De Santiago a Santiago
Diario de Viaje
***
Herru Santiagu,
Got Santiagu,
E ultreia, e suseia,
Deus adiuva nos
¡Oh Señor Santiago!
¡Buen Señor Santiago!
¡Ultreia! ¡Euseya!
¡Protégenos, Dios!
Canto de los Peregrinos
Herru Santiagu,
Got Santiagu,
E ultreia, e suseia,
Deus adiuva nos
¡Oh Señor Santiago!
¡Buen Señor Santiago!
¡Ultreia! ¡Euseya!
¡Protégenos, Dios!
Canto de los Peregrinos
***
En el año
2012, con mi hermano Julio y mi compañera, Laura Manrique, emprendimos la ruta
francesa del Camino de Santiago. Esta es una crónica intermitente de este viaje.
Para Julio y para mí, emprender el Camino era una manera de regresar hacia nuestros orígenes ya que ambos nacimos en Santiago del Estero, ciudad fundada bajo la protección de Santiago Apóstol, el 25 de Julio de 1553. Esa coincidencia histórica fue la que detonó la idea de emprender un viaje y un relato en el que esas ciudades fuesen el principio y final: de Santiago a Santiago. En definitiva, para nosotros, llegar hasta Compostela era una manera de encontrar nuestras raíces. A su vez, Laura nació en Córdoba, y por razones independientes (seguramente más sustanciales que las nuestras), desde hace muchos años, encontró en el Camino un especial atractivo. Empezamos a caminar al filo del otoño y terminamos nuestro viaje el 12 de Octubre, día en el que Julio cumplió 50 años. Aunque el propósito obvio de quienes emprenden esta peregrinación es llegar a Santiago de Compostela, en esa ocasión nosotros decidimos caminar sólo hasta la ciudad de León (en Castilla y León).
En el 2013 retomamos el Camino, y en esta ocasión se sumaron dos nuevos compañeros: Inés Álvarez (Bahía Blanca) y Ramín Tovfigh (Córdoba). Esta vez cumplimos con el natural objetivo de la peregrinación: llegamos a Santiago de Compostela el 4 de Agosto de 2013.Casi 800 kilómetros recorridos, algo así como un millón de pasos, han delineado una experiencia hermosa; a veces difícil, siempre exigente, pero con tanto para vivir y acumular que se hace complejo transmitir la densidad de emociones y vivencias que hemos compartido en ese tiempo.
De los relatos que siguen a continuación, algunos son escritos por mí y otros por mi hermano Julio. Los textos tienen, indudablemente, diferentes estilos y propósitos. Mientras que Julio va escribiendo sus crónicas a partir de imágenes y temas diversos, yo he tratado de narrar los acontecimientos cotidianos. Esta superposición conlleva una cierta repetición de anécdotas o incidentes - y, eventualmente, alguna incoherencia- pero también aporta diferentes maneras de ver los mismos fenómenos.
En nuestra peregrinación, en la preparación de cada jornada de marcha, hemos utilizado diverso material bibliográfico como ayuda y apoyo para planear las diferentes etapas. Luego, estos textos también han servido para completar los apuntes y notas al momento de completar estas crónicas.Ocasionalmente, hemos leído el libro V del Codex Calixtino, de Aymeric Picaud, escrito en 1140 aproximadamente, como un intento de recuperar la magia y el ambiente del Camino medieval, pero los textos del Camino que hemos usado con mayor frecuencia son:
Para Julio y para mí, emprender el Camino era una manera de regresar hacia nuestros orígenes ya que ambos nacimos en Santiago del Estero, ciudad fundada bajo la protección de Santiago Apóstol, el 25 de Julio de 1553. Esa coincidencia histórica fue la que detonó la idea de emprender un viaje y un relato en el que esas ciudades fuesen el principio y final: de Santiago a Santiago. En definitiva, para nosotros, llegar hasta Compostela era una manera de encontrar nuestras raíces. A su vez, Laura nació en Córdoba, y por razones independientes (seguramente más sustanciales que las nuestras), desde hace muchos años, encontró en el Camino un especial atractivo. Empezamos a caminar al filo del otoño y terminamos nuestro viaje el 12 de Octubre, día en el que Julio cumplió 50 años. Aunque el propósito obvio de quienes emprenden esta peregrinación es llegar a Santiago de Compostela, en esa ocasión nosotros decidimos caminar sólo hasta la ciudad de León (en Castilla y León).
En el 2013 retomamos el Camino, y en esta ocasión se sumaron dos nuevos compañeros: Inés Álvarez (Bahía Blanca) y Ramín Tovfigh (Córdoba). Esta vez cumplimos con el natural objetivo de la peregrinación: llegamos a Santiago de Compostela el 4 de Agosto de 2013.Casi 800 kilómetros recorridos, algo así como un millón de pasos, han delineado una experiencia hermosa; a veces difícil, siempre exigente, pero con tanto para vivir y acumular que se hace complejo transmitir la densidad de emociones y vivencias que hemos compartido en ese tiempo.
De los relatos que siguen a continuación, algunos son escritos por mí y otros por mi hermano Julio. Los textos tienen, indudablemente, diferentes estilos y propósitos. Mientras que Julio va escribiendo sus crónicas a partir de imágenes y temas diversos, yo he tratado de narrar los acontecimientos cotidianos. Esta superposición conlleva una cierta repetición de anécdotas o incidentes - y, eventualmente, alguna incoherencia- pero también aporta diferentes maneras de ver los mismos fenómenos.
En nuestra peregrinación, en la preparación de cada jornada de marcha, hemos utilizado diverso material bibliográfico como ayuda y apoyo para planear las diferentes etapas. Luego, estos textos también han servido para completar los apuntes y notas al momento de completar estas crónicas.Ocasionalmente, hemos leído el libro V del Codex Calixtino, de Aymeric Picaud, escrito en 1140 aproximadamente, como un intento de recuperar la magia y el ambiente del Camino medieval, pero los textos del Camino que hemos usado con mayor frecuencia son:
-
Brierley, John, A Pilgrim's Guide to the Camino
de Santiago: St. Jean - Roncesvalles – Santiago (CAMINO GUIDES: Scotland,
2010)
- la Guía Ersoki Consumer del Camino de Santiago, descargada del sitio de internet (http://caminodesantiago.consumer.es/) y
- Atienza, Juan G., Leyendas del Camino de Santiago (Madrid: EDAF, 1998)
Qué estas líneas, escritas entre octubre de 2012 y Octubre de 2103, sobre la base de los apuntes tomados en el Camino, sirvan para compartir este viaje, para hacer verdad ese dicho que señala que todos, aunque sea de diferente manera, vamos a Compostela.
¡Ultreia! ¡Ultreia!
¡Buen Camino!
Pablo
E. Navarro
Agosto
del 2013
***
De Santiago a Santiago
(Pablo Navarro)
(Casa de Gobierno, Santiago del Estero, Argentina)
Santiago del Estero (Argentina) evoca a Santiago de Compostela; un
lugar mágico arrasado por las estrellas, en el que la leyenda señala que fue
descubierta la tumba del apóstol Santiago (siglo IX). Antes de eso, mucho
antes, los que buscaban los secretos del destino en la ruta de las estrellas,
los que intentaban mutar los metales y desenterrar las sustancias oscuras de la
materia, peregrinaban hacia allí, en busca del 'fin del mundo', también
conocido como Cabo de Finisterrae.
Luego de la invasión árabe, el mundo se transformó definitivamente. Para ese entonces, ya se había perdido el imperio romano de occidente y con ello habían desaparecido los caminos comunes, la lengua compartida del imperio, la moneda de todos y gran parte de Europa era un puñado de campesinos que luchaba su día a día. Con los árabes llegaron los avances de la medicina, la arquitectura, una poesía leve como la brisa de levante, el álgebra, los experimentos y tantos otros rasgos característicos de una humanidad sofisticada. Pero eran los invasores y, en el norte de España, se forjo la reconquista.
Allí aparece la leyenda de Santiago, también conocido como 'el Matamoros'. Cuenta esa leyenda que Santiago aparecía como una fuerza celestial en los combates. Por ejemplo, impresiona ver en el museo de Santiago del Estero, el enorme cuadro que conmemora a Santiago luchando en el campo de batalla y cortando cabezas árabes. Una vez que el lento proceso de reconquista se afianza en el norte de España, los peregrinos acuden a Compostela a rendir homenaje, pagar sus promesas y pedir su auxilio. Eso dio origen, en el año 1000 aproximadamente, al 'Camino de Santiago'. Monasterios, ciudades, gastronomía (como la famosa 'Tarta de Santiago'), y mil cosas más fueron tramando una ruta maravillosa a la que hoy actualmente acuden cientos de miles de caminantes.
Algunos caminan hacia Santiago por razones religiosas, pero yo, mis amigos, que exactamente dentro de un mes, comenzaré esa ruta lo haré como quien busca un sueño. No me mueve la religión, sino en el mejor caso la literatura, la narración de un viaje que comienza en Santiago del Estero y termina en Santiago de Compostela.
El 22 de Septiembre emprenderé, junto con Laura Manrique y Julio Navarro, el llamado 'Camino Frances', desde Roncesvalles. Julio, comenzará dos días antes, desde Saint Jean, enfrentando el paso de los Pirineos y rindiendo homenaje al lugar donde fue emboscado Roldan, el caballero preferido de Carlomagno. Caminaremos hasta el 12 de Octubre, cuando Julio cumple 50 años. No se si llegaremos a Compostela. Tal vez no, pero eso, mis amigos, nunca es realmente importante cuando lo que impulsa el sueño es el propio camino.
Luego de la invasión árabe, el mundo se transformó definitivamente. Para ese entonces, ya se había perdido el imperio romano de occidente y con ello habían desaparecido los caminos comunes, la lengua compartida del imperio, la moneda de todos y gran parte de Europa era un puñado de campesinos que luchaba su día a día. Con los árabes llegaron los avances de la medicina, la arquitectura, una poesía leve como la brisa de levante, el álgebra, los experimentos y tantos otros rasgos característicos de una humanidad sofisticada. Pero eran los invasores y, en el norte de España, se forjo la reconquista.
Allí aparece la leyenda de Santiago, también conocido como 'el Matamoros'. Cuenta esa leyenda que Santiago aparecía como una fuerza celestial en los combates. Por ejemplo, impresiona ver en el museo de Santiago del Estero, el enorme cuadro que conmemora a Santiago luchando en el campo de batalla y cortando cabezas árabes. Una vez que el lento proceso de reconquista se afianza en el norte de España, los peregrinos acuden a Compostela a rendir homenaje, pagar sus promesas y pedir su auxilio. Eso dio origen, en el año 1000 aproximadamente, al 'Camino de Santiago'. Monasterios, ciudades, gastronomía (como la famosa 'Tarta de Santiago'), y mil cosas más fueron tramando una ruta maravillosa a la que hoy actualmente acuden cientos de miles de caminantes.
Algunos caminan hacia Santiago por razones religiosas, pero yo, mis amigos, que exactamente dentro de un mes, comenzaré esa ruta lo haré como quien busca un sueño. No me mueve la religión, sino en el mejor caso la literatura, la narración de un viaje que comienza en Santiago del Estero y termina en Santiago de Compostela.
El 22 de Septiembre emprenderé, junto con Laura Manrique y Julio Navarro, el llamado 'Camino Frances', desde Roncesvalles. Julio, comenzará dos días antes, desde Saint Jean, enfrentando el paso de los Pirineos y rindiendo homenaje al lugar donde fue emboscado Roldan, el caballero preferido de Carlomagno. Caminaremos hasta el 12 de Octubre, cuando Julio cumple 50 años. No se si llegaremos a Compostela. Tal vez no, pero eso, mis amigos, nunca es realmente importante cuando lo que impulsa el sueño es el propio camino.
22 de
Agosto
(Catedral de Girona)
(Marca del Camino)
Viví en Girona, España, desde Septiembre de 1990 hasta Septiembre de 1992. Había llegado allí para trabajar en la Universidad, al comienzo del otoño, cuando la ciudad comienza a replegarse sobre ella misma, a proteger sus fuegos como un dragón dispuesto a invernar. En esa ciudad, en esa región de Cataluña me encontré por primera vez con los vestigios de la Edad Media. Una ciudad con murallas, con callejas tan estrechas y sinuosas que hasta el viento llega lentamente, plazas con nombres de comunes cosas como ‘Plaza del Mercado’, ‘Plaza de la Fuente’, o calles llamadas conforme a las profesiones y oficios de esos tiempos. Allí fue donde descubrí el arte románico (siglos XI-XIII), que es un mundo inmenso, complejo, austero y finalmente devastador. En esos tapices, en los murales, en las gárgolas y capiteles se adivina el pulso del sexo y la inmensidad de lo desconocido. Esas representaciones dan testimonio de un mundo peligroso, donde acechaba tanto el lobo – dueño y señor de bosques de robles, hayas, pinos y alcornoques – como el hambre, la peste y la pobreza. En Girona descubrí también que se podía recorrer toda Cataluña a pie (en verdad, toda Europa), por senderos bien marcados, en los que cada caminata reservaba siempre la sorpresa de un claustro, un castillo, los viñedos, un rebaño de ovejas, las dentelladas de piedra en el mar azul de la Costa Brava.
Allí, en Girona, comencé a caminar hacia Compostela. Descubrí, por casualidad, esa ruta que los peregrinos vienen recorriendo hace ya más de mil años, en una librería de viajes donde buscaba información para completar una caminata hasta Santa Pau, un encave medieval, bello y distante. Allí, con una guía que recién se editaba, descubrí que desde Los Pirineos bajan dos sendas que se unen en Puente La Reina y quise también sentir esas piedras en mi camino. Dentro de dos semanas, con Laura y Julio iniciaremos nuestra ruta desde Roncesvalles. Las primeras etapas son: Roncesvalles a Zubiri (21,5 kmts), Zubiri-Pamplona (20,4 kmts), Pamplona-Puente La Reina (24kmts). Este tramo es indescriptiblemente hermoso, baja suavemente desde los 1300mts hacia las llanuras de Navarra y La Rioja, por bosques en los que siempre hay una buena ocasión para detenerse junto a un puente del siglo XIII y beber un trago de vino espeso, sintiendo pena y dicha, a la vez, por tantas cosas simples y bellas que van quedando atrás.
Pienso que todos somos peregrinos, aunque no siempre es fácil saber en qué destino encontraremos a Compostela. Tal vez, los afortunados, lleguen allí y puedan emprender el Camino del Regreso, volver a sus cotidianas cosas y dejar atrás para siempre los peligros de la búsqueda y el camino. Yo, mis amigos, no tengo esa urgencia. Como dice Hesse,
… ¡Dichoso el campesino!
¡Dichoso el propietario, el virtuoso, el sedentario, el fiel! Puedo amarle,
puedo respetarle, puedo envidiarle. Pero he perdido la mitad de mi vida
intentando imitar su virtud. Quería ser lo que no era. Cierto que quería ser
poeta pero, al mismo tiempo, un ciudadano. Quería ser artista y un hombre de
imaginación, pero también tener virtud y disfrutar de la patria. Tardé mucho
tiempo en saber que no se puede ser y tener las dos cosas a la vez, que soy
nómada y no campesino…’ (H. Hesse., ‘Casa de labor’ en El Caminante).
En fin, mis amigos, mi camino ya ha comenzado hace años, pero en estos días hay que preparar la mochila con más empeño y detalle. Falta poco, muy poco, y termino entonces con un poco más del relato de Hesse:
En fin, mis amigos, mi camino ya ha comenzado hace años, pero en estos días hay que preparar la mochila con más empeño y detalle. Falta poco, muy poco, y termino entonces con un poco más del relato de Hesse:
… Desde las montañas sopla
una húmeda ráfaga; al otro lado, azules y celestes islas contemplan nuestras
tierras. Bajo aquellos cielos seré feliz a menudo, y también a menudo sentiré
la nostalgia del hogar. El perfecto representante de mi especie, el vagabundo
puro, no debería conocer esta nostalgia. Yo la conozco, no soy perfecto y
tampoco pretendo serlo. Quiero saborear mi nostalgia como saboreo a mis amigos.
Este viento hacia el que
trepo tiene una maravillosa fragancia de lejanía y de otro mundo, de aguas
divisorias y fronteras lingüísticas, de sur y de montañas. Está lleno de
promesas.
¡Adiós, pequeña casa de
labor y paisaje de la patria! Me despido de vosotros como un adolescente de su
madre: sabe que ya le ha llegado la hora de separarse de ella, y sabe también
que nunca podrá abandonarla del todo, aunque tal fuera su deseo.
5 de
Septiembre
***
Los Puentes
(Pablo Navarro)
(Puente Carretero, Santiago del Estero, Argentina)
Las
casualidades suelen ser eventos que, de modo inesperado, se producen
conjuntamente. Como cuando pensamos en algún amigo y, sin otra explicación que
el azar, en ese mismo momento, nos llama por teléfono. En una novela de Paul
Auster, que leí hace unos cuantos años, el protagonista sale a cumplir un
trámite trivial; tal vez comprar un poco de pan o el periódico. Casi cuando
llega a su destino, un pedazo de una cornisa se desprende y cae a milímetros de
donde él está parado, esperando para cruzar la calle. Sabe que ha tenido
suerte. Sabe que ese bloque de cemento y yeso le hubiese hecho mucho daño un
par de segundos antes. Entonces, cambia. Abandona en ese mismo momento su vida
común y comienza a huir de su pasado.
Las casualidades nos acechan. Yo, a veces, en el desorden espontáneo del sueño veo un puñal con el mango oscuro y labrado que reposa junto a un frasco de veneno, sueño con el ámbar y el ópalo, con una nota que da testimonio de su traición, o con el silencioso llamado del fuego en un lugar que contiene una inscripción en una lengua desconocida.
Las casualidades tienen un vínculo caprichoso, pero, hay otras cosas inseparablemente unidas. Como cuando el rojo de los lapachos, incendiando las calles de Santiago del Estero, deja la certeza de la primavera, como cuando el dolor de mis huesos reclama la lluvia, como cuando en mi adolescencia, ella y su mirada fugaz, casual, anunciaba las desdichas del amor en silencio y siempre lejano.
Los puentes y los caminos tienen esa unión inseparable, ese todo y nada, ese punto exacto de encuentros y despedidas. Me gustan los puentes como a otros los barcos o los trenes. Los veo como un amigo reconoce a otro después de muchos años, con alegría, con sorpresa, con la convicción de que ellos – al igual que mis amigos – siempre me ayudan a llegar a alguna parte. En Santiago del Estero hay un puente hermoso, sencillo: el Puente Carretero. Por debajo se arrastra el Río Dulce, con sus aguas marrones como la voz cansada de una madre, con su corazón de barro y el lento vuelo de algún pájaro. A veces, de niños viajábamos con mis hermanos y mis padres en el tren que cruzaba ese Puente y la mayoría de las veces no lograba estar despierto esos veinte kilómetros que separan Santiago y La Banda. Pero recuerdo el sonido grave de los vagones al cruzar el puente y, entonces, en ese momento en que la noche y el sueño merodeaban, volvían a mi memoria de niño algunas palabras de mi padre, que nos decía que ese puente era único, especial. Como prueba irrefutable enunciaba solemnemente que allí no era posible sintonizar ninguna emisora de radio y acompañaba esa afirmación con un silencio que daba a entender que había misterios y detalles inaccesibles para quienes todavía éramos demasiado pequeños. Yo imaginaba que el puente era un lugar mágico, un hueco en el espacio, un agujero negro donde desapareceríamos, atrapados para siempre en nuestro tren. Y sentía en mi pecho la calidez de la tristeza de pensar en quien, entonces, me echaría de menos.
Ahora, mis amigos, en unos pocos días más, dentro de una semana, comenzaremos a bajar desde Los Pirineos hacia Compostela. Habrá muchos puentes para cruzar en ese camino que emprenderemos con Julio y Laura, pero hay uno especialmente hermoso, Puente La Reina, sobre el río Arga, a pocos kilómetros de Pamplona. Este puente, del siglo XI, es una muestra del delicado sentido estético de esas épocas, del dominio de la piedra y de la importancia del Camino. Allí se reunían los viajeros que venían desde Somport (Aragón) con los que peregrinaban a través de la ruta Francesa. Por allí, por sus piedras pulidas por los pasos de los caminantes, ha transitado gran parte de la historia del Camino de Santiago. Casi mil años con sus brazos abiertos para que los peregrinos pudiesen llegar a la ciudad, a la tibieza de los fuegos encendidos cuando la llovizna ha calado hondo, a los olores de bares y tabernas, a la dimensión oculta que tienen las cosas cuando la melancolía del camino te roba las palabras. Allá vamos mis amigos, rumbo a Compostela, a brindar a vuestra salud cuando en la tarde de la tercera etapa, lleguemos a Gares/Puente La Reina.
Las casualidades nos acechan. Yo, a veces, en el desorden espontáneo del sueño veo un puñal con el mango oscuro y labrado que reposa junto a un frasco de veneno, sueño con el ámbar y el ópalo, con una nota que da testimonio de su traición, o con el silencioso llamado del fuego en un lugar que contiene una inscripción en una lengua desconocida.
Las casualidades tienen un vínculo caprichoso, pero, hay otras cosas inseparablemente unidas. Como cuando el rojo de los lapachos, incendiando las calles de Santiago del Estero, deja la certeza de la primavera, como cuando el dolor de mis huesos reclama la lluvia, como cuando en mi adolescencia, ella y su mirada fugaz, casual, anunciaba las desdichas del amor en silencio y siempre lejano.
Los puentes y los caminos tienen esa unión inseparable, ese todo y nada, ese punto exacto de encuentros y despedidas. Me gustan los puentes como a otros los barcos o los trenes. Los veo como un amigo reconoce a otro después de muchos años, con alegría, con sorpresa, con la convicción de que ellos – al igual que mis amigos – siempre me ayudan a llegar a alguna parte. En Santiago del Estero hay un puente hermoso, sencillo: el Puente Carretero. Por debajo se arrastra el Río Dulce, con sus aguas marrones como la voz cansada de una madre, con su corazón de barro y el lento vuelo de algún pájaro. A veces, de niños viajábamos con mis hermanos y mis padres en el tren que cruzaba ese Puente y la mayoría de las veces no lograba estar despierto esos veinte kilómetros que separan Santiago y La Banda. Pero recuerdo el sonido grave de los vagones al cruzar el puente y, entonces, en ese momento en que la noche y el sueño merodeaban, volvían a mi memoria de niño algunas palabras de mi padre, que nos decía que ese puente era único, especial. Como prueba irrefutable enunciaba solemnemente que allí no era posible sintonizar ninguna emisora de radio y acompañaba esa afirmación con un silencio que daba a entender que había misterios y detalles inaccesibles para quienes todavía éramos demasiado pequeños. Yo imaginaba que el puente era un lugar mágico, un hueco en el espacio, un agujero negro donde desapareceríamos, atrapados para siempre en nuestro tren. Y sentía en mi pecho la calidez de la tristeza de pensar en quien, entonces, me echaría de menos.
Ahora, mis amigos, en unos pocos días más, dentro de una semana, comenzaremos a bajar desde Los Pirineos hacia Compostela. Habrá muchos puentes para cruzar en ese camino que emprenderemos con Julio y Laura, pero hay uno especialmente hermoso, Puente La Reina, sobre el río Arga, a pocos kilómetros de Pamplona. Este puente, del siglo XI, es una muestra del delicado sentido estético de esas épocas, del dominio de la piedra y de la importancia del Camino. Allí se reunían los viajeros que venían desde Somport (Aragón) con los que peregrinaban a través de la ruta Francesa. Por allí, por sus piedras pulidas por los pasos de los caminantes, ha transitado gran parte de la historia del Camino de Santiago. Casi mil años con sus brazos abiertos para que los peregrinos pudiesen llegar a la ciudad, a la tibieza de los fuegos encendidos cuando la llovizna ha calado hondo, a los olores de bares y tabernas, a la dimensión oculta que tienen las cosas cuando la melancolía del camino te roba las palabras. Allá vamos mis amigos, rumbo a Compostela, a brindar a vuestra salud cuando en la tarde de la tercera etapa, lleguemos a Gares/Puente La Reina.
11 de
Septiembre
Equipaje
(Pablo Navarro)
(Julio y su mochila en el cruce de los pirineos)
Mañana, con Laura, partimos hacía España y hoy toca armar
la mochila. El Camino impone una austeridad que deja poco espacio para las
cosas que no sean realmente importantes. Casi 800 kilómetros imponen respeto y
exigen que el equipaje sea ligero. Recuerdo una escena de la película 'Up in
the Air' (con G. Clooney) donde el protagonista compara las cosas de nuestra
vida cotidiana con el peso de la mochila que arrastramos diariamente. ¿Qué
dejaríamos, entonces, si queremos viajar ligeros de equipaje?
Julio, mi hermano, ya ha empezado su camino y nos reuniremos en Roncesvalles el día del equinoccio. También ha empezado a escribir sus sensaciones acerca de este viaje. Como me dijeron una vez, hace ya varios, años, estos viajes son como un buen libro: se comienza con inquietud y se termina con nostalgia. Ojala que así sea.
Julio, mi hermano, ya ha empezado su camino y nos reuniremos en Roncesvalles el día del equinoccio. También ha empezado a escribir sus sensaciones acerca de este viaje. Como me dijeron una vez, hace ya varios, años, estos viajes son como un buen libro: se comienza con inquietud y se termina con nostalgia. Ojala que así sea.
16 de
Septiembre
Durham, England
(Julio F. Navarro)
(Catedral de Durham)
Motivado por mi hermano Pablo, espina incesante en mi
vida desde que yo recuerde, empiezo este intento de registrar imágenes y
pensamientos a medida que planeamos y ejecutamos un largo sueño. Aunar fuerzas
para emprender la marcha hacia el otro Santiago. De Santiago a Santiago se
llama la empresa. Dos Santiagos? Santiago es una palabra de mucha medida.
Tiago, (San)Diego, Xavier, Javier, Jaime, Jaume, Jacobo, todos derivan del
nombre del Apóstol. Mi hijo mayor sufre de la obsesión de tener como nombre
Santiago Javier, o en términos matemáticos, S2, o Santiago al cuadrado.
Pero divago. La caminata que empezamos en unos pocos días tiene sus orígenes en una peregrinación de 150 km que hicimos desde Santiago del Estero a Mailín, durante nuestros mejores años de la escuela secundaria. Recuerdo Mailín como una empresa dura. El caminar de noche; el sueño; el dormir de día en una acequia transitada por viento y alimañas. A pesar de la juventud el caminar pasa factura, y uno cambia, como a veces pasa con el amor, rápidamente de la euforia al instinto, de la alegría al triste y meditado cálculo de la supervivencia. Ya en Forres pensaba que no podía más, y todavía faltaban incontables kilómetros, arengados por un cura que, inevitablemente, iba en camioneta y dormía en hotel, y acompañado por una multitud de gente tan diversa como las razones para caminar. ¿Por qué caminar? ¿Por el ejercicio? ¿Por convicción? ¿Por una promesa? ¿Por el deseo de purgar alguna culpa? Las razones varían, pero el atractivo que nos mantiene es el mismo que mantiene a la gente yendo a misa, o a los chicos viendo la misma película una y otra vez, o a algunos de nosotros reincidiendo en el mismo amor día tras día. O sea, el rito. El poder del rito es tan difícil de explicar como imposible de evitar. Porque el rito sana y ordena la mente, y no hay nada más predecible ni rítmico que caminar. Que, aclaro, no es lo mismo que correr. Ya lo dice la chacarera, sabia como pocas: ‘tanto correr pa' llegar a ningún lado’.
Lo que me devuelve al tema del camino en ciernes. O sea, el camino de Santiago. Una empresa que nos venimos prometiendo con Pablo desde hace tiempo, y que me encuentra iniciándolo en el norte de Inglaterra. En Durham, para ser más precisos, sitio de un edificio precioso, la bellísima Durham Cathedral; un edificio alucinante, y uno de los mejores ejemplos en el mundo del estilo arquitectónico normando. Una mezcla, como todas estas iglesias de la época, de románico y gótico: un corazón románico (un rectángulo central con arcos de medio punto) rodeado por añadidos góticos (arcos en punta, torres, capillas en T), construidos cientos de años después. Increíble pensar las cosas que se construían en la Edad Media. La Catedral recuerda también la poca diferencia que hay siempre entre lo religioso y lo bélico: un cartel labrado en piedra proclama, en el puente de ingreso: ‘Half Chvrch of God Half Castle 'Gainst the Scot’ (Mitad Iglesia de Dios, Mitad Fortaleza contra los Escoceses), recordando el hecho que ni siquiera los romanos pudieron con la ferocidad de las tribus que habitaban lo que es hoy Escocia. He allí como testimonio el Muro de Adriano, que aun hoy atraviesa toda la isla de Este a Oeste, separando Inglaterra de Escocia.
Mi camino entonces empieza aquí, con una dosis de arquitectura y de historia, dos de los pilares que sostienen hoy mi deseo de caminar. Aparte de un deseo implícito de pasear el paladar por la cocina del norte de España, y de saborear todos los vinos espesos que nos depare el camino. Que hay pocas empresas más nobles que probar cepas desconocidas, que tentar sabores insospechados, que darse cita con atardeceres y paisajes desconocidos. También motiva esa posibilidad incierta pero implícita de que el Camino (así, en mayúsculas) depare una nueva dimensión espiritual, que sacuda del alma el peso de la evidencia científica y uno se anime a probar el sabor intangible y embriagador de lo desconocido. Que la Naturaleza claramente no obedece las leyes que queremos dictarle, pero tampoco la Naturaleza dicta las leyes que rigen nuestra atención, interés, cariño o dedicación. Vaya este primer intento entonces dedicado a esa posibilidad incierta de que la vida contenga más misterios que los que me ocupan el día a día. Que no solo haya ‘dark matter’ y ‘dark energy’ sino toda una dimensión oscura dentro de uno a descubrir en los días que vendrán. Ya les contaré.
‘Se adora a lo que no se ve, con la fe perfecta, se añora a lo que vino ayer y no tocó a tu puerta.’
A.Filio
Pero divago. La caminata que empezamos en unos pocos días tiene sus orígenes en una peregrinación de 150 km que hicimos desde Santiago del Estero a Mailín, durante nuestros mejores años de la escuela secundaria. Recuerdo Mailín como una empresa dura. El caminar de noche; el sueño; el dormir de día en una acequia transitada por viento y alimañas. A pesar de la juventud el caminar pasa factura, y uno cambia, como a veces pasa con el amor, rápidamente de la euforia al instinto, de la alegría al triste y meditado cálculo de la supervivencia. Ya en Forres pensaba que no podía más, y todavía faltaban incontables kilómetros, arengados por un cura que, inevitablemente, iba en camioneta y dormía en hotel, y acompañado por una multitud de gente tan diversa como las razones para caminar. ¿Por qué caminar? ¿Por el ejercicio? ¿Por convicción? ¿Por una promesa? ¿Por el deseo de purgar alguna culpa? Las razones varían, pero el atractivo que nos mantiene es el mismo que mantiene a la gente yendo a misa, o a los chicos viendo la misma película una y otra vez, o a algunos de nosotros reincidiendo en el mismo amor día tras día. O sea, el rito. El poder del rito es tan difícil de explicar como imposible de evitar. Porque el rito sana y ordena la mente, y no hay nada más predecible ni rítmico que caminar. Que, aclaro, no es lo mismo que correr. Ya lo dice la chacarera, sabia como pocas: ‘tanto correr pa' llegar a ningún lado’.
Lo que me devuelve al tema del camino en ciernes. O sea, el camino de Santiago. Una empresa que nos venimos prometiendo con Pablo desde hace tiempo, y que me encuentra iniciándolo en el norte de Inglaterra. En Durham, para ser más precisos, sitio de un edificio precioso, la bellísima Durham Cathedral; un edificio alucinante, y uno de los mejores ejemplos en el mundo del estilo arquitectónico normando. Una mezcla, como todas estas iglesias de la época, de románico y gótico: un corazón románico (un rectángulo central con arcos de medio punto) rodeado por añadidos góticos (arcos en punta, torres, capillas en T), construidos cientos de años después. Increíble pensar las cosas que se construían en la Edad Media. La Catedral recuerda también la poca diferencia que hay siempre entre lo religioso y lo bélico: un cartel labrado en piedra proclama, en el puente de ingreso: ‘Half Chvrch of God Half Castle 'Gainst the Scot’ (Mitad Iglesia de Dios, Mitad Fortaleza contra los Escoceses), recordando el hecho que ni siquiera los romanos pudieron con la ferocidad de las tribus que habitaban lo que es hoy Escocia. He allí como testimonio el Muro de Adriano, que aun hoy atraviesa toda la isla de Este a Oeste, separando Inglaterra de Escocia.
Mi camino entonces empieza aquí, con una dosis de arquitectura y de historia, dos de los pilares que sostienen hoy mi deseo de caminar. Aparte de un deseo implícito de pasear el paladar por la cocina del norte de España, y de saborear todos los vinos espesos que nos depare el camino. Que hay pocas empresas más nobles que probar cepas desconocidas, que tentar sabores insospechados, que darse cita con atardeceres y paisajes desconocidos. También motiva esa posibilidad incierta pero implícita de que el Camino (así, en mayúsculas) depare una nueva dimensión espiritual, que sacuda del alma el peso de la evidencia científica y uno se anime a probar el sabor intangible y embriagador de lo desconocido. Que la Naturaleza claramente no obedece las leyes que queremos dictarle, pero tampoco la Naturaleza dicta las leyes que rigen nuestra atención, interés, cariño o dedicación. Vaya este primer intento entonces dedicado a esa posibilidad incierta de que la vida contenga más misterios que los que me ocupan el día a día. Que no solo haya ‘dark matter’ y ‘dark energy’ sino toda una dimensión oscura dentro de uno a descubrir en los días que vendrán. Ya les contaré.
‘Se adora a lo que no se ve, con la fe perfecta, se añora a lo que vino ayer y no tocó a tu puerta.’
A.Filio
16 de Septiembre
***
Style
(Julio F. Navarro)
(Arcos de la catdral de Durham)
Anoche, mientras asistía a una cena formal en el Castillo de Durham en compañía de científicos famosos y no (estaba en la audiencia, por ejemplo, Peter Higgs, el teórico británico que predijo la existencia de la ‘partícula de Dios’ descubierta hace un par de meses en el acelerador del CERN en Geneva), me preguntaba la razón de ser de la estética y del estilo. El Castillo es el edificio universitario más antiguo del mundo, y data del año 1024 más o menos. Es una construcción de piedra magnífica, seductora en sus formas y color, y que provoca ese apego inmediato e irresistible de las cosas bellas. La estética es difícil de explicar, y a veces pienso que tal vez sea mejor así. Tal vez convenga dejar algunas facetas de la vida fuera del alcance del poder devastador del análisis. Que a veces destella lo que no se entiende y otras opaca lo que la mente doma. Pero, tal vez sea porque la belleza debe ser entendida como un camino a seguir, no como un hecho a contemplar.
Pensaba en la arquitectura, por ejemplo, y en ese punto tan simple y crucial como es el arco. El arco salva distancias entre columnas de una forma simple, sosteniendo su propio peso, dando luz a muros y torres, permitiendo los techos abovedados de catedrales y templos. El arco más noble es el arco semicircular característico de los puentes romanos. Le llaman también ‘arco de medio punto’ supongo que porque cualquier punto del arco equidista de un punto único; el centro del círculo. Esto facilita su construcción y por ello es el preferido de la arquitectura románica que nos acompañará casi todo el Camino. Pero como todo lo bello y simple, esconde una flaqueza. Aunque el arco sostiene su peso vertical en piedra, lo transfiere horizontalmente a las columnas, lo que exige soportes enormes. Arcos pequeños necesitan paredes pesadas que los mantengan, de allí que las ventanas de los castillos parezcan pequeños ojos de luz en una inmensidad de piedra.
La solución práctica llevó cientos de años de experimentación: el arco gótico, en punta y coronado por una piedra angular, reduce el esfuerzo horizontal y permite bóvedas enormes, al costo de añadir complejidad en la construcción. Muchas iglesias tienen un corazón románico antiguo y añadidos góticos exteriores, reconocibles por el cambio de estilo del trazado de sus arcos (la Catedral de Durham, por ejemplo). El arco gótico permitió iglesias magníficas e imponentes, pero es solo una aproximación del ideal. La forma de arco que minimiza los esfuerzos laterales no se descubrió hasta cientos de años después, cuando el cálculo de Newton y Leibniz abrió la posibilidad de considerar formas que no admiten expresiones algebraicas cerradas. En este caso la forma es la catenaria, la misma que adopta, suspendida a su peso, una cadena o cuerda. La falta de una simetría simple dificulta en la práctica su construcción, lo cual explica por qué no la veremos en los templos y monumentos del Camino.
Esta búsqueda milenaria de la forma perfecta evoca en mí el poder de la curiosidad, ese bicho impaciente e imprescindible para la felicidad que a veces nos descarrila y desorienta. Como la historia que les contaba demuestra, es posible usar la curiosidad para avanzar, es posible mejorar. Supongo que ese es el sentido de la estética. El recordarnos que se puede ser mejores. Que la versión más generosa, amable, paciente, y cariñosa de nosotros aún está por verse. Y conforta mirar hacia atrás en el tiempo y darse cuenta de que no somos los mismos, sobre todo si el pasado está salpicado de malhumores y ambiciones que hoy se antojan triviales y mezquinos. Mi ambición, por el momento, es recorrer el Camino suavemente y con estilo, acariciando cada momento con ese cariño que nos da la certeza de saber que no se repetirá, con esa necesidad de convertir cada sonrisa en anécdota, cada paso en jalón, cada despertar en un nuevo día. Que el Camino sea entonces parte de esa avenida ancha que es la vida, en la cual pese al tráfico, el ruido, los semáforos y desvíos, al final me esperes. Buen Camino a todos entonces si así fuera.
19 de
Septiembre