sábado, 4 de mayo de 2013

0.2. Roncesvalles


0.2. Roncesvalles

                                             


                                              

Ya en Roncesvalles. Después de unos días en Barcelona, ya estamos en el Camino. A la mañana temprano abordamos el tren que nos llevó a Pamplona. Laura dormía con placidez, mientras yo leía el periódico y miraba el paisaje fugaz que dibuja la ventana de nuestro vagón. Un poco antes del mediodía llegamos a Pamplona, capital de Navarra. Comparada con otras estaciones, ésta es pequeña y bulliciosa, pero no esconde dificultad alguna para los peregrinos. Somos como una bandada que se mira con discreción, se reconoce en la indumentaria de caminata, los bastones para marcar el paso, los sombreros y el aire de impaciencia que compartimos en el andén. Preguntamos a un taxi el precio a Roncesvalles. La tarifa es de 90 euros y el viaje dura aproximadamente 45 minutos. Con Laura nos debatimos en la indecisión de afrontar ese gasto o buscar la estación de autobuses como muchos otros peregrinos. La solución aparece pronto. Dos mujeres canadienses - unas mujeres amables, de aproximadamente 30 y 60 años respectivamente - nos preguntan en inglés si vamos hasta Saint Jean y si estamos dispuestos a compartir el taxi. Mi inglés es fatigoso, complejo, pero no por la sofisticación de mi vocabulario o la exhuberancia de mi gramática sino porque… ¡es complicado que me entiendan! Simplemente no me salen las palabras adecuadas, ni las formas verbales correctas, pero eso no me descorazona en absoluta ya que también me ocurre con frecuencia cuando hablo en castellano. A pesar de todo, logramos entendernos bien y abordamos el taxi. Nosotros nos quedaremos en Roncesvalles y ellas cruzaran los Pirineos. Nos apretujamos con Laura y la mayor de las canadienses en el asiento trasero y la más joven y voluminosa ocupa el asiento junto al taxista.  La charla es insustancial, como cuando quedamos atrapados en un ascensor con otros desconocidos, que apenas entienden lo que decimos. Pero el paisaje es hermoso, subiendo hacia el corazón de los Pirineos, andando lo que en pocos días tendremos que desandar en nuestro camino. 

Llegamos a Roncesvalles al mediodía y fuimos directamente al Albergue de Peregrinos a buscar nuestra credencial. Nos atendió una pareja francesa, de edad indefinida y castellano fatigoso, pero muy amables y preocupados por darnos una cálida bienvenida y atender a nuestras necesidades. Nos ofrecieron alojamiento en el albergue, pero ya teníamos una reserva en el Hotel de la Real Colegiata. Nos preguntan acerca de nuestra motivación para emprender el Camino; la pregunta no refleja genuina curiosidad por nuestras pasiones sino que, al final, cuando se llega a Santiago de Compostela, sólo obtienen la llamada 'Compostelana' los que han peregrinado por razones religiosas y así consta en su credencial de peregrino. Por el momento no nos preocupa la Compostelana, ni las indulgencias que vienen asociadas con ella, y por tanto, declaramos que nuestro objetivo es 'cultural'. Es una manera extraña de calificar lo que nos proponemos, pero es una respuesta mejor que marcar el casillero 'Otros'.

Pagamos los 3 euros de la Credencial. ¿Para qué sirve esta cartilla? La respuesta, mis amigos, es simple, pero no da cuenta de todo el significado. Es una especie de libreta desplegable que tiene diferentes casilleros en los que los peregrinos van dejando testimonio de su itinerario. En multitud de lugares - iglesias, bares, albergues, hoteles y un largo etcétera - sellan a los peregrinos sus credenciales y aportan un rito más a cumplir en el camino. Los que van a albergues públicos tienen que exhibir sus credenciales para obtener un lugar. Nosotros no sabemos si nos hospedaremos en esos lugares, pero al menos tendremos nuestras credenciales listas por si fuese necesario.

Una vez cumplido el rito, nos instalamos en el Hotel; un edificio hermoso y antiguo donde resuenan los pasos de tantos peregrinos que ya han trajinado esta ruta a Santiago de Compostela. 



El Hotel está integrado al albergue, aunque ocupa un ala diferente de ese conjunto de edificios formados por la iglesia gótica, el osario, el albergue, el hotel y el llamado 'hospital de peregrinos'. Roncesvalles – 'Orrega' en Vasco - es un diminuto caserío, que no tiene más que ese conjunto de edificios y dos fondas que también proporciona alojamiento. El lugar es mítico, ya que allí cuenta la leyenda que están enterrados los soldados de Carlomagno que fueron emboscados en el desfiladero, pero la verdad es que los muchos huesos que se han encontrado en las excavaciones son de peregrinos que no lograban llegar a Santiago. El dato no es menor ya que sirve para asumir algo que luego se constatará una vez y otra vez en diferentes lugares: El Camino exige y reclama. Muchos han encontrado en esos hospitales de peregrinos, o a la vera de la senda, el final de su peregrinación.

Nos sentamos en el bar del pueblo, esperando a mi hermano Julio. Celebrando el equinoccio, al sol de los Pirineos, tomando una cerveza  mirando de frente a la Iglesia de Santiago, del siglo XIII, austera, solemne. El llamado 'Menú del Peregrino' (8 euros con 50) no despierta nuestra atención. Lo dejamos de lado y nos inclinamos por una ensalada y un bocadillo. Así, charlando de nada, mirando los casilleros en blanco de nuestra credencial de Peregrinos, pasamos un largo rato. Tranquilos. Listos. 

Julio llega cerca de las 5 de la tarde, justo con nubes que presagian tormenta. Se nota el esfuerzo en su andar. Aunque no lo dice expresamente no quedan dudas de que el cruce de los Pirineos es jodido; más todavía con su mochila descomunal, grande como si en lugar de ir a Santiago de Compostela hubiese decidido fundar un circo y llevase en su equipaje a los elefantes y domadores. Luego de reposar los huesos damos una pequeña vuelta por el caserío; pasamos frente al pequeño Museo del Peregrino y en la tienda compro el distintivo de los que peregrinan a Compostela; se trata de una vieira o  concha de mar que quienes habían llegado a Santiago llevaban como prueba de su hazaña en su camino de regreso. Ahora ya es un símbolo universal e identifica a quienes peregrinan hasta ese lugar. El souvenir cuesta dos euros con cincuenta, pero la vendedora me asegura que es un objeto distinguido, que dará un toque único a la mochila del caballero o la cartera de la dama. A Julio y Laura les parece un objeto horrible, más compatible con lo que usaría Johnny Tolengo que un atuendo de peregrino. La vendedora me dice en voz baja que también tiene para venderme el verdadero anillo de Santiago, que cuesta 65 euros, pero me asegura que se trata de la mítica sortija que el apóstol llevaba cuando fue decapitado en Tierra Santa. En fin, decido hacer economías y dejo escapar esa oportunidad.

Más tarde, pasamos un rato por el albergue. Allí nos dedicamos a curiosear entre las cosas que los peregrinos van abandonando (calzado, abrigos, bastones, etc), firmamos el libro de visitas y a eso de las 8 de la noche llegamos a la iglesia, a presenciar la 'Bendición del Peregrino'. Éste es un rito que se viene repitiendo hace casi mil años (desde el siglo XII) y los peregrinos, aunque no tengan ninguna concepción religiosa, acuden y allí, por primera vez, en ese ambiente sencillo, despojado, se forma una comunidad. En esa ceremonia se recuerda la necesidad de dar consuelo a los que se encuentran afligidos, a los que caminan sin esperanzas, a los que buscan y no encuentran. Por ninguna razón en especial, pero con absoluta certeza, veo, mis amigos, que con ese rito sencillo, comienza nuestro camino (aunque Laura, que separa claramente la idea de 'peregrino' de  cualquier connotación religiosa, ha asumido ese rito con más resignación que interés).


A la noche, como quien no quiere la cosa, vamos lentamente dejando que un vino oscuro, peleón, llamado Rincón de Olite, nos llene el ánimo de buenas cosas, impidiendo que la sangre se vuelva floja, que los ímpetus vayan menguando. Esta vez sí nos enfrentamos al Menú del Peregrino. El plato fuerte era o bien trucha o bien lomo de cerdo (aunque ese corte dista bastante de lo que en Argentina entendemos por ello). Laura y yo optamos por el pescado y Julio, en cambio, elige el plato de carne, afirmando que ningún cocinero es capaz de estropear un lomo. En fin, mis amigos, no imaginen maravillas porque no hubo ninguna sorpresa culinaria, pero el ambiente  era muy cálido y agradable. Conversamos un poco con una pareja mayor, española, que todos los años emprendían el Camino y con una pareja joven de Puerto Rico. Luego nos quedamos charlando un rato largo, solos ya que los peregrinos cumplen con su compromiso de regresar al albergue a las diez de la noche.

Mañana nos espera nuestra primera etapa hasta Zubiri. El pronóstico del tiempo es malo: lluvia y más lluvia. El camino muestra los dientes, ¿no? Pero claro vamos protegidos por la bendición del peregrino,  aunque sospecho que eso tiene una dudosa relevancia para despejar el mal tiempo. Mis amigos, salud. Una y otra vez. Para siempre.

21 de Septiembre

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