jueves, 31 de enero de 2013

Santiago

Santiago

           


Las historias del Camino se escriben con señores y milagros, con moros y batallas, con templarios y bandidos, y con hospitales y cementerios de peregrinos. Llegar a Santiago significa siempre morir y renacer, como en el Juego de la Oca, donde la casilla de la muerte implica solamente retrasarse unos turnos. En el Camino la muerte carece de misterio, pero no de encanto, y adquiere significado sólo por ser imprescindible para volver a empezar. Desde que empecé el Camino que medito acerca de cómo sería morir, sin éxito alguno. Pensaba que sería como entrar en años olvidando el don de agradecer, o como recordar con la prisa que borra todas las huellas, o como hacer el amor sólo para recordar cómo es. Pero no es así. Hoy que el sol nos acerca la luz del último día en el Camino, me doy cuenta de que he retrocedido yo también algunas casillas. No las suficientes como para recomenzar el Camino, pero sí como para llegar a Santiago una y otra vez. Pocos entenderían esa necesidad, y habría quien la llamaría debilidad. Pero es porque no han visto tus ojos de mañana, porque no saben a la distancia de cuántos años se resucita, o que nuestra hija se llamaría Rocío, o que cuando me lavo la cara y me abrazas el espejo devuelve sólo una imagen, y no es la tuya. Que los ángeles carecen de semejanza pero no de brazos ni piel ni manos ni labios. Así llego a Santiago, tocado por un ángel.
... y mientras más mortal el tajo es más de vida.
Va cabalgando sobre una palma escrita
y a la distancia de cien años resucita.

Silvio Rodríguez, ‘El Mayor

Domingo 4 de Agosto

miércoles, 30 de enero de 2013

Después del Camino

Después del Camino

           

          
Algunas sensaciones no se rinden a las palabras. Se rebelan a ser enjauladas en símbolos, encadenadas en la gramática, maniatadas por la prosa y la rima. Una de ellas es llegar a la Praza do Obradoiro en Santiago y ver la multitud de peregrinos recién llegados, sentados en las piedras mirando al cielo. La plaza es pequeña para la altura de la Catedral, y la única forma de apreciarla es sentarse o acostarse en las piedras y verla estampada contra el cielo, cambiando color y matiz con cada hora que pasa. El temor a Santiago, a lo que viene después, nunca está más presente que en ese momento, en el cual aflojan las lágrimas y uno siente esa sensación de no saber qué hacer con tanto logro, como la primera vez que se recibe a un hijo en brazos. El Camino pide más, y en la bruma que alimenta la adrenalina y el sudor uno no ve nítido lo que es claro: el Camino sigue toda la vida, por las rutas que marcan, como mojones jacobeos, las personas que uno quiere. Quedan también las promesas que uno va pensando en el raudo descenso desde Monte do Gozo hasta el Pórtico de la Gloria, donde un gaitero que parece tan perenne como el Apóstol recibe a los peregrinos con estridencia y estruendo. Pero ya sé que no os importa. Que os preguntáis por mi ángel, ahora que ya no hay peregrino a velar u hombre débil de guardar. Y siempre os recuerdo que mi promesa fue volver a verte. No cuándo ni dónde. Sólo volver a verte. Y algo me dice que el Apóstol no abandona a quien se abandona, como el amor no olvida a quien no olvida. Y hoy que me descubro lejos y sin lágrimas me fortalece el pensarte, el saber que existes, que cuando un ángel te toca la vida no vuelve a ser la misma. Y aquí estoy, con esta cosa extraña que me dejaste dentro y que palpita como un corazón pero que también escucha y habla y conversa. I can ask him who he is and where he comes from; I can ask him to point at the little bears sitting on chairs, or the cow jumping over the moon, or the young mouse, or the red balloon. But he is not fooled when I ask him to point at the air. En vez de señalar al aire me mira y cierra los ojos y calla y me pregunta por ti.
‘C’è solo un po’ d’amore
Che mi è rimasto qui
E non so dove metterlo
Un amore così
...
Vienilo a riprendere
Non lo lasciare a me
È piccolo e mi chiede sempre
Di te’

‘Fammi Vedere Tu'
Roberto Vecchioni 

Lunes 5 de Agosto 

jueves, 24 de enero de 2013

Epílogo

Epílogo (PN)



           
La vida ha regresado a sus comunes rutinas y poco a poco se van desdibujando los detalles de nuestro viaje. Los recuerdos adquieren un tinte extraño, como preñados de ensueño y melancolía, se combinan de una manera confusa dejando la sensación de que inevitablemente algo se nos escapa de las manos. En estos meses, como una manera de conjurar la desmemoria, de preservar tantas buenas cosas que ha dejado el Camino, he apuntado estas crónicas de cada una de las etapas que hemos recorrido desde León hasta Santiago. Aunque el relato concluye en las puertas mismas de la catedral, luego nos quedamos en esa ciudad un par de días más, casi el tiempo suficiente para lavar el desconsuelo del final de la peregrinación.
Es difícil dar una idea exacta de lo que se siente cuando se termina el Camino. Tal vez, la palabra más apropiada sea ‘desconcierto’. El cuerpo echa de menos el sol, el aire del bosque y la montaña, las botas y el polvo de la senda. Se echa en falta a la cotidiana espontaneidad de los compañeros, los gestos taciturnos de las primeras horas de la mañana, las noches quietas en las que se destilan los licores de cada una de nuestras vidas. Para mitigar estos reclamos, una vez que llegan a Compostela, los peregrinos tienden a permanecer juntos, como protegiendose de los rigores de la ciudad y evitando en lo posible las grietas de las despedidas. Deambulan con aire alucinado, procurando en vano recuperar las complicidades que solo da el ritmo sostenido del bordón. Algunos incluso estiran todo lo posible la marcha y llegan hasta el fin de la tierra, o mendigan por la ciudad unas monedas que les permitan seguir en el Camino. Todo ello es finalmente en vano. En pocas palabras, una vez que se llega a Santiago, el peregrino desaparece, se disuelve, todo se convierte en, como diría Kansas, dust in the wind.
Nosotros también hemos sufrido ese lento proceso, esa rara descompresión. Por ello, guardando un hueco en el corazón para Olga y Raquel, nuestras compañeras del 2012, estiramos con nuestros compañeros, durante un par de días más, un último puñado de buenos momentos. Luego de la visita a la tumba del apóstol, fuimos a la impresionante oficina del peregrino a recoger nuestra Compostelana. Brindamos en una multitud de bares y tascas, en los que cada jarra de cerveza o copa de albariño nos acercaba nuevamente a las diversas incidencias del Camino. En definitiva, el Camino se nos iba escurriendo con cada compañero que se despedía y regresaba a sus cotidianas cosas. En esos momentos se formaba un nudo en la garganta y solo el estribillo, ya clásico, ‘No te vayas todavía, no te vayas, por favor’, impedía las lagrimas densas de las despedidas.
Inés emprendió un viaje de unos cuantos días a Oporto, mientras que Julio regresó a Inglaterra y, desde allí a Canadá. Con Ramín y Laura alquilamos un auto y viajamos hasta Muxia, a conocer el último de los grandes lugares asociados al Camino: el santuario de A Virge da Barca, en las rías de A Coruña. Vagabundeamos por pueblos diminutos, buscando el calor de un sol que, a pesar del verano, se convirtió en esos días en un simbolo de otoño. Llegaron las lluvias y eso nos impulsó a los cafés, a descubrir más y mejores secretos de la comida gallega, y a ver pasar las cosas de la vida sin prisas ni agobios. Luego, regresamos a Argentina.
Han pasado ya nueve meses exactos desde que llegamos a Santiago de Compostela. Solo cuando ya ha transcurrido un buen tiempo se advierten un puñado de cosas que, en el cotidiano hacer de la peregrinación no tienen espacio. Son como un vino joven, que precisa un estacionamiento perezoso, una estiba sin prisas, para lograr un buen caldo. En este sentido, no tengo dudas de que el final del Camino es solo otra etapa diferente. Pero, ¿qué me ha dejado, entonces, el Camino? No intentaré aquí una respuesta y  tal vez sea fácil advertir que la misma podría ser ciertamente extensa. No tiene sentido aquí repetir el recuerdo de paisajes y rostros que han dañado ya para siempre de melancolía a esta etapa de mi vida. No es relevante comentar otra vez sobre la disciplina de la marcha y los rigores de la peregrinación, de la fascinación por los puentes, los capiteles románicos y las olvidadas gestas de la edad media. Con todo ello podríamos llenar páginas y páginas. Más bien, solo diré que en el Camino he descubierto una dimensión de la felicidad, de la pasión y el bienestar. En este sentido, el Camino me ha desprendido de mis rutinas laborales y de muchas otras cosas carentes de importancia. Ellas siguen allí, pero carecen de mayor sentido y contribuyen poco al rumbo actual de mis sentimientos. En cambio tengo una sensación de, por decirlo de alguna manera, amplitud. De la urgencia que impone la inmensidad de la vida y de los remotos horizontes, la certeza de que nosotros, los peregrinos, no tendremos jamás otra vida que la que impone la marcha. No es que no tenga añoranza de esas otras vidas, de raíces y propiedades, pero puedo reconocer, con resignación y humildad, que mi patria no está en esas fronteras.

El Camino me ha permitido recuperar una sensación inequívoca de que la vida es fugaz, de que la muerte puede soprenderte en cualquier instante, incluso a poco momentos del objetivo que esperas lograr. Y, como otra cara de la misma moneda, que cada momento es irrepetible, amargamente único y defintivo. Finalmente, en esta dualidad he encontrado también una sensación pura, que con las debidas cautelas, podría denominarse ‘espiritual’. En el Camino, en el cotidiano intercambio con los otros peregrinos, relucen de manera directa y sin justificaciones elaboradas un buen puñado de virtudes: solidaridad, compañerismo, buena voluntad, decencia.  En ese sentido, una moraleja, personal e intransferible, de mis días de peregrino es que tiene sentido esforzarse en tratar de llevar una vida impecable, en intentar, como diría ese viejo vallenato,

...eliminar las tristezas, las mentiras y las traiciones.
No importa que nunca encuentre el corazón
lo que ha buscado de verdad.
No importa el tiempo que ya es muy corto
en las ansias largas de vivir,
cualquier minuto de placer
será sentido en realidad
si lleno el alma,
si lleno el alma de eternidad

Es tiempo ya de cerrar estas líneas, de resignar las palabras al igual que casi un año atrás fue el momento de dejar los bordones y emprender otra etapa. Como bien sabemos: a Santiago nunca se llega, solo se va. Por ello, mis amigos, Ultreia et suseia. Buen Camino.

Bogotá, 4 de Junio de 2014