el sol han dejado un formato harto irregular. Se llama Paula; es de Cataluña y cada tanto deja a su familia y se lanza al Camino; este año ha comenzado en Saint Jean, ya hace casi un mes, y ahora va saboreando lentamente esta nueva aventura.
Dejo a Paula atrás y sigo hasta alcanzar a una peregrina hermosa, que avanza a buen ritmo. Me acerco paso a paso. Me pongo a su lado y dejo caer, como al descuido, una palabra imbatible para iniciar una conversación en el Camino: ‘Hola’. Ella, cosita de dios, me mira y mueve imperceptiblemente la cabeza, como resignada. Ese silencio no me amedrenta y añado:
- No creo que vaya a llover, ¿no? Es por el calentamiento global
Ella suspira y antes de que responda pongo en marcha una habilidad que tengo desde pequeño: ¡leer la mente! Claro, ustedes dirán que es una mentira, que es una patraña, pero nada que ver. Es un don (o una maldición) que se me revelo en el último curso de la escuela primaria, en una clase de geometría, donde como un flash o una revelación, pude ver que mi compañera de banco pensaba que era un pelmazo, mientras me ofrecía con una cortés sonrisa el compás que yo había olvidado en mi casa. ¡Oh, destino miserable! ¡Oh años de desencanto! En fin, que para mí leer la mente ajena no representa dificultad, pero siempre me ha parecido un tanto inmoral invadir la esfera de intimidad de las otras personas. Ahora bien, la peregrina me da curiosidad y allá voy con mis dotes paranormales; con mi truco de mente leo qué respuesta guarda verdaderamente a mi comentario sobre el cambio climático.De más está decirles que me apena comprobar que cosita de dios desea que una nube se instale sobre mi cabeza exclusivamente y me llueva copiosamente hasta Santiago de Compostela. Bueno, no me desanimo fácilmente y recordando ese viejo dicho, ‘todo lo que la mano no cubre no es teta sino ubre’, prosigo con mi conversación. Después de todo; Roma no se hizo en una jornada. Ella se llama ‘Irina’ o algo así y aunque ha nacido cerca de Odessa, hace ya unos cuantos años que vive en Alicante. Tiene un castellano fascinante. Se lo digo y ella responde ‘Tú no’. Me queda la duda de si se refiere a mí o a mi castellano. Le preguntó dónde comenzó a caminar y me responde que arranco en Burgos y, cuando le digo que yo he empezado hace dos días, en León, se ríe y con un indisimulado desprecio, me dice: ‘Novato’. La respuesta tiene malicia y me deja la sensación de que no he logrado capturar la atención de esa muchacha del Camino.
Me alcanzan Laura e Inés y cuando estoy por iniciar el ritual de las presentaciones con Irina, la senda cambia de rasante y de la nada aparece un espectáculo inaudito: una suerte de toldería multicolor; con música y banderas. Algo así como una kermesse de un solo kiosco. Un espectáculo curioso, por decirlo de alguna manera, pero todavía no hemos visto todo. Cuando nos acercamos aparece de manera imprevista, como San Martín en la batalla de San Lorenzo, una suerte de Robinson Crusoe del Camino; unalienígena, una especie exótica. Es un muchacho bajito y musculoso, que exhibe un bronceado de final de verano, casi de color cobre y una alegría desbordante. Descalzo y ataviado solo con un taparrabos parece una imitación de Tarzány algo en sus gestos transmite la impresión de ser uno de esos muchachos que en el barrio no los dejaban salir a jugar a la pelota porque tenían que ir a clase de violín.
Sin embargo, nuestro rey de la selva desborda optimismo
y comunidad con la naturaleza. Ha instalado una especie de carpa donde se
pueden encontrar las cosas más insólitas: bronceadores, banderines y escudos,
estampitas, frutas, infusiones, agua y una increíble cantidad de cosas más. El
sitio se llama ‘La casa de los dioses’ y es un chiringuito armado como una
prolongación de una casa abandonada y casi derruida por completo. Allí, David
Vidal Figuls recibe a todo el mundo con entusiasmo y cariño. La primera
impresión es de incredulidad, pero luego, el encanto de David logra que todo el
mundo se sienta cómodo, con algo para compartir.
Todo lo que hay está para que los peregrinos disfruten y no pide absolutamente nada a cambio. Si alguien quiere dejar una contribución, allí encontrará una caja donde van las monedas que cada uno - cuando puede - deja como donativo. A David le encanta hablar y cuenta la historia del sitio a quien le interese escucharla; de su ambición de reabrir la ‘Puerta del Paraíso’, que es una especie de portón cerrado con candado, y sirve para vedar el ingreso a un galpón. Es lo único que queda en pie del edificio y, recientemente, su dueño lo ha puesto a la venta. La idea de David es mejorar el lugar para que los peregrinos tengan más cosas a su disposición ya que lo que ahora se muestra es, en verdad, extraordinariamente precario.
Laura inspecciona un trozo de sandía y, alentada por David, decide zamparsela. ‘Está buenísima’, dice, con la satisfacción de quien lleva varias horas al sol del camino y encuentra inesperadamente un oasis. David insiste en que de cuenta de otro pedazo, que se deje llevar por las buenas sensaciones. ‘Todo fluye, todo cambia. Esto también cambiará’ nos recuerda y le recito, entonces, los versos de Julio Numhauser,
‘Pero no cambia mi amor
por más lejos que me encuentre
ni el recuerdo, ni el dolor
de mi pueblo y de mi gente
Y lo que cambio ayer
tendrá que cambiar mañana
así como cambio yo
en esta tierra lejana...’
David se emociona con los versos y creo que está a punto de proponerme que haga rancho aparte, que me quede allí; en la casa de los dioses, a las puertas del paraíso; pero como ustedes saben mis amigos, mi propósito es llegar a Santiago y como dice Silvio Rodríguez, ‘el que siga buen camino tendrá sillas peligrosas que lo inviten a parar’. Por ello, declino la invitación y luego de refrescarme con un trago de agua, decido continuar la ruta. En esos momentos llega Paula y saluda a David, a quien conoce de otros años, con mucho cariño. Él le ofrece agua y frutas, pero ella le responde que no, que sigue adelante ya que tiene que cruzar el ‘Puto Puente’ en Astorga y no puede detenerse un segundo. David le responde que no es necesario y que hay un atajo, un poco antes de llegar; por un sendero oculto en un baldío, detrás de una pared de ladrillo visto. Me intriga las prisas de Paula y la respuesta del hospitalero y, por ello, propongo a nuestra comunidad reanudar la marcha.
Volvemos a la senda polvorienta, con el sol del mediodía martillando las sienes y dejando los pulmones repletos de un aire espeso y seco.
Rápidamente llegamos a un crucero, en San Justo de la Vega. Desde allí se ve un puñados de pueblos y casas y, más lejos, la inconfundible silueta de la catedral de Astorga. El lugar es famoso por una incidencia de la vida de San Toribio.
Este buen hombre había sido obispo de Jerusalén en el siglo V y, luego de muchos años en tierra santa, regresó a su terruño con algunos souvenirs. Entre ellos destaca especialmente - como Laura y yo habíamos comprobado unos cuantos años atrás en el Monasterio de Liébana - un enorme lignum crucis, o trozo de madera de la cruz de Jesucristo. Luego, este obispo fue enviado por el Papa León a la zona de Astorga, con el objetivo de combatir ciertas doctrinas y devociones incompatibles con la ortodoxia cristiana (en particular, el Priscilianismo). Pero, según recuerda la leyenda, no tuvo mucho éxito en su tarea ya que lo echaron a patadas y, en el lugar que ahora se denomina Alto de San Toribio, sacudió el polvo de sus sandalias y exclamo: ‘malvados, malditos, impíos, pecadores, ya van a ver cuando le cuente al Papa’, mientras que los maragatos (así se llaman los naturales de la región), le hacía pito catalán y le gritaban ‘calentito los panchos’. Finalmente, los historiadores señalan que Toribio,dando media vuelta y cargando su lignum crucis, dijo elegantemente abitt omnes ad infernum, aunque las versiones revisionistas se inclinan más por la expresión ‘vayanse todos a la mierda’.
La bajada desde los Altos de San Toribio es rapidísima ya que el ayuntamiento ha pavimentado la senda y eso permite encarar la bajada a buen paso, sin riesgo de torceduras y otros peligros que acechan en las sendas ordinarias.
La ilusión de ver Astorga allí, a lo lejos, se transforma en
decepción ya que Astorga está, efectivamente, lejos. Caminamos y caminamos; el
sol golpea como una maza los descampados que rodean la entrada de la ciudad.
Buscamos las sombras de naves vacías del polígono industrial y avanzamos en
fila india, como si estuviéramos en un combate de paint ball y un poco más adelante acechase el francotirador de un
equipo rival. El silencio se adueña del grupo y el ánimo se espesa. De repente,
las pesadillas se hacen realidad. De la nada aparece un bicho diabólico,
monstruoso, descomunal, que se enrosca prácticamente en los cielos azules y se
retuerce y desciende en espiral nuevamente hasta la tierra. Si, mis amigos, yo
ya he contado de mi valor modesto y no insistiré en este tema, pero hasta al
más valiente del gradose le hubiese encogido el corazón de espanto a la vista
del ‘puto puente’, que sirve para sortear las vías del tren, a la entrada de
Astorga. El puente, pintado de un reluciente color lavanda, tiene al menos
cinco pisos y para que los discapacitados puedan salvar esa pendiente, el
recorrido que impone es inmenso; y bajo los rayos del sol de verano, la mirada
se extravía en el acero infinito. En ese momento, flaquean mis fuerzas y pido
la ayuda de Santiago Apóstol, que acuda con su caballo y nos lleve volando.
Saco mi estampita y la estrujo en espera de una respuesta milagrosa. Pero Inés,
con mayor sentido práctico, busca el atajo mencionado por David y de esa manera,
cruzamos las vías a pie, acojonados por la posibilidad de que nos embista un
tren, pero llegamos intactos a la otra orilla. A lo lejos, atrás nuestro,vemos unos
peregrinos americanos que nos llevaban una buena distancia, pero ahora se ven atrapados
en la dimensión absurda del puto puente.
Entramos a Astorga y vamos en busca de nuestro alojamiento, el Hostal La Peseta. Afortunadamente, está allí mismo; en el centro de la ciudad, justo al frente de otro hotel hermoso, que ofrece piscina, spa y miles de maravillas que inmediatamente despiertan nuestra envidia. Subimos nuestro equipaje, nos lavamos rápidamente, dejamos al máximo el aire acondicionado y bajamos a comer. Son cerca de las 14,00 hs, y se nota un hueco en el estómago, que produce melancolía y desánimo. A la vuelta del hostal está la plaza del ayuntamiento, repleta de bares y restaurantes que ofrecen invariablemente cocido maragato en todas las formas imaginables de promoción. Aunque me da mucha curiosidad ese plato típico, el calor desaconseja ese potaje y nos sentamos en una terraza de un bar moderno, que ofrece unas estupendas cervezas y vinos por copas.
Entramos a Astorga y vamos en busca de nuestro alojamiento, el Hostal La Peseta. Afortunadamente, está allí mismo; en el centro de la ciudad, justo al frente de otro hotel hermoso, que ofrece piscina, spa y miles de maravillas que inmediatamente despiertan nuestra envidia. Subimos nuestro equipaje, nos lavamos rápidamente, dejamos al máximo el aire acondicionado y bajamos a comer. Son cerca de las 14,00 hs, y se nota un hueco en el estómago, que produce melancolía y desánimo. A la vuelta del hostal está la plaza del ayuntamiento, repleta de bares y restaurantes que ofrecen invariablemente cocido maragato en todas las formas imaginables de promoción. Aunque me da mucha curiosidad ese plato típico, el calor desaconseja ese potaje y nos sentamos en una terraza de un bar moderno, que ofrece unas estupendas cervezas y vinos por copas.
Allí compartimos diferentes tapas y pinchos de jamón, tortilla de patatas, chipirones y ensaladas. Luego, con el corazón contento - es decir, con la panza llena - volvemos al alojamiento, a dormir la siesta. Inés y Laura están preocupadas por lavar ropa; yo no tengo esa urgencia y dejo que se las arreglen como mejor puedan. La decisión no es fácil ya que no hay maquinas lavadoras y la única opción es una tintorería en la parte vieja de la ciudad. Inés promete encargarse de la gestión y Laura delega en ella esa tarea.
Luego de una reparadora siesta, salimos a recorrer la
ciudad.
Los orígenes de Astorga y de sus sucesivas poblaciones se pierden en la noche de los tiempos. Las diferentes leyendas señalan a los Maragatos como una población orgullosa, comerciantes astutos y honrados, laboriosos; pero el papel más importante en la consolidación de este núcleo urbano fueron las legiones romanas. El entorno de Astorga proveía minerales nobles y de allí que los romanos construyeron una vía de comunicaciones rápida y eficiente, que custodiaban con una fortaleza. Luego, en siglos posteriores, la identidad de la ciudad fue definida por el Camino a Santiago. Las referencias se multiplican y el ovillo de calles medievales conduce casi inconscientemente hasta sus principales iglesias. Al frente de una catedral monumental se encuentra una iglesia pequeña, románica, que actualmente ya no ejerce funciones de culto sino de información turística. Frente a esas iglesias, se alza un espectacular palacio, obra de Antonio Gaudi, destinado en principio a palacio episcopal, y que ahora alberga al museo de la ciudad. Los jardines del palacio dan a los restos de muralla, y todavía hay un corto tramo que se puede recorrer.
Caminamos por aquí y por allá con Laura e Inés, visitando esos monumentos y tratando de arreglar pequeños detalles pendientes como comprar fruta para el día siguiente, conseguir un adaptador para cargar la batería de las máquinas de fotos, comprobar saldos de las cuentas bancarias, etc. Cerca de las siete de la tarde, vamos en busca de la lavandería en la que Inés ha dejado la ropa para la limpieza. No es fácil orientarse en la parte vieja de la ciudad, pero finalmente logramos encontrar el lugar y allí les aplican una tarifa abusiva, basada en el cálculo por pieza y no por kilo, con lo que mis compañeras peregrinas tienen la sensación de que deberán vender un riñón para poder pagar la factura.
Regresamos al hotel y al poco rato aparece Julio. Mi hermano llegó a Madrid al mediodía, y Olga, nuestra compañera peregrina del año pasado - a quien despedimos en León en Octubre del 2012 y reencontramos hace unos días en Madrid - lo ha acercado en coche hasta Astorga. Ella tiene familiares para visitar en Zamora y se ha desviado un poco de su trayecto para que Julio no tuviese que viajar en tren hasta nuestro lugar de encuentro. Otro gesto de cariño es que ha guardado el bordón que Julio le dejo en custodia el año pasado y le ha tallado una Tau en la empuñadura. Se lo entrega y le recuerda que ese bordón todavía tiene que recorrer un tramo más de Camino; que ya ha llegado a Santiago con ella el año pasado, pero que todavía le aguarda la ruta hasta Finisterrae. Tantas cosas nos despierta la sed.
Vamos a tomar una cerveza, en la plaza frente al ayuntamiento y después de despedir a Olga, caminamos sin rumbo, buscando un lugar para cenar. El problema de una ciudad como Astorga no es la oferta insuficiente, sino más bien una exuberancia de lugares de comida regional. Da la impresión de que sólo se puede comer el famoso ‘Cocido maragato’ y todos los restaurantes presumen de ofrecer el mejor, el auténtico, el más abundante, el más económico y una larga serie de adjetivos que normalmente son incompatibles entre sí. Julio comienza a impacientarse; el jet lag pasa factura y amenaza con arrojarse desde lo alto de la muralla en caso de no comer algo rápidamente. Mejor dicho, rectifica mi hermano, nos arrojará desde lo alto de la muralla, dando una prueba de lo arbitrario y caprichoso de su temperamento en situaciones que se tuercen inexplicablemente. Finalmente, más por cansancio que por convicción, nos sentamos a cenar en un lugar que tiene diferentes espacios; hay dos salones relativamente pequeños y un patio bastante concurrido, al que la calidez de la noche le otorga un valor añadido. Por casualidad, encontramos allí una mesa para cuatro personas, y una vez que nos sentamos podemos, comprobar que se trata de un sitio al que va a comer la gente del lugar. Eso nos reconforta y nos da una buena sensación. Lo difícil, sin embargo, mis amigos, es… ¡conseguir que una camarera nos atienda! Decidimos aplicar la técnica ‘Permiso señorita’, que consiste en levantar la mano y dejarla en alto, como cuando en la escuela se solicitaba autorización a la maestra para ir al baño. La técnica surge efecto y acude a atendernos una muchacha joven, que se esfuerza en recomendarnos unos percebes recién llegados desde las Rías Baixas, frescos, sabrosos, inolvidables. Sin embargo, cuando le preguntamos
- ¿Qué son los percebes?...
Nos responde, con desaliento, que no tiene mucha idea. Que son frutos de mar, pero no puede precisar si se trata de moluscos o crustáceos. De todos modos, el debate se torna un tanto académico ya que el precio de estos animalitos de dios, conocidos científicamente como Pollicipes pollicipes (… hay que ser jodido para bautizarlo con dos nombres iguales, ¿no?) implica que para comprar un kilo de estos crustáceos cirrípedos hay que enajenar un riñón y, dado que Laura e Inés ya se desprendieron de uno para pagar la lavandería, no parece sensato emprender el camino de ese modo. Ensaladas, bistec y bacalao son las opciones elegidas. La comida es decente y, luego de dudar entre un verdejo, un ribeiro y un albariño, nos decidimos por regar la ingesta con un clásico vino de Rueda. Ya al final, mientras conversamos sobre la jornada que nos espera, vemos en unas pantallas de televisión, en el fondo del salón, la noticia de que el Tren Alvia 151, procedente de Madrid Chamartín, con destino a León, Astorga, Santiago de Compostela y Ferrol ha descarrilado a las 20,41, hs. Las imágenes son impresionantes y el relato periodístico aún es muy confuso. Julio dice: ‘¡Ese es mi tren!, Tenía reserva para viajar allí’ Lo miramos con cierta suspicacia, pero nos repite que tenía su reserva y que no la uso porque Gloria fue a recogerlo a Barajas. Esa noticia nos produce una suerte de desconsuelo, un ‘disturbio en la Fuerza’diría Obi Wan Kanobi. Por ello, para recuperar la serenidad de espíritu bajamos hasta la Plaza de España y allí en la terraza de un bar, mientras Laura e Inés dan cuenta de un postre, con Julio bebemos una botella de Legaris, un verdejo con denominación Rueda, del 2012. Ligero, sabroso y especialmente apropiado para ese último brindis, que por supuesto, como siempre mis amigos, ha sido en vuestra memoria. Salud y buen camino.
24 de Julio
No hay comentarios:
Publicar un comentario