lunes, 6 de mayo de 2013

De Santiago a Santiago



De Santiago a Santiago
Diario de Viaje







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Herru Santiagu,
Got Santiagu,
E ultreia, e suseia,
Deus adiuva nos

¡Oh Señor Santiago!
¡Buen Señor Santiago!
¡Ultreia! ¡Euseya!
¡Protégenos, Dios!

Canto de los Peregrinos


***
En el año 2012, con mi hermano Julio y mi compañera, Laura Manrique, emprendimos la ruta francesa del Camino de Santiago. Esta es una crónica intermitente de este viaje.
Para Julio y para mí, emprender el Camino era una manera de regresar hacia nuestros orígenes ya que ambos nacimos en Santiago del Estero, ciudad fundada bajo la protección de Santiago Apóstol, el 25 de Julio de 1553. Esa coincidencia histórica fue la que detonó la idea de emprender un viaje y un relato en el que esas ciudades fuesen el principio y final: de Santiago a Santiago. En definitiva, para nosotros, llegar hasta Compostela era una manera de encontrar nuestras raíces. A su vez, Laura nació en Córdoba, y por razones independientes (seguramente más sustanciales que las nuestras), desde hace muchos años, encontró en el Camino un especial atractivo. Empezamos a caminar al filo del otoño y terminamos nuestro viaje el 12 de Octubre, día en el que Julio cumplió 50 años. Aunque el propósito obvio de quienes emprenden esta peregrinación es llegar a Santiago de Compostela, en esa ocasión nosotros decidimos caminar sólo hasta la ciudad de León (en Castilla y León).

En el 2013 retomamos el Camino, y en esta ocasión se sumaron dos nuevos compañeros: Inés Álvarez (Bahía Blanca) y Ramín Tovfigh (Córdoba). Esta vez cumplimos con el natural objetivo de la peregrinación: llegamos a Santiago de Compostela el 4 de Agosto de 2013.Casi 800 kilómetros recorridos, algo así como un millón de pasos, han delineado una experiencia hermosa; a veces difícil, siempre exigente, pero con tanto para vivir y acumular que se hace complejo transmitir la densidad de emociones y vivencias que hemos compartido en ese tiempo.


De los relatos que siguen a continuación, algunos son escritos por mí y otros por mi hermano Julio. Los textos tienen, indudablemente, diferentes estilos y propósitos. Mientras que Julio va escribiendo sus crónicas a partir de imágenes y temas diversos, yo he tratado de narrar los acontecimientos cotidianos. Esta superposición conlleva una cierta repetición de anécdotas o incidentes - y, eventualmente, alguna incoherencia- pero también aporta diferentes maneras de ver los mismos fenómenos.


En nuestra peregrinación, en la preparación de cada jornada de marcha, hemos utilizado diverso material bibliográfico como ayuda y apoyo para planear las diferentes etapas. Luego, estos textos también han servido para completar los apuntes y notas al momento de completar estas crónicas.Ocasionalmente, hemos leído el libro V del Codex Calixtino, de Aymeric Picaud, escrito en 1140 aproximadamente, como un intento de recuperar la magia y el ambiente del Camino medieval, pero los textos del Camino que hemos usado con mayor frecuencia son:

-          Brierley, John, A Pilgrim's Guide to the Camino de Santiago: St. Jean - Roncesvalles – Santiago (CAMINO GUIDES: Scotland, 2010)

-          la Guía Ersoki Consumer del Camino de Santiago, descargada del sitio de internet (http://caminodesantiago.consumer.es/) y

-          Atienza, Juan G., Leyendas del Camino de Santiago (Madrid: EDAF, 1998)

Qué estas líneas, escritas entre octubre de 2012 y Octubre de 2103, sobre la base de los apuntes tomados en el Camino, sirvan para compartir este viaje, para hacer verdad ese dicho que señala que todos, aunque sea de diferente manera, vamos a Compostela.

¡Ultreia! ¡Ultreia!

¡Buen Camino!
           
Pablo E. Navarro
Agosto del 2013


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De Santiago a Santiago

 (Pablo Navarro)



            (Casa de Gobierno, Santiago del Estero, Argentina)
        
Santiago del Estero (Argentina) evoca a Santiago de Compostela; un lugar mágico arrasado por las estrellas, en el que la leyenda señala que fue descubierta la tumba del apóstol Santiago (siglo IX). Antes de eso, mucho antes, los que buscaban los secretos del destino en la ruta de las estrellas, los que intentaban mutar los metales y desenterrar las sustancias oscuras de la materia, peregrinaban hacia allí, en busca del 'fin del mundo', también conocido como Cabo de Finisterrae.

Luego de la invasión árabe, el mundo se transformó definitivamente. Para ese entonces, ya se había perdido el imperio romano de occidente y con ello habían desaparecido los caminos comunes, la lengua compartida del imperio, la moneda de todos y gran parte de Europa era un puñado de campesinos que luchaba su día a día. Con los árabes llegaron los avances de la medicina, la arquitectura, una poesía leve como la brisa de levante, el álgebra, los experimentos y tantos otros rasgos característicos de una humanidad sofisticada. Pero eran los invasores y, en el norte de España, se forjo la reconquista.

Allí aparece la leyenda de Santiago, también conocido como 'el Matamoros'. Cuenta esa leyenda que Santiago aparecía como una fuerza celestial en los combates. Por ejemplo, impresiona ver en el museo de Santiago del Estero, el enorme cuadro que conmemora a Santiago luchando en el campo de batalla y cortando cabezas árabes. Una vez que el lento proceso de reconquista se afianza en el norte de España, los peregrinos acuden a Compostela a rendir homenaje, pagar sus promesas y pedir su auxilio. Eso dio origen, en el año 1000 aproximadamente, al 'Camino de Santiago'. Monasterios, ciudades, gastronomía (como la famosa 'Tarta de Santiago'), y mil cosas más fueron tramando una ruta maravillosa a la que hoy actualmente acuden cientos de miles de caminantes.

Algunos caminan hacia Santiago por razones religiosas, pero yo, mis amigos, que exactamente dentro de un mes, comenzaré esa ruta lo haré como quien busca un sueño. No me mueve la religión, sino en el mejor caso la literatura, la narración de un viaje que comienza en Santiago del Estero y termina en Santiago de Compostela.

El 22 de Septiembre emprenderé, junto con Laura Manrique y Julio Navarro, el llamado 'Camino Frances', desde Roncesvalles. Julio, comenzará dos días antes, desde Saint Jean, enfrentando el paso de los Pirineos y rindiendo homenaje al lugar donde fue emboscado Roldan, el caballero preferido de Carlomagno. Caminaremos hasta el 12 de Octubre, cuando Julio cumple 50 años. No se si llegaremos a Compostela. Tal vez no, pero eso, mis amigos, nunca es realmente importante cuando lo que impulsa el sueño es el propio camino.

22 de Agosto

                                                                       



 (Catedral de Girona)


(Marca del Camino)           

Viví en Girona, España, desde Septiembre de 1990 hasta Septiembre de 1992. Había llegado allí para trabajar en la Universidad, al comienzo del otoño, cuando la ciudad comienza a replegarse sobre ella misma, a proteger sus fuegos como un dragón dispuesto a invernar. En esa ciudad, en esa región de Cataluña me encontré por primera vez con los vestigios de la Edad Media. Una ciudad con murallas, con callejas tan estrechas y sinuosas que hasta el viento llega lentamente, plazas con nombres de comunes cosas como ‘Plaza del Mercado’, ‘Plaza de la Fuente’, o calles llamadas conforme a las profesiones y oficios de esos tiempos. Allí fue donde descubrí el arte románico (siglos XI-XIII), que es un mundo inmenso, complejo, austero y finalmente devastador. En esos tapices, en los murales, en las gárgolas y capiteles se adivina el pulso del sexo y la inmensidad de lo desconocido. Esas representaciones dan testimonio de un mundo peligroso, donde acechaba tanto el lobo – dueño y señor de bosques de robles, hayas, pinos y alcornoques – como el hambre, la peste y la pobreza. En Girona descubrí también que se podía recorrer toda Cataluña a pie (en verdad, toda Europa), por senderos bien marcados, en los que cada caminata reservaba siempre la sorpresa de un claustro, un castillo, los viñedos, un rebaño de ovejas, las dentelladas de piedra en el mar azul de la Costa Brava.

Allí, en Girona, comencé a caminar hacia Compostela. Descubrí, por casualidad, esa ruta que los peregrinos vienen recorriendo hace ya más de mil años, en una librería de viajes donde buscaba información para completar una caminata hasta Santa Pau, un encave medieval, bello y distante. Allí, con una guía que recién se editaba, descubrí que desde Los Pirineos bajan dos sendas que se unen en Puente La Reina y quise también sentir esas piedras en mi camino. Dentro de dos  semanas, con Laura y Julio iniciaremos nuestra ruta desde Roncesvalles. Las primeras etapas son: Roncesvalles a Zubiri (21,5 kmts), Zubiri-Pamplona (20,4 kmts), Pamplona-Puente La Reina (24kmts). Este tramo es indescriptiblemente hermoso, baja suavemente desde los 1300mts hacia las llanuras de Navarra y La Rioja, por bosques en los que siempre hay una buena ocasión para detenerse junto a un puente del siglo XIII y beber un trago de vino espeso, sintiendo pena y dicha, a la vez, por tantas cosas simples y bellas que van quedando atrás.

Pienso que todos somos peregrinos, aunque no siempre es fácil saber en qué destino encontraremos a Compostela. Tal vez, los afortunados, lleguen allí y puedan emprender el Camino del Regreso, volver a sus cotidianas cosas y dejar atrás para siempre los peligros de la búsqueda y el camino. Yo, mis amigos, no tengo esa urgencia. Como dice Hesse,

… ¡Dichoso el campesino! ¡Dichoso el propietario, el virtuoso, el sedentario, el fiel! Puedo amarle, puedo respetarle, puedo envidiarle. Pero he perdido la mitad de mi vida intentando imitar su virtud. Quería ser lo que no era. Cierto que quería ser poeta pero, al mismo tiempo, un ciudadano. Quería ser artista y un hombre de imaginación, pero también tener virtud y disfrutar de la patria. Tardé mucho tiempo en saber que no se puede ser y tener las dos cosas a la vez, que soy nómada y no campesino…’ (H. Hesse., ‘Casa de labor’ en El Caminante).

En fin, mis amigos, mi camino ya ha comenzado hace años, pero en estos días hay que preparar la mochila con más empeño y detalle. Falta poco, muy poco, y termino entonces con un poco más del relato de Hesse:

… Desde las montañas sopla una húmeda ráfaga; al otro lado, azules y celestes islas contemplan nuestras tierras. Bajo aquellos cielos seré feliz a menudo, y también a menudo sentiré la nostalgia del hogar. El perfecto representante de mi especie, el vagabundo puro, no debería conocer esta nostalgia. Yo la conozco, no soy perfecto y tampoco pretendo serlo. Quiero saborear mi nostalgia como saboreo a mis amigos.
Este viento hacia el que trepo tiene una maravillosa fragancia de lejanía y de otro mundo, de aguas divisorias y fronteras lingüísticas, de sur y de montañas. Está lleno de promesas.
¡Adiós, pequeña casa de labor y paisaje de la patria! Me despido de vosotros como un adolescente de su madre: sabe que ya le ha llegado la hora de separarse de ella, y sabe también que nunca podrá abandonarla del todo, aunque tal fuera su deseo.

5 de Septiembre

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Los Puentes 

(Pablo Navarro)

           
                              (Puente La Reina, Navarra, España) 





                 (Puente Carretero, Santiago del Estero, Argentina)

Las casualidades suelen ser eventos que, de modo inesperado, se producen conjuntamente. Como cuando pensamos en algún amigo y, sin otra explicación que el azar, en ese mismo momento, nos llama por teléfono. En una novela de Paul Auster, que leí hace unos cuantos años, el protagonista sale a cumplir un trámite trivial; tal vez comprar un poco de pan o el periódico. Casi cuando llega a su destino, un pedazo de una cornisa se desprende y cae a milímetros de donde él está parado, esperando para cruzar la calle. Sabe que ha tenido suerte. Sabe que ese bloque de cemento y yeso le hubiese hecho mucho daño un par de segundos antes. Entonces, cambia. Abandona en ese mismo momento su vida común y comienza a huir de su pasado.
Las casualidades nos acechan. Yo, a veces, en el desorden espontáneo del sueño veo un puñal con el mango oscuro y labrado que reposa junto a un frasco de veneno, sueño con el ámbar y el ópalo, con una nota que da testimonio de su traición, o con el silencioso llamado del fuego en un lugar que contiene una inscripción en una lengua desconocida.
Las casualidades tienen un vínculo caprichoso, pero, hay otras cosas inseparablemente unidas. Como cuando el rojo de los lapachos, incendiando las calles de Santiago del Estero, deja la certeza de la primavera, como cuando el dolor de mis huesos reclama la lluvia, como cuando en mi adolescencia, ella y su mirada fugaz, casual, anunciaba las desdichas del amor en silencio y siempre lejano.
Los puentes y los caminos tienen esa unión inseparable, ese todo y nada, ese punto exacto de encuentros y despedidas. Me gustan los puentes como a otros los barcos o los trenes. Los veo como un amigo reconoce a otro después de muchos años, con alegría, con sorpresa, con la convicción de que ellos – al igual que mis amigos – siempre me ayudan a llegar a alguna parte. En Santiago del Estero hay un puente hermoso, sencillo: el Puente Carretero. Por debajo se arrastra el Río Dulce, con sus aguas marrones como la voz cansada de una madre, con su corazón de barro y el lento vuelo de algún pájaro. A veces, de niños viajábamos con mis hermanos y mis padres en el tren que cruzaba ese Puente y la mayoría de las veces no lograba estar despierto esos veinte kilómetros que separan Santiago y La Banda. Pero recuerdo el sonido grave de los vagones al cruzar el puente y, entonces, en ese momento en que la noche y el sueño merodeaban, volvían a mi memoria de niño algunas palabras de mi padre, que nos decía que ese puente era único, especial. Como prueba irrefutable enunciaba solemnemente que allí no era posible sintonizar ninguna emisora de radio y acompañaba esa afirmación con un silencio que daba a entender que había misterios y detalles inaccesibles para quienes todavía éramos demasiado pequeños. Yo imaginaba que el puente era un lugar mágico, un hueco en el espacio, un agujero negro donde desapareceríamos, atrapados para siempre en nuestro tren. Y sentía en mi pecho la calidez de la tristeza de pensar en quien, entonces, me echaría de menos.
Ahora, mis amigos, en unos pocos días más, dentro de una semana, comenzaremos a bajar desde Los Pirineos hacia Compostela. Habrá muchos puentes para cruzar en ese camino que emprenderemos con Julio y Laura, pero hay uno especialmente hermoso, Puente La Reina, sobre el río Arga, a pocos kilómetros de Pamplona. Este puente, del siglo XI, es una muestra del delicado sentido estético de esas épocas, del dominio de la piedra y de la importancia del Camino. Allí se reunían los viajeros que venían desde Somport (Aragón) con los que peregrinaban a través de la ruta Francesa. Por allí, por sus piedras pulidas por los pasos de los caminantes, ha transitado gran parte de la historia del Camino de Santiago. Casi mil años con sus brazos abiertos para que los peregrinos pudiesen llegar a la ciudad, a la tibieza de los fuegos encendidos cuando la llovizna ha calado hondo, a los olores de bares y tabernas, a la dimensión oculta que tienen las cosas cuando la melancolía del camino te roba las palabras. Allá vamos mis amigos, rumbo a Compostela, a brindar a vuestra salud cuando en la tarde de la tercera etapa, lleguemos a Gares/Puente La Reina.

11 de Septiembre

Equipaje 

(Pablo Navarro)



                           (Julio y su mochila en el cruce de los pirineos)
Mañana, con Laura, partimos hacía España y hoy toca armar la mochila. El Camino impone una austeridad que deja poco espacio para las cosas que no sean realmente importantes. Casi 800 kilómetros imponen respeto y exigen que el equipaje sea ligero. Recuerdo una escena de la película 'Up in the Air' (con G. Clooney) donde el protagonista compara las cosas de nuestra vida cotidiana con el peso de la mochila que arrastramos diariamente. ¿Qué dejaríamos, entonces, si queremos viajar ligeros de equipaje?

Julio, mi hermano, ya ha empezado su camino y nos reuniremos en Roncesvalles el día del equinoccio. También ha empezado a escribir sus sensaciones acerca de este viaje. Como me dijeron una vez, hace ya varios, años, estos viajes son como un buen libro: se comienza con inquietud y se termina con nostalgia. Ojala que así sea.


16 de Septiembre

Durham, England 

(Julio F. Navarro)



            (Catedral de Durham)           

Motivado por mi hermano Pablo, espina incesante en mi vida desde que yo recuerde, empiezo este intento de registrar imágenes y pensamientos a medida que planeamos y ejecutamos un largo sueño. Aunar fuerzas para emprender la marcha hacia el otro Santiago. De Santiago a Santiago se llama la empresa. Dos Santiagos? Santiago es una palabra de mucha medida. Tiago, (San)Diego, Xavier, Javier, Jaime, Jaume, Jacobo, todos derivan del nombre del Apóstol. Mi hijo mayor sufre de la obsesión de tener como nombre Santiago Javier, o en términos matemáticos, S2, o Santiago al cuadrado.

Pero divago. La caminata que empezamos en unos pocos días tiene sus orígenes en una peregrinación de 150 km que hicimos desde Santiago del Estero a Mailín, durante nuestros mejores años de la escuela secundaria. Recuerdo Mailín como una empresa dura. El caminar de noche; el sueño; el dormir de día en una acequia transitada por viento y alimañas. A pesar de la juventud el caminar pasa factura, y uno cambia, como a veces pasa con el amor, rápidamente de la euforia al instinto, de la alegría al triste y meditado cálculo de la supervivencia. Ya en Forres pensaba que no podía más, y todavía faltaban incontables kilómetros, arengados por un cura que, inevitablemente, iba en camioneta y dormía en hotel, y acompañado por una multitud de gente tan diversa como las razones para caminar. ¿Por qué caminar? ¿Por el ejercicio? ¿Por convicción? ¿Por una promesa? ¿Por el deseo de purgar alguna culpa? Las razones varían, pero el atractivo que nos mantiene es el mismo que mantiene a la gente yendo a misa, o a los chicos viendo la misma película una y otra vez, o a algunos de nosotros reincidiendo en el mismo amor día tras día. O sea, el rito. El poder del rito es tan difícil de explicar como imposible de evitar. Porque el rito sana y ordena la mente, y no hay nada más predecible ni rítmico que caminar. Que, aclaro, no es lo mismo que correr. Ya lo dice la chacarera, sabia como pocas: ‘tanto correr pa' llegar a ningún lado’.

Lo que me devuelve al tema del camino en ciernes. O sea, el camino de Santiago. Una empresa que nos venimos prometiendo con Pablo desde hace tiempo, y que me encuentra iniciándolo en el norte de Inglaterra. En Durham, para ser más precisos, sitio de un edificio precioso, la bellísima Durham Cathedral; un edificio alucinante, y uno de los mejores ejemplos en el mundo del estilo arquitectónico normando. Una mezcla, como todas estas iglesias de la época, de románico y gótico: un corazón románico (un rectángulo central con arcos de medio punto) rodeado por añadidos góticos (arcos en punta, torres, capillas en T), construidos cientos de años después.  Increíble pensar las cosas que se construían en la Edad Media. La Catedral recuerda también la poca diferencia que hay siempre entre lo religioso y lo bélico: un cartel labrado en piedra  proclama, en el puente de ingreso: ‘Half Chvrch of God Half Castle 'Gainst the Scot’ (Mitad Iglesia de Dios, Mitad Fortaleza contra los Escoceses), recordando el hecho que ni siquiera los romanos pudieron con la ferocidad de las tribus que habitaban lo que es hoy Escocia. He allí como testimonio el Muro de Adriano, que aun hoy atraviesa toda la isla de Este a Oeste, separando Inglaterra de Escocia.

Mi camino entonces empieza aquí, con una dosis de arquitectura y de historia, dos de los pilares que sostienen hoy mi deseo de caminar. Aparte de un deseo implícito de pasear el paladar por la cocina del norte de España, y de saborear todos los vinos espesos que nos depare el camino. Que hay pocas empresas más nobles que probar cepas desconocidas, que tentar sabores insospechados, que darse cita con atardeceres y paisajes desconocidos. También motiva esa posibilidad incierta pero implícita de que el Camino (así, en mayúsculas) depare una nueva dimensión espiritual, que sacuda del alma el peso de la evidencia científica y uno se anime a probar el sabor intangible y embriagador de lo desconocido. Que la Naturaleza claramente no obedece las leyes que queremos dictarle, pero tampoco la Naturaleza dicta las leyes que rigen nuestra atención, interés, cariño o dedicación. Vaya este primer intento entonces dedicado a esa posibilidad incierta de que la vida contenga más misterios que los que me ocupan el día a día. Que no solo haya ‘dark matter’ y ‘dark energy’ sino toda una dimensión oscura dentro de uno a descubrir en los días que vendrán. Ya les contaré.

‘Se adora a lo que no se ve, con la fe perfecta, se añora a lo que vino ayer y no tocó a tu puerta.’ 
A.Filio

16 de Septiembre

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Style 

(Julio F. Navarro)

           

           (Arcos de la catdral de Durham)            

Anoche, mientras asistía a una cena formal en el Castillo de Durham en compañía de científicos famosos y no (estaba en la audiencia, por ejemplo, Peter Higgs, el teórico británico que predijo la existencia de la ‘partícula de Dios’ descubierta hace un par de meses en el acelerador del CERN en Geneva), me preguntaba la razón de ser de la estética y del estilo. El Castillo es el edificio universitario más antiguo del mundo, y data del año 1024 más o menos. Es una construcción de piedra magnífica, seductora en sus formas y color, y que provoca ese apego inmediato e irresistible de las cosas bellas. La estética es difícil de explicar, y a veces pienso que tal vez sea mejor así. Tal vez convenga dejar algunas facetas de la vida fuera del alcance del poder devastador del análisis. Que a veces destella lo que no se entiende y otras opaca lo que la mente doma. Pero, tal vez sea porque la belleza debe ser entendida como un camino a seguir, no como un hecho a contemplar.

Pensaba en la arquitectura, por ejemplo, y en ese punto tan simple y crucial como es el arco. El arco salva distancias entre columnas de una forma simple, sosteniendo su propio peso, dando luz a muros y torres, permitiendo los techos abovedados de catedrales y templos. El arco más noble es el arco semicircular característico de los puentes romanos.  Le llaman también ‘arco de medio punto’ supongo que porque cualquier punto del arco equidista de un punto único; el centro del círculo. Esto facilita su construcción y por ello es el preferido de la arquitectura románica que nos acompañará casi todo el Camino. Pero como todo lo bello y simple, esconde una flaqueza. Aunque el arco sostiene su peso vertical en piedra, lo transfiere horizontalmente a las columnas, lo que exige soportes enormes. Arcos pequeños necesitan paredes pesadas que los mantengan, de allí que las ventanas de los castillos parezcan pequeños ojos de luz en una inmensidad de piedra.
La solución práctica llevó cientos de años de experimentación: el arco gótico, en punta y coronado por una piedra angular, reduce el esfuerzo horizontal y permite bóvedas enormes, al costo de añadir complejidad en la construcción. Muchas iglesias tienen un corazón románico antiguo y añadidos góticos exteriores, reconocibles por el cambio de estilo del trazado de sus arcos (la Catedral de Durham, por ejemplo). El arco gótico permitió iglesias magníficas e imponentes, pero es solo una aproximación del ideal. La forma de arco que minimiza los esfuerzos laterales no se descubrió hasta cientos de años después, cuando el cálculo de Newton y Leibniz abrió la posibilidad de considerar formas que no admiten expresiones algebraicas cerradas. En este caso la forma es la catenaria, la misma que adopta, suspendida a su peso, una cadena o cuerda. La falta de una simetría simple dificulta en la práctica su construcción, lo cual explica por qué no la veremos en los templos y monumentos del Camino.
Esta búsqueda milenaria de la forma perfecta evoca en mí el poder de la curiosidad, ese bicho impaciente e imprescindible para la felicidad que a veces nos descarrila y desorienta. Como la historia que les contaba demuestra, es posible usar la curiosidad para avanzar, es posible mejorar. Supongo que ese es el sentido de la estética. El recordarnos que se puede ser mejores. Que la versión más generosa, amable, paciente, y cariñosa de nosotros aún está por verse. Y conforta mirar hacia atrás en el tiempo y darse cuenta de que no somos los mismos, sobre todo si el pasado está salpicado de malhumores y ambiciones que hoy se antojan triviales y mezquinos. Mi ambición, por el momento, es recorrer el Camino suavemente y con estilo, acariciando cada momento con ese cariño que nos da la certeza de saber que no se repetirá, con esa necesidad de convertir cada sonrisa en anécdota, cada paso en jalón, cada despertar en un nuevo día. Que el Camino sea entonces parte de esa avenida ancha que es la vida, en la cual pese al tráfico, el ruido, los semáforos y desvíos, al final me esperes. Buen Camino a todos entonces si así fuera.
19 de Septiembre



domingo, 5 de mayo de 2013

0. 1. Saint Jean au Pied du Port (JFN)

0. 1. Saint Jean au Pied du Port (JFN) 
 (25.7 kilómetros) 







Probablemente el día más tranquilo de todo el Camino empezó esta mañana temprano en un hotel cerca del aeropuerto de Biarritz, donde volé anoche desde Manchester. Un día diáfano y calmo, con un sol hermoso y sin viento que dan ganas de ponerse a caminar. Pero primero vienen los trámites. El tren de Bayonne a St.-Jean, la caminata a la Ciudad Vieja junto al grupo de peregrinos, la registración en el Accueil des Pèlerins, donde Monique, una voluntaria tan eficiente como implacable me envió al Albergue Municipal de Peregrinos. Yo le quería contar que la sola mención de ‘albergue municipal’ eriza los pelos de la espalda, el cuello y el oído medio a cualquier argentino nativo, pero no hubo caso. A mi pregunta de si había alternativas, su respuesta fue fulminante; ‘Sí, las hay, pero son más caras. Y Ud. es joven’. O sea, punto final. Así que pasaré la noche allí, en compañía de 175 otros peregrinos. Todo lo que comienza bien termina bien, me digo yo. A propósito de lo de joven. Si ese criterio vale yo debería dormir solo en el Albergue, ya que no he visto aún un solo peregrino que sea más joven que yo. La mayoría parece emprender este camino en esa etapa rara que trae la vida cuando merma la ambición y asoma el tedio, cuando decrece el ardor y despunta la reflexión. O sea, en la Edad Media de la vida. A lo que convendría sumar que la Edad Media también trajo el Renacimiento, así que habrá que esperar que esta nueva etapa también traiga, cuando ya el precipicio parezca inminente, un Gutenberg que permita que otros nos puedan leer, un Giordano que nos enseñe el valor de perder la vida por lo que se cree, un Lutero que nos convenza a hablar en el idioma de los demás, un Galileo que nos regale nuevas lunas. Todo un siglo para convencernos de que no somos el centro del Universo, que las estrellas no brillan para iluminar nuestro cielo, que los astros no propician ni salvación ni condena. Estas reflexiones me alcanzan mientras tomo ‘un verre de vin rouge’ en un pequeño restaurant de St.-Jean, mientras veo pasar por la vía principal a peregrinos y turistas. Es temprano todavía, y hago tiempo hasta que el Albergue abra y pueda dejar el monstruo de mi mochila a descansar en el ‘lit numéro 105’, como reza el billete que me escribió Monique. La tarde promete un paseo por los alrededores, cosa de ver los restos de un fuerte romano y ejercitar un poco los pies antes de la caminata mañana. Que va a ser larga y calurosa. Pero eso será mañana, y no hay nada más seductor que el mañana, quien, como el futuro, o nuestro futuro, todavía está por llegar. 
21 de Septiembre





sábado, 4 de mayo de 2013

0.2. Roncesvalles


0.2. Roncesvalles

                                             


                                              

Ya en Roncesvalles. Después de unos días en Barcelona, ya estamos en el Camino. A la mañana temprano abordamos el tren que nos llevó a Pamplona. Laura dormía con placidez, mientras yo leía el periódico y miraba el paisaje fugaz que dibuja la ventana de nuestro vagón. Un poco antes del mediodía llegamos a Pamplona, capital de Navarra. Comparada con otras estaciones, ésta es pequeña y bulliciosa, pero no esconde dificultad alguna para los peregrinos. Somos como una bandada que se mira con discreción, se reconoce en la indumentaria de caminata, los bastones para marcar el paso, los sombreros y el aire de impaciencia que compartimos en el andén. Preguntamos a un taxi el precio a Roncesvalles. La tarifa es de 90 euros y el viaje dura aproximadamente 45 minutos. Con Laura nos debatimos en la indecisión de afrontar ese gasto o buscar la estación de autobuses como muchos otros peregrinos. La solución aparece pronto. Dos mujeres canadienses - unas mujeres amables, de aproximadamente 30 y 60 años respectivamente - nos preguntan en inglés si vamos hasta Saint Jean y si estamos dispuestos a compartir el taxi. Mi inglés es fatigoso, complejo, pero no por la sofisticación de mi vocabulario o la exhuberancia de mi gramática sino porque… ¡es complicado que me entiendan! Simplemente no me salen las palabras adecuadas, ni las formas verbales correctas, pero eso no me descorazona en absoluta ya que también me ocurre con frecuencia cuando hablo en castellano. A pesar de todo, logramos entendernos bien y abordamos el taxi. Nosotros nos quedaremos en Roncesvalles y ellas cruzaran los Pirineos. Nos apretujamos con Laura y la mayor de las canadienses en el asiento trasero y la más joven y voluminosa ocupa el asiento junto al taxista.  La charla es insustancial, como cuando quedamos atrapados en un ascensor con otros desconocidos, que apenas entienden lo que decimos. Pero el paisaje es hermoso, subiendo hacia el corazón de los Pirineos, andando lo que en pocos días tendremos que desandar en nuestro camino. 

Llegamos a Roncesvalles al mediodía y fuimos directamente al Albergue de Peregrinos a buscar nuestra credencial. Nos atendió una pareja francesa, de edad indefinida y castellano fatigoso, pero muy amables y preocupados por darnos una cálida bienvenida y atender a nuestras necesidades. Nos ofrecieron alojamiento en el albergue, pero ya teníamos una reserva en el Hotel de la Real Colegiata. Nos preguntan acerca de nuestra motivación para emprender el Camino; la pregunta no refleja genuina curiosidad por nuestras pasiones sino que, al final, cuando se llega a Santiago de Compostela, sólo obtienen la llamada 'Compostelana' los que han peregrinado por razones religiosas y así consta en su credencial de peregrino. Por el momento no nos preocupa la Compostelana, ni las indulgencias que vienen asociadas con ella, y por tanto, declaramos que nuestro objetivo es 'cultural'. Es una manera extraña de calificar lo que nos proponemos, pero es una respuesta mejor que marcar el casillero 'Otros'.

Pagamos los 3 euros de la Credencial. ¿Para qué sirve esta cartilla? La respuesta, mis amigos, es simple, pero no da cuenta de todo el significado. Es una especie de libreta desplegable que tiene diferentes casilleros en los que los peregrinos van dejando testimonio de su itinerario. En multitud de lugares - iglesias, bares, albergues, hoteles y un largo etcétera - sellan a los peregrinos sus credenciales y aportan un rito más a cumplir en el camino. Los que van a albergues públicos tienen que exhibir sus credenciales para obtener un lugar. Nosotros no sabemos si nos hospedaremos en esos lugares, pero al menos tendremos nuestras credenciales listas por si fuese necesario.

Una vez cumplido el rito, nos instalamos en el Hotel; un edificio hermoso y antiguo donde resuenan los pasos de tantos peregrinos que ya han trajinado esta ruta a Santiago de Compostela. 



El Hotel está integrado al albergue, aunque ocupa un ala diferente de ese conjunto de edificios formados por la iglesia gótica, el osario, el albergue, el hotel y el llamado 'hospital de peregrinos'. Roncesvalles – 'Orrega' en Vasco - es un diminuto caserío, que no tiene más que ese conjunto de edificios y dos fondas que también proporciona alojamiento. El lugar es mítico, ya que allí cuenta la leyenda que están enterrados los soldados de Carlomagno que fueron emboscados en el desfiladero, pero la verdad es que los muchos huesos que se han encontrado en las excavaciones son de peregrinos que no lograban llegar a Santiago. El dato no es menor ya que sirve para asumir algo que luego se constatará una vez y otra vez en diferentes lugares: El Camino exige y reclama. Muchos han encontrado en esos hospitales de peregrinos, o a la vera de la senda, el final de su peregrinación.

Nos sentamos en el bar del pueblo, esperando a mi hermano Julio. Celebrando el equinoccio, al sol de los Pirineos, tomando una cerveza  mirando de frente a la Iglesia de Santiago, del siglo XIII, austera, solemne. El llamado 'Menú del Peregrino' (8 euros con 50) no despierta nuestra atención. Lo dejamos de lado y nos inclinamos por una ensalada y un bocadillo. Así, charlando de nada, mirando los casilleros en blanco de nuestra credencial de Peregrinos, pasamos un largo rato. Tranquilos. Listos. 

Julio llega cerca de las 5 de la tarde, justo con nubes que presagian tormenta. Se nota el esfuerzo en su andar. Aunque no lo dice expresamente no quedan dudas de que el cruce de los Pirineos es jodido; más todavía con su mochila descomunal, grande como si en lugar de ir a Santiago de Compostela hubiese decidido fundar un circo y llevase en su equipaje a los elefantes y domadores. Luego de reposar los huesos damos una pequeña vuelta por el caserío; pasamos frente al pequeño Museo del Peregrino y en la tienda compro el distintivo de los que peregrinan a Compostela; se trata de una vieira o  concha de mar que quienes habían llegado a Santiago llevaban como prueba de su hazaña en su camino de regreso. Ahora ya es un símbolo universal e identifica a quienes peregrinan hasta ese lugar. El souvenir cuesta dos euros con cincuenta, pero la vendedora me asegura que es un objeto distinguido, que dará un toque único a la mochila del caballero o la cartera de la dama. A Julio y Laura les parece un objeto horrible, más compatible con lo que usaría Johnny Tolengo que un atuendo de peregrino. La vendedora me dice en voz baja que también tiene para venderme el verdadero anillo de Santiago, que cuesta 65 euros, pero me asegura que se trata de la mítica sortija que el apóstol llevaba cuando fue decapitado en Tierra Santa. En fin, decido hacer economías y dejo escapar esa oportunidad.

Más tarde, pasamos un rato por el albergue. Allí nos dedicamos a curiosear entre las cosas que los peregrinos van abandonando (calzado, abrigos, bastones, etc), firmamos el libro de visitas y a eso de las 8 de la noche llegamos a la iglesia, a presenciar la 'Bendición del Peregrino'. Éste es un rito que se viene repitiendo hace casi mil años (desde el siglo XII) y los peregrinos, aunque no tengan ninguna concepción religiosa, acuden y allí, por primera vez, en ese ambiente sencillo, despojado, se forma una comunidad. En esa ceremonia se recuerda la necesidad de dar consuelo a los que se encuentran afligidos, a los que caminan sin esperanzas, a los que buscan y no encuentran. Por ninguna razón en especial, pero con absoluta certeza, veo, mis amigos, que con ese rito sencillo, comienza nuestro camino (aunque Laura, que separa claramente la idea de 'peregrino' de  cualquier connotación religiosa, ha asumido ese rito con más resignación que interés).


A la noche, como quien no quiere la cosa, vamos lentamente dejando que un vino oscuro, peleón, llamado Rincón de Olite, nos llene el ánimo de buenas cosas, impidiendo que la sangre se vuelva floja, que los ímpetus vayan menguando. Esta vez sí nos enfrentamos al Menú del Peregrino. El plato fuerte era o bien trucha o bien lomo de cerdo (aunque ese corte dista bastante de lo que en Argentina entendemos por ello). Laura y yo optamos por el pescado y Julio, en cambio, elige el plato de carne, afirmando que ningún cocinero es capaz de estropear un lomo. En fin, mis amigos, no imaginen maravillas porque no hubo ninguna sorpresa culinaria, pero el ambiente  era muy cálido y agradable. Conversamos un poco con una pareja mayor, española, que todos los años emprendían el Camino y con una pareja joven de Puerto Rico. Luego nos quedamos charlando un rato largo, solos ya que los peregrinos cumplen con su compromiso de regresar al albergue a las diez de la noche.

Mañana nos espera nuestra primera etapa hasta Zubiri. El pronóstico del tiempo es malo: lluvia y más lluvia. El camino muestra los dientes, ¿no? Pero claro vamos protegidos por la bendición del peregrino,  aunque sospecho que eso tiene una dudosa relevancia para despejar el mal tiempo. Mis amigos, salud. Una y otra vez. Para siempre.

21 de Septiembre

jueves, 2 de mayo de 2013

1. Roncesvalles – Zubiri


1. Roncesvalles – Zubiri

     (21,5 Kilómetros)



 Llegamos a Zubiri a las 15 y 30 horas. Es el final de nuestra primera etapa. Mañana caminaremos 25 kilómetros hasta Pamplona. A pesar del pronóstico, el día ha sido espectacular. Muy soleado, aunque con mucha bruma hasta cerca de las 11,00 de la mañana.

Desayunamos en el bar del hostal Casa Sabina en Roncesvalles a eso de las 7,00 hs, con una multitud de peregrinos impacientes para iniciar la jornada. Algunos encaran el día con un afán claramente competitivo, como si el hecho de que nadie te adelante contase como algo especial. Otros, en cambio, se demoran en el armado de sus mochilas, en la charla anecdótica con sus vecinos, creando una pequeña fraternidad que - me imagino - irá creciendo con los días. Hay un cierto ambiente como de patio de colegio cuando ha faltado a clases la profesora de biología. El bar está atestado de peregrinos que tratan, en diferentes idiomas, de atraer la atención del dueño del local, una empresa harto complicada ya que sólo atiende él y una ayudante que no se encuentra demasiado familiarizada con la carta ni los precios. Con Julio y Laura sorteamos a una muralla humana y nos aproximamos a la barra, mostrando una fina disciplina adquirida en el uso del transporte público en Argentina, en el que conseguir un asiento en el autobús no es tarea que cualquiera pueda lograr. Con un movimiento de pinzas nos apoderamos de unos bancos, aprovechando que unos franceses salen a buscar a unos compañeros. Tratamos, al igual que el resto de peregrinos, de conseguir la atención de la ayudante o del dueño. La situación se parece a esas funciones de títeres que veíamos en la infancia, en las que gritábamos todos juntos 'aquí, aquí' o 'atrás, atrás!'.

Alguna vez leí que las situaciones de caos se resuelven espontáneamente, de manera impredecible y, dando razón a esa trivialidad, en la vorágine de esos minutos se incuba el desastre. En un cierto momento, el dueño exclama a viva voz, dos o tres veces:

- ¡Se han ido sin pagar! ¡Se han ido sin pagar! Joder con los Peregrinos; puta de peregrinos

Sale intempestivamente a buscar los malhechores y escuchamos a lo lejos sus gritos. Algo así como ‘Alto a la Guardia Civil’, ‘Bribones, tunantes’ o alguna otra frase más contundente y acorde al estado de ánimo del propietario. En el local crece una suerte de murmullo, que se va imponiendo sobre otras conversaciones. Imagínense, mis amigos, la situación: un ascensor sería más grande que ese bar y el entrecruzamiento de lenguas en la torre de Babel seguramente parecería una dificultad menor frente a los problemas de comunicación a esa hora de la mañana. Los americanos reclaman un numero de teléfono del transporte de equipajes, unos japoneses preguntan qué ocurre con el dueño y su ira repentina, un italiano protesta, se muerde el dedo índice  y amenaza con la vendetta, ya en un estado de desesperación, porque no logra que le sirvan un café, unos canadienses se desentienden del incidente y preguntan cómo conseguir un taxi, pero - supongo que ya se imaginan - la mayoría se indigna ante el agravio genérico, ante la imputación gratuita, a todos los peregrinos. Cuando regresa el dueño, su mueca de disgusto indica que no ha logrado encontrar a quienes se aprovecharon de su buena fe y, en represalia, maltrata sistemáticamente a todo Cristo que encuentra en este valle de lágrimas. Por ejemplo, Laura pide para desayunar un café y una fruta. La respuesta es:

- Esto no es una verdulería. Si quiere fruta, vaya un kilómetro y medio más abajo.

Pueden creerme que la mirada de Laura hubiese acojonado al mismo Ringo Bonavena y a 'Mano de Piedra' Duran conjuntamente. Un dragón de Komodo con dolor de muelas o un basilisco herido de muerte, hubiese dado menos miedo. Con Julio nos tenemos que interponer para que no estrangule al dueño del local y le recordamos que la peregrinación a Santiago de Compostela tiene muchas dificultades y que hay que guardar fuerzas para otras contingencias. Como dice Silvio Rodriguez, 'el que siga buen camino tendrá sillas peligrosas que lo inviten a parar'. Finalmente, la calma va retornando al bar, el dueño sigue de malas pulgas, pero al menos se reanuda el servicio de desayunos. Poco a poco, los peregrinos comienzan a abandonar el local. Todavía es de noche y el aire está cargado de humedad, de olores a pueblo pequeño, campos cultivados y animales de granja. Apuramos nuestro café con leche y pan con manteca; luego, con la luz incierta de la niebla temprana, arrancamos nuestro camino.



Iniciamos esta etapa con el rito de la foto que marca la distancia a Santiago. Casi 800 kilómetros, pero en ese momento todavía no tenemos genuina dimensión de lo que ello significa, del esfuerzo y la exigencia que esconde el camino. Luego, dejamos atrás un crucero (o cruz de piedra), del siglo XIV, que despide a los peregrinos y nos internamos en el bosque.



Vamos paso a paso, dejando que los robles, hayas, boj y otras muchas especies vayan susurrando sus cosas, animándote a seguir. Hay algo de mágico en esos bosques, antiguos, oscuros y, a esa hora de la mañana, con la niebla densa como la sangre, imponen un respeto ancestral. Como si hubiese algo que uno no sabe ni acierta a descifrar de qué se trata. Pienso que así debe ser la Salamanca; un lugar bello, inescapable y misterioso. 


                                 

A pocos kilómetros de camino, una cruz blanca, sencilla, como al pasar recuerda que ese era el lugar donde las autoridades quemaban a las brujas del lugar en el siglo XVI. Ese bosque, mis amigos, era una de las rutas famosas de la brujería en Navarra (había cuatro) y me lleva a pensar en la capacidad de interpelar a la naturaleza y lograr que ella responda a nuestros deseos e intereses. En principio, la idea no es muy diferente a lo que ocurre con la ciencia y seguramente el camino de la magia y de la ciencia fueron muchas veces juntos; al menos hasta que el poder de la iglesia condujo a una distinción errática y perversa entre la ciencia y la magia; una distinción que convalidaba la ideología oficial y exhibía una vez más la desconfianza instintiva de los hombres frente a los poderes incontrolables de la naturaleza. La magia fue el discurso reprobado, y surgió así una expresión infame (‘magia negra’), que traía consigo la desgracia y la hoguera. Hay mucho documento que atestigua la crueldad y estupidez de esos  - así llamado – ‘actos de fe'. Según consta en una placa explicativa en la iglesia de Burguete, lo que esos documentos  atestiguan es que en la mayoría de los casos las razones de la persecución eran disputas por cuestiones de propiedad, vecindad, familia o política. Vecinos contra vecinos, padres contra hijos, opositores y autoridades. Como dice el tango, 'el mundo fue y será una porquería, ya lo se...'.





Vamos dejando atrás diferentes pueblito (e.g., Burguete, Espinal), algunos señoriales y otros simples caseríos. Al mediodía llegamos a Linzoain, donde nos detenemos en el bar del pueblo. Allí coincidimos con un grupo bullicioso de 'Bicigrinos', una clase peligrosa, extraña, que representa un peligro para los desprevenidos peregrinos. En el Códice Calixtino, considerado como el primer libro de viajes, que aconsejaba mil años atrás a los peregrinos sobre la suerte y peligro del camino, las amenazas más graves eran los salteadores, ¡sobre todo en Navarra! En verdad, el Códice trata a los Navarro con adjetivos poco considerados. Los trata de borrachos,  impíos, traicioneros, dados a copular con animales y remata un largo párrafo señalando que por una moneda mata un Navarro. Con Julio protestamos enfáticamente ante ese párrafo, aunque reconocemos que lo de un tanto borrachines puede tener su grano de verdad. Seguramente, en la edad media los Navarros eran gente de temer ya que asaltaban a los peregrinos y les quitaban sus pocas pertenencias, pero los bicigrinos actualmente también hacen lo suyo. En general, son prácticamente lo único que conlleva alguna amenaza para los que transitan los senderos del Camino. Ellos viajan felices, gritando sus advertencias en diferentes idiomas y pasan raudos, adelantando en minutos lo que a los peregrinos le llevan horas de caminata. Ese ritmo, tal vez, otorgue algo especial a los 'bicigrinos', pero difícilmente sirva para que el Camino vaya transformando y modelando los ánimos y las convicciones del modo en que ocurre cuando hay que fatigar paso a paso los kilómetros hasta Santiago.

Ya con el sol castigando la espalda fuimos vadeando riachuelos y enfrentando algunos repechos en algunos tramos de camino. Julio nos cuenta de una cena muy formal que compartió con Peter Higgs, el de la partícula de dios, hace poco días en Inglaterra. Me distraigo un momento y cuando vuelvo a prestar atención, Julio relata una discusión con otros colegas más jóvenes en un pub, acerca de los pecados capitales. Tratamos de enumerar los siete, pero sin éxito. Laura señala la mayoría, pero nos falta uno. Julio propone que tratemos de enumerarlos en inglés porque seguro que de ese modo no nos olvidaremos de ninguno. La sugerencia es un tanto desquiciada y, obviamente, no da grandes resultados. Laura insiste en que se trata de la soberbia y eso lleva a Julio a un relato sobre nuestra abuela materna que apuntillaba nuestras travesuras de niños con ‘Ustedes son muy soberbios’. Claro, también remataba muchas veces ‘Ya van a ver cuando hagan el Servicio Militar’, lo que, bien pueden imaginarse,  no causaba un hondo pavor en niños de diez años.



En un prado hermoso, con una vista espectacular de los valles de Navarra todavía envueltos en la niebla, encontré a una coreana. La salude con las palabras rituales 'Buen camino' pero no dio muestras de comprenderme. Le pregunte en inglés cómo estaba, y me respondió algo incomprensible en coreano. Le pregunté si hablaba inglés y me dijo que sí y a continuación, añadió: 'Yo si hablo ingles ¿… y usted?' Eso quiere decir que mi maltrato de la lengua de Shakespeare no lo entiende ni dios, así que me despedí desmoralizado y envidiando a Julio que habla con mucha fluidez inglés, francés e italiano. De hecho, unos centenares de metros más adelante, mi hermano traba conversación con dos jovencísimas alemanas; nos sumamos brevemente con Laura a la conversación y le preguntamos – en inglés – por qué hacen el camino. En esas primeras etapas, esa es una pregunta bastante común, como cuando en un bar o en una discoteca el chico pregunta a la chica si puede invitarla a un trago. Es un rito social sin mayor trascendencia, como para romper el hielo. Más adelante, en etapas posteriores, esa misma pregunta ya carece de relevancia o refleja un cierto grado mayor de intimidad.

Las peregrinas alemanas responden de manera genérica, como si no hubiesen pensando jamás en la respuesta. Nos preguntan a nosotros por nuestros motivos. Dado que veía muy difícil elaborar en la lengua del imperio una explicación de lo de 'Santiago a Santiago', respondo simplemente '¡por culpa de nuestros pecados!'. Las peregrinas nos miran con desconfianza. Ustedes ya me conocen, saben que cuando pronuncio de manera solemne frases solemnes todo el mundo piensa que estoy diciendo una estupidez y no pasa nada; pero estas muchachas no me conocen y ante esa respuesta seguramente piensan que están en frente de los miembros de una secta que secuestra peregrinos o algo así; su actitud abierta y amistosa se transforma y deja lugar a otra en la que la relación entre Jack el Destripador y sus víctimas sería de honda familiaridad si se compara con la manera en que las alemanas se repliegan sobre sí mismas. De hecho, esas muchachas pronto se despiden de nosotros.

Con Laura hemos seguido paso a paso, codo a codo, charlando de todo un poco, incluso cuando la subida al Puerto de Erro, hacía recomendable ahorrar aliento. Casi llegando a los altos del Erro aparece, al costado izquierdo del Camino, una cruz que recuerda a Shingo Shamashita, peregrino japonés que falleció en ese lugar a los 64 años en agosto del 2002. La escena impresiona porque muestra la crudeza del Camino y la fragilidad de nuestras vidas. Como dice Sting,

‘On and on the rain will fall
Like tears from a star, like tears from a star
On and on the rain will say
How fragile we are, how fragile we are’

Finalmente, llegamos a Zubiri, que significa 'Pueblo del Puente'. A la entrada de la ciudad (2.000 habitantes) hay un puente medieval, sobre el río Arga. Un bello ejemplar, llamado Puente de la Rabia, ya que existía la creencia de que si los animales lo cruzaban un par de veces evitaban esa enfermedad. 



En el puente, justo en la misma entrada del pueblo hay una casa de piedra, con flores rojas y azules en los balcones, hermosa, simple y elegante. Además, tiene un cartel mágico: 'Hostal'. Aunque teníamos una reserva en otro alojamiento, decidimos preguntar precios y ver las habitaciones. Lindas, soleadas y nuevas (es decir, refaccionadas). Julio pregunta si tienen lavadora de ropa y Wi-Fi; la respuesta afirmativa lo convence y decidimos quedarnos allí.

Descansamos una hora y salimos a dar una vuelta por el pueblo. El sol de la tarde, un poco después de las 18:00, nos deja encandilados, pero a pesar de las dificultades conseguimos encontrar la iglesia, a la que dejamos de lado para enfilar directo ¡... al bar! Este bar tiene una especie de terraza que invita a la contemplación y la charla pausada; el único problema es que está al lado de un polideportivo y frente a la carretera que va a Francia. Nada bucólico, que digamos. Dos cervezas de medio litro – y dos cocas light para Laura - hacen un trabajo balsámico sobre los peregrinos y, con las fuerzas ya recuperadas, mientras va llegando la noche, vamos al otro bar del pueblo, que es en verdad donde se centra la vida social. Allí Julio reencuentra a otros peregrinos, con los que viene compartiendo camino desde Saint Jean: Juan Carlos, Olga, y otra peregrina americana, con la que mantiene una charla que dura casi hasta que les cierran el albergue a los peregrinos, es decir las diez de la noche.



Cuando se vacía el bar de peregrinos, Laura, Julio y yo, que no tenemos prisas por regresar al hostal, cenamos el 'menú del peregrino'. Nada que celebrar en ese evento y para evitar la melancolía, Julio invita con un vino de Rioja excelente. Para evitar que la sangre se haga agua decía mi amiga Amalia, una veterana del Camino. Luego, Laura va a descansar, Julio escribe sus impresiones del camino y yo veo el partido del Barcelona. Al filo de la medianoche, volvemos despacio hasta el hostal. Mañana será otro día. Rumbo a Pamplona. Salud y buen camino!

22 de Septiembre